Donald Trump
Donald Trump se ha convertido por mérito propio en el fenómeno electoral más importante desde hace muchos años. Es controvertido, carismático, arrollador, maleducado, un líder fuerte y un outsider de la política que ha puesto el panorama patas arriba.
Para empezar, es millonario pero está fuera del establishment político tradicional y dice lo que mucha gente piensa sin cortarse un pelo de su majestuosa cabellera dorada. Desde hace meses lidera las encuestas y ha ganado la mayoría de los delegados en disputa en los estados que ya han votado en el bando republicano. Sin discusión. La verdad es que ha arrasado y sigue arrasando, ha ampliado la base de votantes del Partido Republicano y logra un voto transversal: de blancos, hispanos, negros, hombres, mujeres, licenciados universitarios, trabajadores de la industria, financieros, amas de casa… Por votar, le votan desde republicanos hasta demócratas moderados e independientes.
Ni siquiera una cobertura enfocada a vilipendiar y menospreciar su figura por parte de la mayoría de los medios de comunicación nacionales e internacionales, que van a degüello contra él, ha logrado parar su carrera electoral. Acusaciones de todo tipo y comentarios que lo desprestigian se suceden por todas partes, fuera y dentro del partido, dentro y fuera del país. Lo mismo que sucedió en su día con Ronald Reagan, al que todo el mundo atacaba sin piedad hasta que ganó de forma arrolladora por voluntad popular.
Lo único que le falta para pulverizar a Hillary Clinton, la ungida por los lobbies para disputar la presidencia en noviembre desde las filas demócratas, es el apoyo sin fisuras del Partido Republicano, que debería unirse en torno a Donald Trump si finalmente consigue la mayoría de delegados para la convención republicana en Clevelad (Ohio) o al menos tener muy en cuenta a sus millones de votantes en cualquier ticket electoral que se forme, dado que por ahora es quien más delegados y estados va ganando. No se puede obviar que Donald Trump es el candidato que más gente está arrastrando a los mítines y el que mayor poder de convocatoria tiene. Solamente Bernie Sanders, en el bando demócrata, ha logrado movilizar también a miles de personas con un encendido entusiasmo. Donald Trump habla con honestidad, algo en lo que falla clamorosamente Hillary Clinton, que si no fuera por el apoyo de los lobbies y el establishment del Partido Demócrata, estaría fuera de esta carrera electoral desde hace mucho tiempo. Hasta Sanders la está eclipsando y poniendo en evidencia sus contradicciones. Trump utiliza un lenguaje directo, a veces grosero e hiriente, o muchas veces, pero que encaja bien con el sentir de millones de norteamericanos en este momento. Sin embargo, conviene no quedarse en lo anecdótico porque es muy capaz de ser analítico, tiene capacidad de decisión, de ilusionar a la gente y puede comportarse y hablar correctamente cuando quiere. Por el contrario, Hillary Clinton actúa para la galería completamente, representa lo peor de la política norteamericana: corrupción, mentiras, alejamiento de los problemas reales de los ciudadanos e ingeniería social para cambiar el país a su antojo y el de los lobbies que la apoyan. Incluso Sanders pone de manifiesto esta circunstancia.
Si se profundiza en los mensajes de Trump, comunicados de forma sencilla y cruda, se ve con claridad que ha puesto sobre la mesa problemas reales de los ciudadanos, temas que inquietan y preocupan a una gran mayoría social de cualquier raza, ideología y sexo; ha dejado las formas políticamente correctas para recuperar un discurso popular que conecta con los estadounidenses preocupados por el camino (mal camino) que lleva el país bajo las políticas de Obama y los demócratas. Su forma de hacer política ha dinamitado todo lo establecido y eso no se lo perdonan algunos estamentos que permanecen anclados en el poder durante décadas. Los ataques que está sufriendo son los peores que ha sufrido un candidato desde Reagan, y aún así está ganando.
Trump se presenta como lo que es, no se esconde, un hombre de negocios de éxito, ajeno a la política profesional y a los chanchullos de Washington, a los que, por ejemplo, tan acostumbrada está Hillary Clinton. La honestidad de Bernie Sanders, que sí lucha de verdad contra los lobbies y por los ciudadanos, explica el enorme apoyo de muchos demócratas y de los jóvenes al veterano senador por Vermont, que a poco que hubiera sido apoyado por su propio partido ya hubiera borrado del mapa a Hillary.
Trump es independiente de los grupos de presión, incluso del Partido Republicano, cuyo establishment está noqueado por el trumpismo, al igual que se vio noqueado por el Reaganismo. Trump ya es un fenómeno social. Se ve en las masas que acuden a sus mítines, largas colas para entrar a sus actos cualquier día en cualquier lugar, en el impacto mediático de sus declaraciones y en cómo ha puesto la carrera electoral rumbo a una convención abierta en la que puede pasar de todo, incluso que los delegados de los diferentes candidatos elijan un ticket potente de consenso capaz de derrotar al candidato demócrata o que Trump pacte ese ticket electoral… con él al frente. Todavía pueden pasar muchas cosas, y sin duda van a pasar. A los ciudadanos les esperan en los próximos meses sorpresas como puños. Hacía mucho que no se veía semejante nivel de democracia participativa. La redefinición del Partido Republicano, su expansión, los acuerdos internos y la presentación de un ticket electoral realmente competitivo, son cuestiones que se están dirimiendo estado por estado y que tendrán continuación en la convención republicana de Cleveland. Quizá de la convención salga Trump como candidato, o no, pero está claro que el millonario constructor de casinos y rascacielos ya ha cambiado el rumbo de la política.
Ante una candidata como Hillary Clinton, que aburre a las ovejas, que no se atreve a dar ruedas de prensa abiertas, que evita el contacto con los ciudadanos (salvo los que su campaña elige escrupulosamente), que es una marioneta mentirosa en manos de los lobbies y un vestigio de la política más rancia, el Partido Republicano tiene la oportunidad de unirse en torno a un candidato fuerte capaz de ganar las elecciones presidenciales. Ese candidato bien puede ser Donald Trump si consigue una mayoría de delegados y victorias estatales. Pero también podría incluir a Ted Cruz, Marco Rubio o John Kasich en el ticket electoral. Otras fórmulas tampoco están descartadas, con candidatos sorpresa y de consenso (Paul Ryan, Mitt Romney…). Una mayoría social ganadora se está gestando ahora mismo por todo el país. Que se logre articular y llegar a buen puerto, con Trump o sin él, va a depender de lo bien o lo mal que gestione este tema el establishment del Partido Republicano y el Team Trump (su equipo electoral).
Es el mayor desafío que vivimos este año porque todo, absolutamente todo, está abierto en estas disputadas elecciones de 2016 en las que Donald Trump ya ha dejado su impronta espectacular y en las que aún tiene mucho que decir.