El general Stanley McChrystal ha puesto al Presidente Obama frente a una de las grandes decisiones que deberá tomar, y que afectará profundamente el curso de la guerra en Afganistán y la guerra global contra el terrorismo.
El envío de más tropas y material, como solicita McChrystal, y la nueva orientación de la estrategia en Afganistán, para luchar contra los Talibán, y en Paquistán para hacer frente a los núcleos de Al Qaeda, son decisiones que marcarán la presidencia de Obama.
Las dudas del Presidente, evidenciadas por su aplazamiento de la decisión, no hacen sino reflejar su falta de claridad de ideas y la inseguridad por el camino que ha de tomar.

Es cierto que el tema es verdaderamente complejo, con al menos tres frentes abiertos de difícil abordaje: Al Qaeda, los Talibán, y la estabilización de Afganistán. Todos relacionados, pero con líneas independientes, que los hacen más difíciles de tratar. Porque una cosa es combatir a los Talibán, y otra a Al Qaeda.
Pero esto no quita para que Obama esté demostrando una enorme tibieza en este momento crucial. Una inseguridad que le puede costar muy caro, porque la opinión pública empieza a ser muy crítica con su gestión de la guerra en Afganistán.
De momento, el presidente ya ha declarado que no habrá reducción ni retirada de tropas. Eso está bien, pero no es el debate. La cuestión que plantea McChrystal y todos los altos mandos militares, con el apoyo de David Petraeus, el ex candidato presidencial John McCain, y los Republicanos, es un refuerzo de entre 10.000 y 40.000 soldados, medios y recursos adicionales, y una nueva estrategia, que permita derrotar a los Talibán de forma contundente, liquidar las bases de Al Qaeda, evitando que regresen al país, y controlar Afganistán globalmente, y no sólo ciudades o regiones específicas.

La decisión es urgente y Obama debe definirse. Su gestión hasta ahora ha provocado ya una cuarta parte de todas las bajas en Afganistán, que se han producido en 2009, y una creciente inseguridad.
Por supuesto, la mayoría de los medios de comunicación (esos mismos que asaltaron a Bush con instinto depredador) no están criticando, cuestionando, ni atacando a Obama. Sería deseable que ese mismo respeto por las decisiones presidenciales se extendiera también a las posturas políticas de los Republicanos y del anterior presidente. Sería deseable objetividad. Pero vamos a dejar los deseos para Navidad y la época de los milagros.

En un breve plazo de tiempo veremos si Obama es capaz de escuchar al pueblo estadounidense, que en un 65 por ciento (según la encuesta realizada por la Quinnipiac University) opina que aún merece la pena seguir combatiendo en Afganistán para eliminar el terrorismo, y de actuar como el Comandante en Jefe que necesita Estados Unidos en estos momentos.