La America del Alto Secreto – Servicios de Inteligencia
Una de las grandes noticias de este verano y del año, la ha sacado en exclusiva The Washington Post, de la mano de un equipo encabezado por los periodistas Dana Priest y William M. Arquin, que ha firmado un brillante reportaje de investigación: “America Top Secret” (La América Alto Secreto), en el cual analizan una parte significativa de la Comunidad de Inteligencia tal y como es actualmente. Una descripción que se resume muy bien en su titular de cabecera: “Un mundo oculto, que crece fuera de control”.
Dana Priest y William M. Arkin escriben lo siguiente: «el resultado es que el sistema puesto en marcha para proteger a Estados Unidos es tan masivo que su eficacia es imposible de determinar (…) Nadie – es difícil ver cómo podría hacerlo un solo ser humano – domina las actividades que proliferan, con 1.271 organizaciones y 1.931 empresas privadas en más de 10.000 puntos del país con más de 854.000 personas trabajando en contraterrorismo, seguridad nacional e Inteligencia”. El Teniente General John R. Viñas, que examinó los programas del Departamento de Defensa el año pasado, ha declarado al Post: «No tengo conocimiento de ninguna agencia con la autoridad, la responsabilidad o un mecanismo de coordinación de todas estas actividades interinstitucionales y comerciales». El resultado inevitable, dijo, es «un mensaje disonante, eficacia reducida y derroche. En consecuencia no podemos evaluar con eficacia si nos protege más o no».
Estas declaraciones han tenido la respuesta de David C. Gompert, director en funciones de Inteligencia Nacional: «La información no refleja al sector de la Inteligencia que nosotros conocemos (…) Los empleados de Inteligencia han mejorado las operaciones, han impedido ataques y están logrado un sinnúmero de éxitos cada día (…) Las reformas realizadas hasta la fecha han mejorado la calidad, cantidad, regularidad y velocidad de nuestro apoyo a los responsables de política, soldados y defensores del territorio nacional, y continuaremos nuestros esfuerzos de reforma (…) Proveemos supervisión a la vez que alentamos la iniciativa. Trabajamos constantemente para reducir las deficiencias y redundancias (…) Los retos por delante son difíciles y complejos. Continuaremos escudriñando nuestras propias operaciones, buscando formas de mejorar y adaptarnos».
Y esto, al igual que lo anterior, también es cierto, ya que la realidad de la Comunidad de Inteligencia es más amplia y compleja de lo que algunos intentar hacer creer.
Del reportaje se desprende que la Inteligencia se ha expandido tanto que nadie sabe con exactitud cuánto cuesta el sistema, cuántas personas trabajan, cuántas agencias están dedicadas a lo mismo, ni si son eficaces. Otros datos que aporta son reveladores: 33 edificios dedicados a tratar con material altamente secreto; 51 organizaciones dedicadas a analizar el flujo de dinero proveniente de redes extremistas; cada día la Agencia Nacional de Seguridad (NSA) intercepta y analiza 1.700 millones de emails, llamadas de teléfono u otro tipo de información procesada en 70 bases de datos diferentes.
¿Qué está pasando exactamente? Se pregunta el ciudadano de a pie. Lo que está sucediendo es que la Guerra contra el Terrorismo, tras el 11/S, aceleró el crecimiento de una burocracia gigantesca, con miles de oficinas, organizaciones, contratistas y empresas privadas. En suma, un coloso que ha crecido ilimitadamente con la llegada de presupuestos millonarios y la necesidad de hacer frente a los peligros del terrorismo y las guerras en el exterior. Por ejemplo, la Agencia de Inteligencia de Defensa del Pentágono pasó de tener 7.500 empleados en 2002 a 16.500 hoy en día. El presupuesto de la Agencia de Seguridad Nacional, encargada de interceptar comunicaciones se dobló en el mismo período. Y las 35 Unidades de Fuerza de Tareas Conjuntas para el Terrorismo de la Oficina de Investigación Federal (FBI), pasaron a ser 106. Sólo por citar algunos datos.
El reportaje de The Washington Post es un buen punto de inflexión para controlar ciertas esferas de la Inteligencia, hacerlas más reducidas y competitivas, menos dispersas y con objetivos más coordinados. Una misión que, en buena lógica, correspondería a la Oficina del Director de Inteligencia Nacional, que nació como respuesta al caos y para poner orden en las Agencias. Hay varias líneas de actuación que se deben emprender cuanto antes para convertir los Servicios de Inteligencia en más eficaces y que reviertan en una Seguridad Nacional más fuerte. Una de estas líneas es poner a trabajar a un equipo en la Oficina de Gestión y Presupuestos, que tenga plena capacidad para controlar y supervisar los presupuestos, las operaciones, las plantillas de personal y los resultados.
Otra de las líneas prioritarias sería conceder plenos poderes y mayores competencias a los agentes que actúan sobre el terreno durante sus misiones. No se trata de invertir más dinero sino de hacerlo más inteligente y coordinadamente, evitando errores, duplicidades y que información valiosa se pierda por distintos motivos. Este es realmente el quid de la cuestión.
El reportaje del Post carga las tintas contra los contratistas privados y es cierto que de ellos vienen muchos de los problemas que aquejan a la Inteligencia, pero seamos objetivos. También han prestado servicios excepcionales y muy eficientes. La cuestión que se plantea no es ocultar los problemas sino resolverlos haciendo más eficiente el gasto.
Algunas de las 10 empresas que cita el Post que se encuentran en ese conglomerado que realiza operaciones de alto secreto, proceden de los tiempos de la Guerra Fría, empresas como General Dynamics, Rytheon, Lockheed Martin o Northrop Grumman, acostumbradas ya al dinero gubernamental por el que luchan con denuedo. El número de empresas que se apunta a las contratas de la Inteligencia crece sin parar a medida que salen lucrativos contratos para hacer frente al terrorismo o desarrollar nuevas armas y tecnologías. Muchas de ellas empresas de alta tecnología radicadas en Palo Alto (California) o en el área de Virginia y Washington D.C.
Esto en sí no es un problema, es evidente que la Inteligencia necesita del sector privado para desarrollar sus actividades, y que ésta se ha demostrado útil en ambas direcciones, el problema es el gasto desmesurado y muchas veces injustificado.
La Administración Obama ha agrandado aún más los programas federales relacionados con la Inteligencia y la Defensa, vertiendo un chorro de dinero sin control que ha propiciado un crecimiento desmedido de la burocracia y la ineficiencia en algunos ámbitos.
Una tercera línea de actuación que debe ser reforzada aún más es el control sobre el trasvase de los agentes de Inteligencia al sector privado, muchas veces a empresas que logran licencias y contratos con pingües beneficios, favoreciendo una competencia interna desleal para realizar labores desde el sector civil para los que están menos preparados pero por los que cobran más.
La cuarta línea de actuación debería ser los contratos “temporales” en vez de fijos, a los que se ha hecho proclive la Inteligencia, en gran medida forzado por el Congreso y sus presupuestos extraordinarios que hay que renovar anualmente y que extienden la inseguridad.
Ha llegado el momento de tomar medidas en la Comunidad de Inteligencia para evitar que siga creciendo de forma gigantesca, hermética y burocrática. Necesitamos recuperar los valores conservadores para reducir el tamaño de las instituciones, racionalizar los presupuestos y los recursos humanos y tecnológicos, desterrar la excesiva burocracia y recuperar un Servicio de Inteligencia más eficaz, en el que se valore la experiencia y el conocimiento.
Un planteamiento que también debe hacerse extensivo a las Operaciones Especiales, que en estos años han alimentado una extensa red de contratistas secretos.
La investigación realizada por el Washington Post concluye que los servicios de Inteligencia y el sistema de vigilancia de Estados Unidos, surgidos tras los atentados del 11 de septiembre de 2001, crecieron de forma tan monstruosa que es imposible medir su eficiencia.
Realmente es una conclusión atrevida, no exenta de parte de realidad cuando identifica ese monstruo de burocracia que hay que recortar, pero en una cosa se equivoca. La eficacia del sistema se puede probar en la falta de ataques terroristas de gravedad durante años y en el éxito en dos guerras: Iraq y Afganistán. Esto no significa que no haya problemas, que los hay. El hecho de que la amenaza de Al Qaeda y los conflictos bélicos abiertos sigan vigentes, son una prueba de que se puede y se debe hacer mucho más desde el ámbito de la Inteligencia.
Uno de los grandes objetivos inmediatos es conectar el inmenso flujo de información que tenemos, con más de 50.000 informes anuales, proceder a su análisis a tiempo y extraer las conclusiones que permitan actuar con rapidez para lograr mayor seguridad. Sólo un grupo reducido de altos oficiales, conocidos como Superusuarios, conocen en detalle los pormenores de todos los programas de Inteligencia y Operaciones Especiales, pero muchas veces son desbordados por la cantidad de información disponible. El reto es conseguir a tiempo los datos necesarios, los que importan, dejando al margen los que no revelan nada importante.
Para lograr esto también necesitamos una revolución en el sector de la Inteligencia, que potencie la calidad, los valores y la máxima preparación de quienes participan en esta cadena.