La CIA en el punto de mira
La reciente reunión del presidente Obama con la cúpula de Seguridad Nacional e Inteligencia, en la Sala de Situación en la Casa Blanca, ha sido de todo menos tranquila.
Obama se ha mostrado molesto y enfadado por el intento de ataque terrorista fallido en Detroit y ha declarado que el incidente ha dejado al descubierto fallos inaceptables de Inteligencia, que la información que se tenía no fue debidamente analizada y cruzada con otros datos, y que no volverá a aceptar ni tolerar fallos de seguridad.
Quizá si su prioridad desde el principio hubiera sido la Seguridad Nacional, ahora no tendría que estar abroncando a media Administración y enfadándose consigo mismo. Porque, le guste o no, los fallos, que sin duda los ha habido, se deben a una política y unas directrices que ha marcado su Administración y sus cargos políticos. Cuando las prioridades cambian, cuando no se deja hacer el trabajo como se debe, estos fallos se producen inevitablemente. Sucedió el 11/S, cuando se venía de una política de laxitud en temas de seguridad bajo la presidencia Clinton, que George W. Bush aún no había corregido, y ahora de nuevo.
En el caso del terrorista nigeriano, Umar Farouk Abdulmutallab, es cierto que ha habido algunos fallos lamentables y descoordinación, pero lo es igualmente que este ataque fallido en Detroit ha sido posible porque desde las más altas instancias se han desoído los llamamientos e informes de algunos asesores militares y de Inteligencia para potenciar las operaciones en Yemen desde hace meses, donde se planificó el ataque. Operaciones que ahora se están intensificando, pero que deberían haberse realizado hace tiempo, sin tantos miramientos de cara a la opinión pública y los medios de comunicación, con los que ha querido congraciarse el presidente. No se puede atar las manos a las Agencias de Inteligencia y después exigirles por qué no las mueven.
Al atacar a la CIA y los Servicios de Inteligencia, Obama está intentando desviar la atención sobre sus propias responsabilidades en los acontecimientos de Detroit y Khost. Quien conoce el trabajo de Inteligencia, sabe perfectamente que los riesgos siempre existen cuando se colabora con informadores o agentes externos. En el caso del terrorista suicida, Humam Khalil Abu-Mulai al-Balawi, autor del asesinato de los siete agentes de la CIA, no se trata de un error garrafal en la seguridad como se intenta vender a la opinión pública. Se trataba de un informador, procedente de la Inteligencia jordana, que ya había proporcionado informaciones valiosas a la Agencia que permitieron abortar ataques terroristas en Jordania y eliminar dirigentes de Al Qaeda. Esto le daba credibilidad, cierta libertad de movimientos y acceso. Y es lógico que fuera así; no se puede colaborar con nadie si no hay un mínimo de confianza.
El fallo ha sido no evaluar a tiempo ciertas estimaciones que apuntaban a que en realidad era un agente doble de Al Qaeda. Un dato que fue pasado por alto por los responsables. Pero como es sabido en Inteligencia, al aceptar colaboradores externos, cierto grado de riesgo de un agente doble siempre existe y debe ser tolerado en base a la calidad de las informaciones que se puedan obtener. Como era el caso.
El presidente Obama puede declarar todo lo alto y enfadado que quiera que no tolerará más fallos de seguridad, pero el trabajo de Inteligencia necesita cierto grado de riesgo para funcionar, sobre todo en la captación de información de fuentes “Humint” (humanas) y de un marco de coordinación más dinámico y flexible del que su Administración ha impuesto.
Lo que se debe corregir urgentemente son las directrices, protocolos, y procedimientos internos que marcan los niveles de peligrosidad y riesgo de los datos recogidos para que puedan ser analizados y cruzados en tiempo y forma adecuada. En esto la CIA sí tiene trabajo por hacer, al igual que las demás Agencias de Inteligencia y Seguridad Nacional, así como en el enfoque y estrategias que se están siguiendo actualmente en la guerra antiterrorista.
Obama intenta desmarcarse de los errores y fallos que han rodeado el intento de ataque el día de Navidad en Detroit y en la base de la CIA en Khost (Afganistán), pero lo cierto es que tiene una responsabilidad elevada en lo que ha sucedido, por las políticas internas que ha propiciado y que sigue acumulando fallos. Por ejemplo, el encausamiento de Umar Farouk Abdulmutallab, autor del fallido ataque en Detroit, por la justicia civil, en vez de la militar, como sería más efectivo.
Los acontecimientos ya le han obligado a dar marcha atrás en la puesta en libertad de los presos yemeníes de Guantánamo, dado que con una alta probabilidad pasarían a engrosar de nuevo las filas de Al Qaeda. No será lo último que le obligue a cambiar de planteamientos.
Las nuevas reglas de seguridad de la Administración de Seguridad en el Transporte (TSA) enviadas a las aerolíneas, que ya han entrado en vigor, exigen que los pasajeros con destino a Estados Unidos, que inicien su viaje o hagan escala en Cuba, Irán, Sudán, Siria, Afganistán, Argelia, Irak, Líbano, Libia, Nigeria, Pakistán, Arabia Saudí, Somalia y Yemen, sean sometidos a revisiones de cuerpo completo mediante escáneres avanzados. Sólo es un paso de los muchos que hay que dar, pero quedan pendientes los más importantes y urgentes.
La gestión que haga a partir de ahora de este asunto la Administración Obama, que afecta directamente a la Seguridad Nacional, será decisivo para el presidente y su futuro político.
No se va poder esconder de su responsabilidad tras los fallos de las Agencias de Inteligencia, porque éstos son en gran parte inherentes a la dinámica del trabajo de recogida y análisis de información. Siempre los hubo y siempre los habrá. La dirección y la gestión que se hace del trabajo de Inteligencia sí marcan una diferencia sustancial en los resultados.
Algo que Obama está aprendiendo ahora con dureza. Y le molesta. Pero él es el presidente de Estados Unidos, no las Agencias de Inteligencia, que habitualmente vienen bien para cargarles el sambenito de todos los errores, con razón o sin ella, pero que no siempre tienen la responsabilidad absoluta. Ni mucho menos.
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