Trump contra la cultura de la cancelación
La batalla de Trump contra la denominada cultura de la cancelación de los demócratas define en gran parte la política actual. Nadie como Trump ha combatido tanto y tan activamente este fenómeno socialista que pretende cancelar hechos históricos y culturales, valores judeocristianos y tradiciones occidentales.
En cada ocasión que tiene, Trump denuncia esa cultura de la cancelación y los intentos demócratas de reprimir la libertad de expresión, que cuentan con la ayuda de las empresas tecnológicas y de redes sociales para silenciar las opiniones y los puntos de vista conservadores y, en realidad, de todos cuantos no acepten esa agenda social comunista.
«El objetivo de la cultura de la cancelación es hacer que los estadounidenses decentes vivan con el temor de ser despedidos, expulsados, avergonzados, humillados y expulsados de la sociedad como la conocemos», declaró Trump al aceptar la nominación de su partido durante la Convención Nacional Republicana. Sus palabras están más vigentes que nunca y cargadas de razón. Cada vez son más las personas que son censuradas y más los hechos y acontecimientos que son cancelados, ya sea en la vida política, social, cinematográfica, literaria, empresarial, deportiva, etc.
De lo que trata esa cultura de la cancelación es de eliminar libertad y puntos de vista para conformar un mundo global uniforme en el que se censura abiertamente cuanto discrepa de un enfoque izquierdista.
Los demócratas han utilizado y utilizan esta herramienta de forma habitual contra Trump, quienes lo apoyan y defienden, y también contra la propia historia de Estados Unidos. El impulso para eliminar los nombres confederados de bases militares americanas fue un caso de cancelación; también todos los intentos por suprimir películas clásicas, incluso de Walt Disney, que consideran que no son suficientemente progres o no incluyen suficientes negros, minusválidos u otras minorías diversas. El fenómeno se les ha ido de las manos y está desquiciado. De nuevo las palabras de Trump son acertadas y resumen bien la situación: «La turba desquiciada de izquierda está tratando de vandalizar nuestra historia, profanar nuestros monumentos, derribar nuestras estatuas y castigar, cancelar y perseguir a cualquiera que no cumpla con sus demandas de control absoluto y total».
Se puede decir más alto, pero no más claro. Unas de las últimas cancelaciones ha sido la censura y prohibición de Trump en las redes sociales. Facebook, Twitter, Youtube, Instagram… Las empresas tecnológicas, aliadas de los demócratas, ejercen una supresión de la presencia de Trump en las mismas en su afán de censurar sus opiniones e iniciativas. Una estrategia fallida en tanto que el presidente legítimo de Estados Unidos, cuenta con su propia plataforma para comunicarse con sus votantes y el apoyo de millones de patriotas que sí participamos en las redes censoras haciéndonos eco de todo cuanto dice Trump. Ni siquiera los habituales trol que utilizan pueden evitar que divulguemos la verdad.
Frente a los que tratan de silenciar a los conservadores y cancelar o manipular la historia y la actualidad norteamericana, Trump ha respondido con llamamientos frecuentes para que los conservadores devuelvan los ataques dejando de comprar productos y de apoyar a las empresas que participan de esa cultura de la cancelación y la censura.
Una de las grandes batallas en este frente tiene lugar entre los autores conservadores y los principales editores, la mayoría de los cuales colaboran alegremente en la cultura de la cancelación progre. Somos muy pocos los autores y profesionales que hemos resistido la tentación de no pasar por el aro de la izquierda, es decir, adaptar cualquier escrito a la agenda socialista, y de no aceptar dinero, contratos ni otras ventajas a cambio de mayor divulgación y apoyos mediáticos. Cierto que la mayoría lo hace porque no tienen más principios que su bolsillo y cuenta corriente, pero los conservadores auténticos resistimos esos intentos de comprar nuestras opiniones y creatividad. Como bien dice Adam Bellow, editor ejecutivo de Bombardier Books: «Los autores conservadores deberían tener más respeto por sí mismos que aceptar dinero de personas que los odian ideológicamente».
A medida que la cultura de la cancelación se ha acelerado, con el apoyo de los grandes medios de comunicación, casi todos en manos de izquierdistas, la presión sobre los editores y los autores ha ido a más. Nos encontramos en un momento clave para los conservadores en la industria editorial y cultural. Los grandes grupos editores están cancelando contratos con autores conservadores o que simplemente ofrecen puntos de vista diferentes al socialismo. Pasa en Estados Unidos, en España y en todos los países porque es un movimiento global. Algunos autores son rescatados por pequeñas editoriales que apuestan por ellos y otros simplemente nos independizamos de la industria editorial hace muchos años para tomar las riendas con nuestros propias editoriales, de manera que los progres jamás puedan silenciarnos ni cancelarnos.
La lucha no se ciñe a los autores, alcanza también a los ejecutivos conservadores que trabajan en los grupos editoriales, que apenas son tolerados y siempre son saboteados dentro de sus propias empresas para que no tengan influencia, prestigio o capacidad de decisión.
Actualmente, existen muchas formas de socavar un libro, una película, un disco, etc, y de presionar a un autor sobre lo que está bien decir y lo que no está bien decir, sobre lo que debe escribir o no, lo que puede grabar o no. Muchos autores conservadores se sienten tentados a colaborar con las actuales editoriales convencionales o empresas culturales dominadas por la izquierda. Es un error porque terminan siendo manipulados y utilizados. No es nada bueno dejar la cultura, los libros, la música, el cine, el teatro, etc, en manos de los socialistas. Nada bueno sale de ahí. Tampoco es positivo para el movimiento conservador ni para los autores o artistas conservadores.
Trump ha sido y es el gran referente de la lucha contra esa cultura de la cancelación que se infiltra por todas partes. Que en los sectores culturales haya autores, actores, músicos, etc, que apoyen a Trump públicamente, es el mayor activo identitario para reconocer a un buen conservador política y culturalmente.
Los grandes grupos empresariales utilizan el dinero para manipular a los conservadores y sí, son muchos los que se quedan con las 30 monedas de plata como lo hiciera Judas, pero prefiero estar del lado de los apóstoles leales y ser un conservador coherente. No busco ni quiero el aplauso de ningún progre idiotizado por sus políticas desquiciadas. Me quedo con el de las gentes de mente abierta que saben reconocer la calidad y los valores.
La cultura tradicional de Estados Unidos, la que ahora se intenta cancelar, representa la culminación de cientos de años de civilización occidental, y el triunfo no sólo del espíritu americano, sino también de la sabiduría, la filosofía y la razón con sólidas raíces judeocristianas. Sin embargo, existe un peligro creciente y que no ha cesado que amenaza esta cultura formada por las generaciones anteriores. Estados Unidos es testigo de una campaña despiadada para borrar nuestra historia, difamar a nuestros héroes, borrar nuestros valores y adoctrinar a nuestros niños en las escuelas y a los mayores en las universidades y en las empresas. Es una realidad que cualquiera puede reconocer. Esa política que han adoptado los demócratas está detrás de los intentos de destruir Estados Unidos como los conocemos, así como sus valores, historia y cultura. Una de sus armas políticas es precisamente cancelar la cultura, expulsar a la gente de sus trabajos, avergonzar y aislar a los disidentes y a los que discrepan, y exigir la sumisión total de quien no esté de acuerdo con sus postulados. Todo esto define perfectamente el totalitarismo de izquierdas, y es completamente ajeno a la cultura y a los valores estadounidenses. No puede ni debe tener cabida en los Estados Unidos.
Las palabras de Trump resuenan con más razón que nunca:
«En nuestras escuelas, nuestras salas de redacción, incluso en nuestras salas de juntas corporativas, hay un nuevo fascismo de extrema izquierda que exige lealtad absoluta. Si no habla su idioma, realiza sus rituales, recita sus mantras y sigue sus mandamientos, entonces serán censurados, desterrados, incluidos en listas negras, perseguidos y castigados”.
Esto es lo que está pasando no sólo en Estados Unidos, bajo un Biden fraudulento, sino en todo el mundo, en manos de una Camarilla poderosa que de nuevo controla los hilos del poder global.
Los conservadores verdaderos, como Trump y como otros autores que no nos dejamos comprar ni doblegar, deseamos un debate libre y abierto, no códigos de discurso, ni consignas, ni cancelamiento de la cultura y de la historia. Adoptamos la tolerancia, no el prejuicio. Creemos que a los niños se les debe enseñar a amar Estados Unidos, no a odiarlo como hace la izquierda; respetar nuestra historia, valores, y honrar nuestra bandera. Los conservadores nos mantenemos firmes, orgullosos y no nos arrodillamos ante tonterías ideológicas, raciales ni cursilerías progres, sólo nos arrodillamos ante Dios. Estos son los valores que guían a los conservadores en la lucha contra la cultura de la cancelación, los que guían nuestro esfuerzo por construir un futuro mejor para nosotros, para el país y para el mundo.
En este esfuerzo común, Trump ejerce un liderazgo indiscutible, es el referente y el bastión contra el socialismo. Quienes lo apoyamos, asesoramos y compartimos esfuerzos en esta batalla contra la cultura de la cancelación, contamos con un ecosistema tecnológico y plataformas de comunicación y herramientas para llevar a cabo esta tarea sin que la izquierda y sus poderes puedan suprimirnos de ninguna manera.
Hoy ya todo el mundo sabe y reconoce que los demócratas manipularon y robaron nuestras elecciones presidenciales de 2020, que Trump ganó por abrumadora mayoría, que luego boicotearon y asustaron a las empresas y a las personas que proclamaban la verdad para que se sometieran. Nunca nos someteremos a esa dictadura corrompida por la izquierda radical, que podría destruir nuestro país si se lo permitimos.
Desde el ámbito cultural también se lucha contra ese intento de convertirnos en una nación socialista, que no vamos a permitir.