Feminismo, discriminación y victimismo
El asunto da para una tesis doctoral, como mínimo, pero un análisis básico nos ofrece ya algunas claves interesantes. El feminismo contemporáneo ha convertido la discriminación de la mujer, la real y la ficticia, en un discurso político y social recurrente que cae siempre en el victimismo, en la manipulación de los datos y la información, la exageración de los hechos y la radicalización de lo políticamente correcto hasta caer en lo absurdo. Y no es cosa de cuatro feministas ultraradicales, aunque éstas llevan la voz cantante, sino que el fenómeno se extiende por todas las clases sociales y por todo el mundo, impulsado por un lobby feminista poderoso y peligroso. Incluso alcanza a sectores conservadores que caen en esa demagogia feminista porque es popular y da votos. El sentido común y la lógica quedan marginados y atacados con fiereza. Cualquiera que se atreva a contrariar este discurso político feminista y alzar la voz es inmediatamente tachado de machista y misógino, eso para empezar. Después le siguen los habituales: fascista, ultraderechista, retrógrado, cavernícola o cualquier otro calificativo que desprestigie a quien ose manifestarse en contra de esas posturas con argumentos sólidos y buenas razones.
La discriminación hacia las mujeres, que en realidad ya pocas veces se da en las sociedades modernas, ha sido adoptada como coartada por las feministas y los feministos (una especie de lo más exótica producto de este discurso ultrafeminista y sus desmanes) para manipular abiertamente todo lo que quieran. El resultado es que tenemos generaciones enteras de jetas que se esconden en la falsa discriminación y el victimismo para reclamar supuestos derechos hasta el infinito y más allá, para cambiar roles sociales y personales, para establecer una sociedad adaptada a su visión del mundo. Por supuesto, una visión feminista en la que el hombre ocupe el lugar que ellas quieran. La manipulación es brutal y no se ciñe a la información que divulgan las feministas y sus medios afines, sino que abarca directamente capas sociales de mujeres de lo más diversas, que se aplican aquello de que: “a río revuelto, ganancias de pescadores”, pero sustituyendo “pescadores” por “mujeres”. Es decir, la jeta elevada a la décima potencia, escondida tras la útil “discriminación”, que lo mismo va bien para ampliar cuotas femeninas en empresas (aunque no lo merezcan y sean malas trabajadoras a más no poder), que para ganar “derechos” sociales, laborales y familiares.
Olvídese de justicia y demás, las feministas y todas las que defienden este discurso político, se declaren o no feministas, lo que buscan son ventajas a toda costa y cambiar aquello que no les gusta. Aquello de “discriminación positiva” para ellas no es discriminación mala… porque las beneficia, por supuesto. La manipulación que practican retuerce el término “discriminación” para hacerlo socialmente válido cuando no lo es en absoluto.
Hay una realidad que no se quiere ver en estos tiempos de lo políticamente correcto: muchas de las dificultades que sufren las mujeres nada tienen que ver con que sean mujeres (algo que hoy día está super incentivado), sino con el hecho de que muchas de ellas no son lo suficientemente competentes, inteligentes, hábiles o carecen de cualidades como el liderazgo, la determinación, la disciplina o la perseverancia. Los fracasos de las mujeres, ya sean profesionales o en el ámbito social o familiar, no pueden achacarse continuamente a esa coartada recurrente al machismo o la misoginia. Es la típica excusa de las caraduras, el discurso del victimismo enarbolado contra todo y contra todos, para evitar afrontar las propias responsabilidades, las decisiones personales, las elecciones de cada cual y las propias limitaciones.
Así, la culpa siempre es del otro, del hombre, generalmente, o de mujeres con criterio propio que no abrazan el discurso del feminismo y muestran personalidad (de estas mujeres también hay, pero a los medios no les interesa mostrarlas).
El discurso de la discriminación es hoy manipulado no con descaro, que también, sino con auténtica desvergüenza social, y adoptado como coartada por un sinfín de mujeres que buscan hacer una lectura interesada y nada objetiva de la información y los datos.
Actualmente, pocos somos los que nos atrevemos a hacer frente al feminismo, que se ha extendido como una plaga en una amplia gama de ideas y comportamientos completamente radicales y se enfanga en defenderlos atacando a degüello a quien se opone, los critica o los denuncia. El uso del victimismo femenino, que defiende que la culpa de todo lo que las mujeres no han logrado o no pueden lograr es de los hombres y de la discriminación sexista, se ha convertido así en un arma de manipulación masiva que está perjudicando gravemente al conjunto de las mujeres, a la sociedad en general y, por supuesto y sobre todo, a los hombres en particular. La razón es que este victimismo impide que se haga un buen diagnóstico de los problemas que afectan a hombres y mujeres, introduciendo la variante de la manipulación de los hechos, que destroza cualquier análisis serio.
Uno de los temas recurrentes para feministas y mujeres pseudofeministas es que la igualdad aún no se ha conseguido en las posiciones de decisión y poder. Si se analizan los centros de poder, empresas, etc, vemos claramente que la desigualdad y la discriminación no existen, que han sido ampliamente superados, y si no hay más mujeres en esos puestos es por una falta de competencia y cualidades, o porque simplemente ellas no se presentan a esos puestos. Algo que muchas no asumen; es más fácil y populista echar la culpa a la discriminación.
Hoy vivimos en sociedades avanzadas que ofrecen las mismas oportunidades, ya sea en Estados Unidos o en Europa, y no es de recibo ni se sostiene el discurso de la discriminación de género. Todas las mujeres pueden elegir libremente: trabajo, familia, desarrollo profesional, etc. No hay nada ni nadie que se lo impida. No valen excusas de malas perdedoras, malas madres, malas trabajadoras, malas mujeres, malas amantes y malas competidoras. Muchas mujeres en el pasado y en el presente lograron y logran vidas plenas, satisfactorias y felices en condiciones difíciles y peores que las que denuncian las feministas, pero ellas no usaron ni usan el discurso del victimismo. Ellas no eran ni no son caraduras ni sinvergüenzas. Eran y son mujeres de verdad como algunas no lo serán jamás.
Las mujeres necesitan comprender que la igualdad de oportunidades no significa que el mercado y la sociedad deba adaptarse a su particular visión del mundo, que esa igualdad implica tomar decisiones como adoptar roles tradicionales familiares o entregarse a una carrera profesional con entrega, que si quieren las dos cosas hay un precio a pagar y que eso no es machismo, es la vida.
El discurso feminista pretende hacer creer que todo lo que hacen las mujeres es guay y mejor que lo que hacen los hombres. Pero esto simplemente no es cierto. Es una filfa, una ilusión, una mentira. La realidad es que hay algunas mujeres increíblemente buenas, que además no son feministas ni por asomo, y muchas mujeres mediocres con ansias de ser especiales, sólo por ser mujeres. Y esta es la realidad. La excelencia se gana haciendo cosas extraordinarias o por ser una mujer de verdad. No por ser una mujer feminista con aires de superioridad o de igualdad, o lo que es lo mismo: la típica mujer plasta.
El feminismo ha construido un mundo de mitos de los que se sirven muchas mujeres e instituciones para seguir medrando. Es el discurso políticamente más seguido, impulsado, artificial e innecesario de los tantos que abundan actualmente, lleno de falsas ideas impuestas por los grupos radicales feministas y seguidas por millones de mujeres en todas partes porque dicen lo que ellas quieren escuchar, como aquello del denominado “techo de cristal”, uno de los conceptos más aplaudidos y engañosos del feminismo, o el cambio de roles sociales, que tampoco se ajusta a la realidad ni a la biología.
Como demuestran todos los estudios serios realizados en Estados Unidos, Gran Bretaña, Canadá, España, Alemania, etc., otro mito feminista que se ha extendido, más falso que las tetas operadas de… (le dejo que ponga aquí el nombre de quien quiera), es el de que las mujeres son biológicamente superiores, más inteligentes y genéticamente pacifistas; a cada cual una tontería mayor y totalmente falso, teorías desmontadas científicamente, pero que calan socialmente porque es la imagen que les interesa ofrecer a las mujeres y al lobby feminista.
Muchos medios callan, algunas mujeres también, y los hombres ni les cuento, por miedo a la repulsa y el rechazo social de temas que ahora no son políticamente correctos. No es mi caso, que pretendo arrojar luz sobre estas cuestiones desde la libertad de pensamiento, cuestionando el discurso del victimismo y la discriminación, que se ha demostrado falso, y hacerlo con la valentía de quien confía más en las mujeres inteligentes que saben pensar y opinar libres que en las mujeres manipuladoras, jetas y defensoras de las ideas feministas que hacen propaganda sobre la igualdad desde la mentira y la reivindicación agresiva y radical.
Un análisis serio y riguroso pone de relieve enseguida que ya no quedan tabúes por romper ni límites para nadie, ya sean hombres o mujeres. Sin embargo, el feminismo sigue en una guerra abierta contra el hombre y denostando el rol tradicional de las mujeres en las familias y la sociedad, menosprecia las tareas del hogar y el cuidado de la familia, arrincona el papel de la mujer como madre, y se centra exclusivamente en el papel social de la mujer, estigmatizando a cualquiera que se atreva a defender públicamente el importante rol tradicional de la mujer.
El discurso político feminista, que toleran y defienden muchas mujeres con abierta ignorancia, y hay que decirlo así porque es cierto, que busca convertir a la mujer y a todo lo femenino en paradigma de lo bueno, lo positivo y lo megaguay, hace más necesario que nunca defender a los hombres y sus valores plenamente masculinos, sin idioteces feministas, esos valores que saben reconocer la valía femenina cuando esa valía es real, y a la mujeres que no son feministas, pero sí muy femeninas 😉
El feminismo, la discriminación y el victimismo son hoy conceptos de un discurso manipulado que cada vez se quita más la máscara y que incluso millones de mujeres se atreven a denunciar a través de las redes sociales (ya hay grupos organizados bajo el lema: “soy antifeminista por las siguientes razones….”.
Razones es a lo que no atiende este pensamiento feminista, profundamente censor, que te quita la palabra y el derecho a opinar libremente a las primeras de cambio, sobre todo y ante todo si además eres hombre, y un hombre inteligente y con argumentos.
Para completar este reportaje, lo he ilustrado con un sano humor gráfico para que lo disfruten. Si se dan cuenta, las feministas y demás especies que apoyan esta ideología, han perdido completamente el sentido del humor. ¡Qué lástima de mujeres echadas a perder! Con la necesidad que hay de buenos hijos y mujeres dedicadas a sus labores 🙂