Bosques vírgenes
Uno de los fenómenos más preocupantes, en cuanto a ecología se refiere, es la pérdida acelerada de los últimos bosques vírgenes del planeta. Esto sucede sobre todo últimamente en los bosques de Canadá, Indonesia y Brasil. Un estudio científico realizado con tecnología de satélites ha puesto de relieve que desde el año 2000 se han perdido o degradado más de 104 millones de hectáreas de bosque, lo que equivale a tres veces la superficie de Alemania.
Parece mentira que un mundo que se considera avanzado y civilizado permita semejantes barbaridades, pues lo permite y además con la connivencia de unas sociedades acomodadas en un consumismo insostenible que miran hacia otro lado mientras la deforestación avanza imparable.
Los datos son escalofriantes. Cada cuatro segundos se pierde un área del tamaño de un campo de de fútbol, y la extensión de los bosques perdidos, que es claramente visible en las imágenes de satélites tomadas entre los años 2000 y 2013, desborda todo lo imaginable. Esto sí es un crimen en toda regla. El impacto de esta catástrofe ecológica es global porque estos bosques desempeñan un papel fundamental en la regulación del clima. El grado actual de deforestación coloca más dióxido de carbono en la atmósfera que todos los automóviles, camiones, barcos y aviones juntos. Es fácil de entender, ¿verdad? Pues parece que los responsables políticos y empresariales, y buena parte de las sociedades, no lo captan ni lo entienden. O les da lo mismo, lo que es más grave.
Una cosa es cierta: ha llegado el momento inaplazable de que los gobiernos adopten medidas urgentes para proteger las selvas vírgenes, potenciando la creación de más áreas protegidas y fortaleciendo los derechos y la conservación de las poblaciones faunísticas de esas selvas. Una de las iniciativas más importantes que debe priorizarse es convencer a las compañías madereras y fabricantes de muebles, entre otras, para que no usen productos de bosques vírgenes.
La iniciativa Intact Forest Landscapes (Paisajes Selváticos Intactos), en la que participan la Universidad de Maryland, el Instituto de Recursos Mundiales, el Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF) en Rusia, Global Forest Watch Canada, el Instituto Mundial de Recursos, y Greenpeace, y sus estudios con imágenes de satélite para determinar la ubicación y la extensión de las selvas intactas más grandes del mundo, es fundamental para comprender el alcance de la deforestación y las políticas conservacionistas que se pueden emprender.
Su último estudio en la materia reveló que la mitad de la pérdida forestal por deforestación y degradación ocurrió en esos tres países: Canadá, Rusia y Brasil, que además concentran alrededor del 65 por ciento de las áreas boscosas que quedan en el planeta.
Lo sorprendente es que pese a la atención mediática que concentra la deforestación en la Amazonia y en Indonesia, de por sí ya muy grave, Canadá encabeza la pérdida forestal desde el año 2000, al concentrar el 21 por ciento del total. En cambio, en Indonesia alcanza el cuatro por ciento.
En el caso de Canadá, el aumento masivo de las arenas alquitranadas y el desarrollo del gas de esquisto, así como la tala y la construcción de caminos, están entre las principales causas de su dramática pérdida forestal. El enorme aumento en los incendios forestales es otra de las razones de esta deforestación. Los cambios climáticos recalentaron rápidamente el norte de Canadá, secó la taiga y la ciénaga, dejándolas más vulnerables a los incendios. En las arenas bituminosas de la provincia norteña canadiense de Alberta, más de 12,5 millones de hectáreas de bosque quedaron surcadas de caminos, tuberías, líneas de alta tensión y otro tipo de infraestructura.
Así, el desarrollo de las arenas alquitranadas y del gas de esquisto en Canadá podría duplicarse o incluso triplicarse, según algunas previsiones, en la próxima década, y dada la riqueza y empleo que genera, los políticos están perdiendo interés en conservar los bosques intactos. Por eso urge adoptar políticas que nos permitan generar mayor riqueza basada en los bosques vírgenes. No hacerlo degradará el entorno ecológico del mundo de forma grave y posiblemente irremediable.
En los últimos grandes bosques vírgenes viven animales salvajes, aves y numerosas plantas. Animales de enorme valor ecológico como el tigre siberiano, los lobos, los osos, los orangutanes y el caribú, que requieren de vastas extensiones de terreno para sobrevivir. Con la pérdida de estas especies avanzamos hacia un declive de todo el ecosistema boscoso que repercutirá en los seres humanos y en la estabilidad de todo el planeta.
Hay que ser conscientes de que para recuperar los bosques que se están perdiendo, podría llevar más de 100 años, y si permitimos la extinción de especies animales y vegetales, posiblemente jamás podamos recuperar esos ecosistemas. Los árboles, las plantas y todos los animales que integran un ecosistema saludable ofrecen a la humanidad una variedad de servicios vitales, entre ellos almacenar y ofrecer agua limpia, aire puro, absorber dióxido de carbono y producir oxígeno, así como fuentes de alimentos y de madera. Extinguir eso, significa degradar nuestra propia existencia y condición humana. Esos servicios naturales, que son gratis e irremplazables, sin duda valen mucho más que la madera o que los pastos para el ganado, o que el gas esquisto o el petróleo, o…lo que quiera usted poner. Y no lo estamos valorando lo suficiente, sobre todo algunos responsables con poder para hacer lo que se debe hacer.
No podemos seguir tolerando ejemplos como el de Paraguay, que en solo 13 años convirtió el 78 por ciento de su superficie selvática en grandes extensiones de plantaciones de soja. Como quien arrasa con el patio de atrás lleno de hierbajos. Y no es el único caso vergonzoso. ¡Qué va! Los estudios realizados demuestran que el 25 por ciento del mayor bosque europeo, 900 kilómetros al norte de Moscú, fue talado para la industria maderera. ¡Pillados in fraganti, sinvergüenzas! Y en el Congo, donde está la segunda mayor selva del mundo, el 17 por ciento se perdió por la tala, la minería y la construcción de caminos. Y esta gentuza sigue licitando vastas áreas de bosques para iniciativas madereras. A ellos sí que había que talarlos.
El caso de la Amazonia ya es de juzgado. La deforestación se inicia con la construcción de caminos, a menudo vinculada a las industrias madereras y extractivas. En países como Brasil y Paraguay, la principal razón es la adopción de la agricultura a gran escala, por lo general para cultivos de exportación. O la explotación minera. O la caza de animales. O lo que sea.
Lo importante de estos exhaustivos estudios con imágenes por satélite es que van a ayudar a las compañías y gobiernos comprometidos con la sostenibilidad a determinar qué áreas pueden evitar cuando extraen productos como madera, aceite de palma, carne y soja. Los esfuerzos del mercado deben aumentar y concentrar más apoyo, dada la fragilidad o corrupción de los gobiernos en muchos de estos países.
El objetivo de conservación también debe comprometer más eficazmente al Forest Stwearship Council, un programa de certificación voluntaria que fija estándares para la gestión forestal, para desempeñar un papel más firme y mejorar sus parámetros para proteger mejor la naturaleza.
En suma, sin aplicar medidas urgentes para detener la deforestación, va a ser difícil que quede una selva o un bosque de gran tamaño y virgen para fines de este siglo. Cambiar este camino está en nuestras manos. También las de los ciudadanos de todo el mundo.