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Libros, crisis y best sellers

La situación del libro en España es gravísima y amenaza con arrasar a las editoriales que publican libros de calidad y a los autores que no se ciñen a los temas de moda. La crisis y el poco nivel cultural y literario en general dejan un panorama desolador. Así, el pasado año 2012 los autores vendieron la mitad que hace cinco años, y eso los más vendidos. Los demás rozan cifras miserables de ventas que condenan al sector a un empobrecimiento cultural y económico alarmante.
Veamos las cifras referidas a España para que se nos caiga el alma a los pies. En los últimos tres años, el negocio del sector editorial ha bajado por lo menos un 20% y la venta de libros está actualmente en los mismos niveles que en el año 2002. De acuerdo a las estimaciones de los editores, a finales de 2012 el sector había experimentado una caída de entre un 10 y un 11% (en el primer trimestre se llegó a hablar de hasta el 20%) y la facturación pasó de 2.800 millones a 2.450, lo que se traduce en una pérdida de alrededor de 350 millones de euros en sólo un año.
No toda la culpa es de la crisis, muchos lectores también la tienen y no sólo por piratear libros, que también. Es incomprensible y vergonzante que en lo alto de los más vendidos en España se sitúe una trilogía erótica de ínfimo nivel (con 1.311.419 según los datos de Nielsen correspondientes a diciembre) y que obras infinitamente mejores apenas tengan ventas (por ejemplo, la última novela de Arturo Pérez Reverte, «El tango de la guardia vieja», con 39.271 ejemplares vendidos por esas fechas, o «Los litigantes» de John Grisham, con 4.777 vendidos por entonces). Ni qué decir tiene que autores con buenas obras o con menos promoción y editoriales más pequeñas deben conformarse con ventas exiguas que apenas alcanzan para mantener la actividad o que directamente condenan al cierre.

Ni siquiera un autor tan conocido como Ken Follett (161.534 ejemplares vendidos de «El invierno del mundo», desde que saliera a finales de septiembre del año pasado), o de prestigio como Javier Marías, que acumula 8.678 ejemplares vendidos de su última obra, «Mala índole», según Nielsen, se libran de la caída de ventas brutal. Y eso que esas cifras ya las firmaría cualquier autor de los que publican actualmente con mayor calidad incluso pero a los que el público lector da la espalda para gastar su dinero en auténticas tonterías. Y eso es lo sangrante, que la ignorancia esté condenando a tantos buenos autores y buenas editoriales, casi todas pequeñas y medianas, que hacen muy bien su trabajo.
Un vistazo a otras ventas nos dibuja lo que está pasando: autores como Andrés Trapiello (6.743 ejemplares de «Ayer no más» desde el 1 de octubre), Luis García Montero (5.691 ejemplares de «No me cuentes tu vida» desde principios de octubre) y Antonio Gala, 1.706 ejemplares de «Quintaesencia» desde su lanzamiento a finales de noviembre. O «El ángel esmeralda» de Don Delillo con 2.002 ejemplares desde el 1 de octubre, y los 4.737 ejemplares vendidos de «La gran casa», de Nicole Krauss; datos que reflejan la caída descomunal en las ventas. Y eso que son figuras literarias reconocidas y apoyadas por enormes máquinas de promoción.
Todos sabemos que en España hay crisis, pero no es excusa para algunos comportamientos, léase pirateo, el leer gratis a toda costa o lo más barato posible (que hace inviable de hecho el trabajo de escritores y de todo el sector editorial), o leer obras de moda aunque sean malas malísimas (trilogías eróticas, libros de presentadores/as televisivos, etc), mientras la calidad se va por el desagüe.
A cada uno lo suyo y si las editoriales han inflado sus precios en papel, algo que ya se está corrigiendo (aunque reducir de cierto límite es imposible si queremos hacer viable el trabajo de los implicados en el sector), la edición en ebook y la política de precios bajos no ha frenado la sangría económica. De hecho, a mayor oferta legal en formato digital, hay mayor piratería. Esto tiene que ver más con el nivel cultural de la gente y con el poco respeto al trabajo ajeno. Al menos de una parte de esa población lectora. También implica que las políticas oficiales contra la piratería no funcionan, ni son eficaces y es preciso adoptar medidas reales y que sirvan para atajar el problema en serio. De lo contrario, el daño seguirá hundiendo el sector y a este paso los lectores tendrán que leer auténtica basura, que es lo que tendrán por no implicarse y no costear el precio de lo que vale un buen libro.
Dos de las consecuencias ya están aquí y son la reducción de títulos publicados, que ha sido del 8%, y sólo es el comienzo de un camino en descenso, y el aumento de la piratería de ebooks.

Datos importantes a tener en cuenta: la industria editorial mueve anualmente en España cerca de 3.000 millones de euros, un 0,7% del PIB, cifras ahora en descenso, y da empleo directo e indirecto a más de 30.000 personas. Todo ello y la CULTURA con mayúsculas está amenazado por el problema de la piratería y del nivel cultural y los comportamientos de una gran parte de la población.
Además, a los datos de reducción de títulos publicados en papel hay que añadir también la reducción de ingresos procedentes de las ventas para las editoriales, que se sitúa alrededor del 12%, de acuerdo con los datos de Nielsen. Vale que esta caída es en parte producto de una enorme crisis de consumo, pero también del incremento imparable de la piratería (una cuestión de cultura del lector, de no respetar el trabajo ajeno). Todos los análisis ponen de relieve que España va por delante de otros países europeos en la venta de dispositivos de lectura sin que esto se traslade en un aumento proporcional de las ventas digitales y sí del pirateo puro y duro. Si esto es lo que integra la “Marca España”, apague y vámonos. Cortarlo de raíz y ayudar al sector del libro con medidas eficaces corresponde a las autoridades pertinentes. Ya veremos.
De entrada, lo más importante sería estimular y promover la responsabilidad de los ciudadanos y, en especial, de los lectores, para incentivar la compra de libros y evitar el pirateo, así como acabar con esa idea extendida de que el escritor escribe para que lo lean y pagar por su trabajo no es importante. Lo es y mucho. Hay que leer, pero también pagar por lo que se lee. Como se paga por lo que se viste, lo que se come, lo que se viaja, etc, etc.
No hacerlo es condenar a la sociedad a un presente y un futuro de libros de ínfima calidad y cada vez peores, amén de hundir todo un sector productivo.




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