Es otra de esas realidades que encontramos en el mercado editorial actualmente. La sobreoferta de libros provoca distorsiones evidentes y situaciones no deseables. Una de las más importantes es la acelerada rotación de títulos en las librerías y centros comerciales, de manera que la llegada de nuevos libros empuja a los anteriores al almacén para dejar espacio en una carrera absurda que condena a muchos títulos a aparecer sólo unas semanas en las estanterías.
La segunda consecuencia es incluso más grave porque de ahí a la descatalogación de algunos títulos va un paso, de forma que los lectores se encuentran con problemas a la hora de encontrar libros incluso de reciente publicación, convirtiéndose en una odisea de búsqueda o en pura suerte el poder hallarlos.

La abundancia de libros tiene un aspecto positivo y es la amplia variedad de títulos que tienen los lectores donde elegir, pero indudablemente se convierte en un arma de doble filo porque las grandes editoriales trabajan los libros como algo puramente de moda, de manera que hay temporadas con sobre oferta de un género literario y con la desaparición de títulos en apenas unos meses para dejar paso a los nuevos. Esta exuberancia de libros publicados también es negativa porque impide que los lectores puedan asimilar la oferta de títulos que merecen ser leídos y dificulta la selección entre tantas novedades, que es casi imposible seguir el ritmo con una lectura normal.
Luego está la devaluación de algunos libros, que son arrinconados y vendidos más tarde como saldos, aunque sean buenas obras, lo que traslada de alguna forma el mensaje de que no son tan buenas, lo que es una mancha para el libro en cuestión y una injusticia, porque estar entre esos saldos es más cuestión de política editorial que de calidad.
La corriente editorial que impera se está uniformizando con los gustos de los consumidores masivos, editando libros cada vez más baratos y de peor calidad, fácil de leer y de olvidar, de sustituir y relegar al almacén. Es la extensión a los libros de la cultura del consumo del usar y tirar que se impone en todo, incluso las relaciones sociales y sentimentales, y que tanto daño estructural está haciendo a las sociedades modernas.

El buen lector necesita ahora más que nunca explorar entre los libros publicados, sin importar si son novedades o editados años atrás, es la única forma de encontrar esas joyas dignas de leer. Lo deseable es que las editoriales seleccionen más y publiquen menos, renovando pero haciéndolo con criterios que hagan la lectura asequible y no una carrera contrarreloj para seguir las novedades, muchas de ellas prescindibles; cuidando con esmero las cubiertas externas y los contenidos internos, con una edición de más calidad, pocos libros pero más cuidados y más interesantes.
Necesitamos racionalizar la edición y la lectura para subsanar el problema de la descatalogación de títulos y que siempre haya en stock, evitando situaciones en las que los lectores cuando desean comprar determinado libro ya no lo encuentran. Necesitamos dar tiempo para editar bien y para que los lectores lean, y no convertir esto en una frenética carrera para ver quién publica más (y generalmente prescindibles) novedades. La prioridad en la edición de libros debe ser calidad y no cantidad, visibilidad y no rotación absurda, y pedagogía de la lectura para formar más lectores activos que puedan asimilar la oferta de títulos.