Viernes Santo 2017
El Viernes Santo es el segundo día del Triduo Pascual, en el que conmemoramos la muerte de Jesús de Nazaret. De acuerdo a la tradición cristiana Jesucristo murió a los 33 años y a las 3 de la tarde. Según narran los Evangelios, los sumos sacerdotes, que eran las autoridades religiosas de la época, conspiraban contra Jesús porque éste se proclamaba «el Hijo de Dios». Estas autoridades y quienes los apoyaban decidieron llevar a Jesús ante Poncio Pilato, quinto prefecto de la provincia romana de Judea entre los años 26 y 36 d.C. Poncio Pilato no consideró culpable a Jesús como para condenarle, pero finalmente se doblegó a la presión de una multitud que clamaba por su crucifixión.
Según el Evangelio de Mateo, Pilato se lavó las manos con agua a la vista del pueblo, proclamándose «inocente de la sangre de este justo». Como era costumbre liberar a un reo por la fiesta judía de la Pascua, Pilato decidió soltar a uno muy conocido llamado Barrabás, cediendo así a la presión de los manifestantes.
Los Evangelios narran que a Jesús le despojaron de sus vestiduras, las cuales se echaron a suertes, le colocaron una corona de espinas en la cabeza, y le golpearon, le escupieron y le escarnecieron. Le hicieron cargar con su propia cruz hasta un monte a las afueras de Jerusalén llamado Gólgota, lugar del calvario o de las calaveras, debido a la forma de calavera que tenían las rocas de una de sus laderas. En el Gólgota o Calvario fue crucificado entre dos ladrones y bajo un cartel que anunciaba «Jesús el Nazareno, Rey de los Judíos», origen de las siglas y de la expresión INRI. Según el Evangelio de Juan, los pontífices de los judíos protestaron a Pilato, pidiéndole que cambiara la redacción por «él ha dicho: yo soy el Rey de los Judíos». Pero Pilato se lo negó con su famosa réplica: «Lo escrito, escrito está».
Según el Evangelio de Lucas, uno de los ladrones crucificados junto a Jesús le atacaba y le decía: «Si tú eres el Cristo o el Mesías, sálvate a ti mismo y a nosotros». Pero el otro crucificado le reprendió: «¿Cómo, ni siquiera tú temes a Dios, estando como estás en el mismo suplicio? Nosotros, la verdad, lo estamos justamente, pues pagamos la pena merecida por nuestros delitos, pero Éste nada ha hecho». Y se dirigió a Jesús: «Señor, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino». Y Jesús le contestó: «Te aseguro que hoy estarás conmigo en el paraíso». Según un evangelio apócrifo este Buen Ladrón se llama Dimas. San Dimas es el primer santo del cristianismo.
Según los Evangelios de Mateo y Marcos, antes de morir Cristo exclamó con: «ELI, ELI, LAMMA SABACTHANI», que significa «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?». Según San Lucas, justo antes de expirar dijo: «Padre mío, en tus manos encomiendo mi espíritu». Y según San Juan dijo: «Todo está cumplido». Y expiró.
En aquel momento, según los Evangelios, sucedieron cosas extraordinarias. Mateo escribe: «Y al momento el velo del templo se rasgó en dos partes de arriba abajo, y la tierra tembló y se partieron las piedras. Y los sepulcros se abrieron, y los cuerpos de muchos santos, que habían muerto, resucitaron. Y saliendo de los sepulcros después de la resurrección de Jesús, vinieron a la ciudad santa y se aparecieron a muchos».
Mateo y Marcos recogen la expresión de un centurión romano que había asistido a la crucifixión: «Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios». Lucas la varía ligeramente: «Verdaderamente este hombre era justo». El sentimiento de los que estaban presentes era de asombro y de congoja. Según San Lucas volvieron dándose «golpes en el pecho».
Descendido de la cruz el cuerpo de Jesús, José de Arimatea se lo reclamó a Pilato, que accedió a entregárselo. José envolvió el cuerpo del nazareno en una sábana y lo metió en un sepulcro abierto y selló la entrada con una piedra.
Cuando al amanecer del domingo fueron María Magdalena y María la madre de Santiago para embalsamar el cuerpo, ya no lo encontraron allí. La piedra estaba apartada y el cuerpo desaparecido y resucitado.
Así, este Viernes Santo nos recuerda estos hechos del día de la muerte de Jesucristo, que entregó su cuerpo y derramó su sangre para el perdón de los pecados y para la salvación de los hombres.