Persecución de cristianos
La persecución y el acoso de los cristianos en todo el mundo se ha convertido en una señal de la desintegración social y la intolerancia que se vive en muchos países.
No sólo vivimos un genocidio cristiano en tierras del Islam, donde los cristianos son asesinados brutalmente y perseguidos con violencia, sino que también en Occidente experimentamos el acoso mediático y social a los cristianos. Los medios de comunicación y muchos políticos amparan cualquier confesión religiosa que no sea el cristianismo y movimientos laicos, aunque defiendan posturas vacías de valores. Se margina a las personas que defienden su fe en público y se arrincona cualquier manifestación cultural, pensamiento intelectual o noticia que tenga que ver con el cristianismo.
Actualmente, los cristianos son exterminados en países musulmanes, pero a nadie le importa, los informativos no tratan el tema cada día como hacen con otros asuntos, y apenas se presta atención a aquellos casos en los que los cristianos son marginados, insultados o ridiculizados en las sociedades occidentales.
Gobiernos y políticos pactan con radicales del islam por ignorancia o por congraciarse con una parte de la sociedad mientras escatiman las ayudas a los movimientos y ciudadanos cristianos practicantes.
El ataque más peligroso contra el cristianismo procede del interior del tejido social de los países occidentales, que está perdiendo a pasos agigantados los valores cristianos que han permitido cultivar una ciudadanía libre, solidaria, democrática y avanzada. Ser cristiano no sólo implica una fe, sino que aporta una serie de valores sustanciales que han permitido construir el mundo de progreso y convivencia que tenemos. Y que ahora estamos destruyendo desde dentro con medidas que marginan y vacían el cristianismo. La desintegración social no es una casualidad, es producto de décadas de erosión de los valores cristianos y ciudadanos de las sociedades libres que primaban el saber pensar.
Occidente ha prosperado por sus valores cristianos en gran medida. Al abandonarlos y acosarlos, nos asomamos como sociedad al abismo de una destrucción social que ya vivimos y que fomenta episodios de violencia e intolerancia cada vez más graves.
Hoy, como hace dos mil años, el cristianismo tiene la clave para construir un mundo mejor. Ignorar esto es condenar al mundo a un presente y un futuro cada vez peor. Podremos tener una tecnología maravillosa, pero si no tenemos valores, fe ni sentimientos nobles, estamos condenados de antemano como ciudadanos y como sociedad.