El Western trasciende el cine no sólo por la calidad de sus mejores películas, sino porque reflejan en un microcosmos la historia de la Humanidad y el origen de la nación que se ha convertido en única potencia mundial, el lugar donde se venera la democracia y la libertad como en ninguna otra parte.
El género ha aportado también valores inmortales, como el honor, la justicia, el patriotismo, el concepto de familia, la oración, la fe, la sencillez, la compasión, el sentido del deber, el coraje, el derecho a la vida, el espíritu de aventura, la iniciativa, y el permanente optimismo en el futuro. Valores esenciales del conservadurismo norteamericano, y que han sido plasmados en la pantalla como en ningún otro género.

La conquista del Oeste es la conquista de la tierra y las fronteras, inflama la imaginación y el espíritu pionero. El Western ha capitalizado todo eso y lo ha reflejado en películas que son la máxima expresión del Séptimo Arte y también cultura genuinamente americana.
Hay títulos que trascienden más allá del cine y aportan elementos históricos, como “La conquista del Oeste”, (How the West Was Won, 1962), dirigida por John Ford, Henry Hathaway y George Marshall, que nos narra la gesta de los pioneros que afrontaron los desafíos de la frontera. Los tres directores construyen un film que recrea en varias partes la historia del Oeste americano, desde los pioneros y los tramperos, pasando por los colonos en expansión hacia el Oeste, la guerra de Secesión, la ley del revólver, y la llegada del ferrocarril. Un reparto de lujo con Karl Malden, John Wayne, Richard Widmark, James Stewart, Carroll Baker, Henry Fonda, y un largo etcétera, que reúne a los mejores del género.

En “La diligencia” (John Ford, 1939), encontramos la síntesis de todo buen Western: la caballería, el sheriff, el pistolero, la prostituta, los indios, el tahúr, el médico borracho….Toda la galería clásica de personajes habituales y escenas que han marcado la estela a seguir por otras películas, como la fabulosa persecución de la diligencia por parte de los indios.

En “They Died with their Boots On” (Raoul Walsh, 1941, Murieron con las botas puestas), conocemos a uno de los grandes personajes históricos del Oeste: el general George Custer, al que da vida un Errol Flynn en estado de gracia interpretativa, acompañado por una no menos extraordinaria Olivia de Havilland, y al Séptimo de Caballería, otro icono del Western. Desde West Point, pasando por la Guerra de Secesión, hasta la batalla de Little Big Horne, descubrimos la evolución del militar y el progreso de la nación en su pujanza hacia el Oeste. Grandes batallas junto con secuencias intimistas nos acercan a Custer y su papel en la Historia, siempre acompañados por el himno Garry Owen, que se erige también en protagonista de la película.

En “The Gunfighter” (Henry King, 1950, El Pistolero), nos acercamos, de la mano de un excelente Gregory Peck, que da vida a Jimmy Ringo, a la ley del revólver en todo su esplendor y la forma en que surgieron los mitos en el Oeste. Una recreación ajustada y realista de aquellos pistoleros que marcaban la frontera entre la vida y la muerte con sus revólveres.

En “El hombre que mató a Liberty Valance” (The Man Who Shot Liberty Balance, 1962), de nuevo del maestro Ford, nos encontramos con la forja de las leyendas y los héroes anónimos. Una película esencial en el Western.

En “Raíces profundas” (Shane, 1953), dirigida por George Stevens, con un Alan Ladd espléndido y un Jack Palance insuperable en su papel de pistolero, se nos habla de la redención, la valentía, la admiración, y la integridad, con un pulso narrativo encomiable y escenas tan inolvidables como el duelo final y el muchacho llamando al héroe que se marcha. Pura poesía en imágenes y palabras.
La redención del pistolero llega cuando salva a unos granjeros en su lucha contra un tirano ganadero en un último duelo que destila tensión y planos imperecederos. La visión de los acontecimientos desde los ojos de un niño dota al film de un valor mayor y más auténtico. Vemos el valor de la lealtad, la amistad, la habilidad, la honestidad y la necesidad de pagar por los peores errores cometidos. Una joya cinematográfica por la que no pasan los años. Un acercamiento al lado más humano del pistolero y su capacidad para hacer el bien en último término, impulsado por la amistad y la ternura hacia un niño. Un canto a la supervivencia de la familia clásica frente a las adversidades.

En “Fort Apache” (1948) encontramos a un adusto Henry Fonda, que repite apostura taciturna, junto a John Wayne, en un puesto avanzado del ejército en lucha contra los indios.

En “My darling Clementine” (Pasión de los fuertes, 1946) Henry Fonda se convierte en el más oscuro Wyatt Earp del cine, en una recreación del duelo de O.K. Corral, que se convierte en una obra maestra del género.

En “El Álamo” (1960), con John Wayne en la cumbre, nos presenta un capítulo histórico decisivo de Texas y Estados Unidos: la resistencia de un puñado de hombres en una misión tejana ante el avance de las tropas mejicanas. Puro heroísmo y épica en una película esencial, que defiende la libertad por encima de las tiranías, con secuencias magistrales y un final que sigue emocionando. Película que aborda algunos de los mejores valores del ser humano, como el amor, el sacrificio por los ideales y la libertad, la amistad, la honestidad, el trabajo duro, y la fe. De nuevo, valores conservadores que han movido al progreso de este país y que hallamos en el origen e independencia de Texas.

En “El Dorado” (1966), de Howard Hawks, encontramos una de las cumbres del estilo sobrio, lúcido y sereno, pleno de madurez artística, en una época en la que tanto se experimentó en balde en el cine. El lenguaje clásico de Howard Hawks impregnó el film, que contó con la sólida y siempre eficaz presencia de John Wayne y Robert Mitchum, interpretando genialmente al pistolero y al sheriff, hombres maduros que encuentran en el amor su esperanza para alejarse de los demonios internos, el alcohol y el revólver, pero que sobre todo despliegan su amistad inquebrantable. Una obra maestra imprescindible.

En “Centauros del desierto” (The Searchers, John Ford, 1956), vemos la cumbre del género, considerada por algunos genios como Steven Spielberg la mejor película de la Historia. Razones no le faltan. De nuevo John Wayne a las órdenes del gran John Ford. Es la historia de la búsqueda, a través del tiempo y el espacio, del capitán Ethan de su sobrina, raptada por los comanches. Pero es mucho más que eso: es el reflejo de unos valores inmortales, como la fe, la perseverancia, el esfuerzo, la lealtad, la familia…Todo ello envuelto en escenas clásicas, pictóricas, con una banda sonora de lujo y unas interpretaciones genuinas y auténticas en una narración perfecta de los acontecimientos.

En “El árbol del ahorcado” (The Hanging Tree, Delmer Deves, 1959), nos encontramos con un impresionante Gary Cooper y un no menos impresionante paisaje de Montana, punteado con la célebre canción de Marty Robbins. Una hermosa película en la que el paisaje y el amor son protagonistas esenciales. Y en la que Gary Cooper nos ofrece una lección de interpretación imperecedera como el doctor Frail, llena de matices psicológicos e interpretativos.

En “Río Rojo” (Red River, 1948), Howard Hawks hizo su primera incursión en el Western, género al que dedicaría después “Río de sangre” (The Big Sky, 1952), “Río Bravo” (1959), “El Dorado” (1966), y “Río Lobo” (1970). “Río Rojo” (Red River) se sitúa en 1851, la época dominada por las caravanas que viajaban hacia Oregón y California llenas de colonos que acudían a la llamada del oro, la plata y terrenos libres y fértiles, y en 1865, tras la Guerra Civil, cuando una Texas vencida debe enviar miles de cabezas de ganado a los mercados del Este y los Grandes Lagos. Aquí nos encontramos con John Wayne y el inimitable Walter Brennan, dos veteranos que adoptan a un joven Montgomery Clift. Vemos el enfrentamiento generacional, la tragedia y el pacto de sangre que salva a todos. La película refleja una parte esencial de la historia del país y lo hace con una clara herencia en su tratamiento visual de las obras de Frederick Remington (1861-1909), el pintor por excelencia del Oeste, con un guión soberbio de Borden Chase, música de Dimitri Tiomkin y una fotografía espléndida en blanco y negro de Russel Harlan.

En “Winchester 73” (Anthony Mann, 1950), recrea una obra maestra donde se dan la mano la venganza y la traición entre dos hermanos, la justicia y la historia del rifle Winchester 73, elemento imprescindible en la conquista del Oeste, que culmina en un duelo épico pleno de energía y emoción. James Stewart, en lo más alto de capacidad artística, nos adentra en un personaje de profundas creencias.

En “Valor de ley” (True Grit, Henry Hathaway, 1969), Mattie Ross (Kim Darby), una muchacha de acusada personalidad contrata los servicios de Rooster Cogburn (John Wayne), un viejo sheriff tuerto y borracho, para que encuentre a los asesinos de su padre, e insiste en acompañarle. La película narra este viaje y la venganza, pero ante todo refleja la relación entre los personajes de Mattie y Cogburn, a los que se incorpora La Boeuf (Glen Campbell), un cazarrecompensas tejano y fanfarrón. De nuevo recuperamos la belleza inigualable de los paisajes del Oeste, la violencia, pero también toda la ternura, el humor y el lirismo de unos personajes entrañables. John Wayne recibió el único Oscar de su carrera por su interpretación en esta película, que está basada en la novela True grit, de Charles Portis.

“Unforgiven” (Sin perdón) (Clint Eastwood, 1992). Un cliente insatisfecho le corta la cara con un cuchillo a una puta. Las demás prostitutas del burdel reúnen todos sus ahorros y ofrecen una recompensa a quien mate al que desfiguró el rostro de su compañera. William Munny (Clint Eastwood), un pistolero retirado, viudo y con dos hijos, que cría cerdos en su paupérrima granja, decide aceptar la oferta y cumplir la venganza en compañía de un antiguo amigo (Morgan Freeman) y un joven aprendiz de pistolero. Sin embargo, el sheriff de Big Whiskey (Gene Hackman) está decidido a impedir la venganza a toda costa.
Es el arramque de uno de los mejores Westerns de todos los tiempos, pleno de escenas magistrales y detalles de obra maestra en el guión, la dirección, la iluminación, la música, y las interpretaciones.
Western en estado puro, poesía crepuscular y todos los elementos del Oeste clásico: venganza, tiroteo, personajes oscuros y complejos, los valores eternos que vienen a imponerse con el tiempo. Una vuelta a reflejar el Oeste en su cruda realidad. Y un final que eleva al personaje a la mitología del Western, el individuo frente a todo y frente a todos, con su turbio pasado, con claroscuros, pero redimido por una buena obra final y el cambio conseguido gracias al amor de su esposa muerta.

Por supuesto hay muchas películas esenciales en la historia del Western, que merecen ser descubiertas o vistas de nuevo. El género ha sido fértil en títulos imprescindibles para entender el cine, los EE.UU, y los valores conservadores que forjaron esta nación. Durante años concentró a los mejores talentos en diferentes áreas, proyectando algunas de las obras maestras más importantes e imperecederas. Películas que nos hablan de mucho más que carreras y tiroteos, de naturaleza inhóspita, de historias y personajes profundos, y de valores eternos. Películas que reúnen belleza y poesía en cada escena y cada frase.
Como sus canciones e himnos, el Western nos acompaña siempre, nunca se va del todo, siempre está ahí para aflorar en cualquier momento. Es como esas viejas melodías de When Johnny comes marchin home o Gary Owen, prestas a sonar en un instante, trayendo con fuerza todo lo mejor del Oeste. Sus praderas, carretas, caballos, citas bíblicas, música de salón, héroes de carne y hueso, y paisajes agrestes sin fin.

La épica y el lirismo de una época que marcaron el alma de América y el espíritu de los norteamericanos. Parte fundamental de la cultura de este país. Cultura con mayúsculas.