Héroes de la libertad
Ha sido el peor ataque contra agentes de Inteligencia en suelo extranjero desde el que realizaron contra la embajada americana en Beirut en 1983, que se cobró ocho víctimas. Los siete agentes de la CIA que murieron en Afganistán el pasado 30 de diciembre, y los otros seis heridos, víctimas de Humam Khalil Abu-Mulai al-Balawi, un terrorista Talibán, son los últimos héroes de la libertad que luchaban en el frente, lejos de los focos y las cámaras de TV, velando por la seguridad y los valores de los Estados Unidos.
El terrorista suicida detonó el chaleco cargado de explosivos que portaba, una vez infiltrado en la base de operaciones avanzada Chapman, en la provincia de Khost, cerca de Waziristán Norte, en la frontera con Paquistán, donde pudo acceder en calidad de informante.
El director de la CIA ha recordado con sus palabras en público que los hombres y mujeres de la CIA arriesgan sus vidas todos los días para mantener seguros a los Estados Unidos. Algo que es evidente, pero que la opinión pública tiende a olvidar con suma facilidad, incluso este gobierno Demócrata que tantas veces ha arremetido y arremete contra la CIA. Por no hablar de una opinión pública mundial cada vez más manipulada con la información que reciben de los principales mass media, y que no duda en atribuir a la Agencia todos los males habidos y por haber.
Leon Panetta ha dicho que: «Aquellos que cayeron se encontraban lejos de sus familias y cerca del enemigo, cumpliendo con el arduo trabajo de proteger a nuestro país del terrorismo (…) Les debemos nuestra más profunda gratitud y les prometemos a ellos y a sus familias que nunca desistiremos de luchar por la causa a la que dedicaron sus vidas: unos Estados Unidos más seguros».
El ejemplo de sacrificio y heroísmo de los agentes de la CIA, siempre en segundo plano u oculto, por razones de seguridad, debe servir para recordar a todos que los verdaderos héroes que luchan por la libertad son hombres y mujeres anónimos, de los que jamás conocerá nadie sus nombres o actividades, pero que sacrifican lo más preciado, sus vidas, en aras de la libertad y el ideal de un mundo más seguro.
En estos tiempos en los que mucha gente insulta o difama a los agentes de la CIA y los denigran en público, incluidos los políticos que ahora se deshacen en elogios o simplemente hacen el paripé, debemos tener en cuenta que son ellos quienes dan la cara para que los demás puedan dormir tranquilos en sus cómodas casas hipotecadas y puedan disfrutar de los lujos de un mundo moderno que no es gratis, ni muchos menos. Son ellos los que luchan abiertamente para que los demás ciudadanos puedan vivir una vida en libertad. Unos pocos con responsabilidad y agradecimiento, y muchos irresponsablemente y desagradecidos.
El director Panetta ha declarado con acierto que: «La tragedia nos recuerda que los hombres y mujeres de la CIA arriesgan sus vidas todos los días para proteger esta nación (…) A través de nuestra historia, la realidad es que aquellos que hacen la verdadera diferencia son los que enfrentan el mayor peligro«.
Pero, ¿quién ha visto grandes titulares y reconocimientos para los últimos héroes de la libertad, para los agentes de la CIA caídos en primera línea de combate? ¿Quién está reconociendo su enorme contribución en la lucha contraterrorista?
Nadie, salvo sus compañeros de Langley, que conocen el tremendo desafío y el alcance de su sacrificio y dedicación.
La base Chapman atacada es una de las que sirven a la CIA para implementar su programa de actuación en Afganistán, que incluye actividades antiterroristas, de captación de información, de guía y control de los aviones no tripulados, tipo Predator, y diversas operaciones especiales. Es, por tanto, un duro golpe, pero no decisivo, en tanto que la Agencia dispone de un despliegue extenso y eficaz en Afganistán.
Por su parte, en estos días, entre golpe y golpe de golf, el presidente Obama ha dicho y reconocido lo que tanto le ha costado en este tiempo, que «estos valientes estadounidenses forman parte de una larga línea de patriotas que han hecho grandes sacrificios por sus conciudadanos (…) gracias a vuestros servicios se han desbaratado complots, se han salvado vidas, y nuestros aliados y amigos están más seguros«. Y ha añadido: «Debemos fortalecernos con el ejemplo de su sacrificio«. Además, ha elogiado a los agentes de la CIA “por correr riesgos a veces desconocidos incluso por sus familias”.
Todo ello es cierto, incluso en una medida más allá de lo que él mismo conoce, pero apenas se dice en los mass media, en donde habitualmente se carga contra la Agencia por fallos reales o ficticios, y por procedimientos u operaciones altamente delicados y conflictivos, pero necesarios para salvaguardar la seguridad nacional.
Es triste que deban morir nuestros agentes para que su trabajo y valía sean reconocidos. Pero esta sociedad actual, con su pérdida de valores a pasos agigantados, es así de oportunista, injusta, y olvidadiza. Salvo por algunos ciudadanos que siguen siendo un ejemplo de vida.
En momentos como este, es justo recordar que la CIA ha perdido 90 agentes en servicio desde su creación en 1947, sin contar infinidad de agentes no oficiales y colaboradores. Entre los siete caídos esta vez en Khost se encuentran Harold E. Brown Jr., que deja esposa y tres hijos, y una mujer, una agente veterana, madre de otros tres hijos. Ejemplos de dedicación y entrega para cualquiera. Desde el inicio del conflicto en Afganistán se han producido, oficialmente, cuatro bajas de la CIA: el agente Mike Spann, que murió en una rebelión en una prisión cerca de Mazar-i-Sharif, en noviembre de 2001, otro agente que perdió la vida en un ejercicio en 2003, y dos más que murieron ese mismo año en la provincia de Paktika.
Desde que empezaron las guerras de Iraq y Afganistán, la CIA ha aumentado de forma notable su presencia en ambos países, y sus agentes y oficiales de campo están desarrollando misiones de enorme envergadura tras las líneas enemigas y en lugares de difícil acceso, o de infiltración muy peligrosa y arriesgada, estableciendo bases y unidades activas desde las que se lucha eficazmente contra los Talibán y Al Qaeda.
El trabajo de la CIA continuará, como siempre se ha hecho, en la clandestinidad, lejos de las luces, con operaciones de cuya eficacia y éxito la gente apenas tendrá noticia, pero que serán claves para seguir viviendo en libertad.
La misión en Afganistán debe continuar para alcanzar hasta el último de los fanáticos empeñados en una Islam radical y una guerra terrorista contra Estados Unidos y el mundo occidental que prosigue sin cuartel. Y eliminarlos para siempre.