La dictadura feminista
Hablar de dictaduras en pleno siglo XXI debería ser anacrónico, pero no lo es. De hecho, algunas dictaduras siguen vigentes y otras han aparecido. Entre éstas encontramos la dictadura feminista, en pleno auge, que no sólo impone un modelo de comportamiento y conducta en los hogares, o al menos lo intenta, sino que también extiende esa dictadura a los ámbitos profesionales, sociales, de los medios de comunicación, la política, la educación, etc.
La dictadura feminista se caracteriza por ejercer el control exhaustivo del hogar, la educación de los hijos, el comportamiento en ámbitos laborales, las relaciones sociales y las noticias en los medios de comunicación.
Algunos estudios sobre esta materia, tanto en Estados Unidos como en España y otros países, están alertando de una situación cada vez más frecuente: la forma en que deben responder los hombres y la definición de su rol en las familias y la sociedad frente a esa dictadura que imponen las mujeres, o mejor dicho, las feministas recalcitrantes, en la que pretenden que todos se comporten según las pautas femeninas. O sea, una auténtica barbaridad desde todos los puntos de vista, pero que gana terreno en países como España, donde la dictadura feminista tiene carta blanca y se extiende sin cesar. O entre algunas capas sociales estadounidenses, en las que también intenta echar raíces la tontería feminista. Latinoamérica es un caso aparte, donde el feminismo sigue restringido.
El hecho de que las sociedades en las que gana terreno la dictadura feminista impongan esas pautas femeninas de comportamiento, que ahora empiezan en la escuela, donde se está diluyendo el carácter masculino para extender modelos de comportamiento light y claramente afeminados, está generando enorme frustración, desánimo e incomprensión entre amplias capas sociales de hombres, e incluso también de mujeres, que no comparten esa visión social y del hogar bajo la dictadura feminista, y prefieren comportamientos más naturales y de acuerdo con sus escalas de valores y visión de la vida sin que las pretenciosas y prepotentes feministas les impongan sus opiniones.
Una de las causas que está generando más incomprensión y problemas, a nivel social y en los hogares, es que las mujeres esperan que los hombres hagan las cosas al estilo femenino, como ellas, sin comprender que esto es imposible, que hombres y mujeres tienen estilos distintos de comportamiento y de responder ante mismas situaciones. Que es la sal de la vida y un factor de enriquecimiento para todos. La dictadura feminista ataca el rol de los hombres que actúan con virilidad porque contrastan con esos comportamientos femeninos que intentan imponer como la nueva dictadura que en realidad son.
Resulta aburrido escuchar las cantinelas feministas sobre la necesidad de que los hombres actúen en el hogar, en el trabajo y en la sociedad tal y como ellas pretenden que hagan, bajo sus conductas fascistas, feministas y dictatoriales, con roles afeminados y sin dejar espacio a la identidad masculina. Esta dictadura feminista, plagada de censoras con formación universitaria, pero censoras al fin y al cabo, es uno de los factores que está destruyendo muchas sociedades desde dentro y abocando a las mismas a un enfrentamiento de género del que ya vemos muchos atisbos. Una guerra de sexos que va a dejar pequeña la guerra antiterrorista.
Las feminazis no desean vivir en equipo con los hombres, sino dominarlos, y eso ya se está cobrando vidas y situaciones que seguirán degenerando. Todas las campañas que pretenden feminizar a los hombres, sus conductas y comportamientos, están llamadas al fracaso porque luchan contra la biología y el rol de las personas determinado por la genética y miles de años de evolución.
No hay nada tan natural y bueno que hombres y mujeres se comporten como tales, sin las imposiciones de lo políticamente correcto y las dictaduras feministas sustentadas en comportamientos totalitarios.
Debemos comprender y asimilar que hombres y mujeres son distintos, que el respeto y la comprensión están bien y son necesarias, y que querer ser iguales es una bobada como una catedral de grande porque es imposible; no lo somos. Afortunadamente para todos.