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Semana Santa 2014

Un año más hemos llegado a la Semana Santa, culminación del camino cuaresmal, y entrada en los días decisivos de la Pasión de Cristo. Tras la celebración de la entrada multitudinaria de Jesús en Jerusalén, nos adentraremos en el corazón de estas fechas, el Triduo Pascual, los tres días santos en los que la Iglesia y los cristianos conmemoramos el misterio de la pasión, muerte y resurrección de Jesús.
Son días para reflexionar en cuestiones de hondo significado espiritual. Así, veremos cómo el Hijo de Dios, al hacerse hombre por obediencia al Padre, se convierte en uno más y semejante en todo a nosotros, excepto en el pecado (cf. Hb 4, 15); pese al sacrificio que supone, Jesús acepta cumplir su voluntad por completo y afronta por amor a nosotros la pasión y la cruz.
De esta forma nos hace partícipes de su resurrección y siguiendo su evangelio podemos vivir en paz y esperar la resurrección. Son días para acoger este misterio de salvación sin reservas y participar en el Triduo Pascual, eje de todo el año litúrgico y momentos de gran importancia para los cristianos, que necesitamos vivir estos días en el recogimiento y la oración, que nos proporcionarán la fuerza para una renovación interior y una adhesión a la muerte y resurrección de Cristo que nos permita participar verdaderamente de la Pascua en su sentido real.
El Jueves Santo será el día en que se conmemore la institución de la Eucaristía y del sacerdocio ministerial. Día de celebrar la Misa Crismal, en la que se bendicen el santo Crisma, el óleo de los catecúmenos y el óleo de los enfermos. Desde el Triduo Pascual y durante todo el año litúrgico, estos óleos son los que se usan para los sacramentos del Bautismo, la Confirmación, las Ordenaciones sacerdotal y episcopal, y la Unción de los enfermos; de esta forma queda reflejada que la salvación es transmitida por los signos sacramentales y nace del Misterio pascual de Cristo.

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Los creyentes somos redimidos con su muerte y resurrección y, a través de los sacramentos, participamos de la salvación. Durante la Misa Crismal se celebrarán también la renovación de las promesas sacerdotales. De esta forma, en todo el mundo, cada sacerdote renueva los compromisos que asumió el día de su Ordenación para consagrarse totalmente a Cristo en el ejercicio del ministerio al servicio de los hermanos. Durante el Jueves Santo, por la tarde, comienza el Triduo Pascual con la memoria de la Última Cena, en la que Jesús instituyó el Memorial de su Pascua, cumpliendo de esta manera el rito pascual judío.
Marca la tradición que cada familia judía, reunida en torno a la mesa en la fiesta de Pascua, come cordero asado y conmemora así la liberación de los israelitas de la esclavitud de Egipto; durante el Cenáculo, Jesús, que ya conoce su muerte inminente y es el verdadero Cordero pascual, se ofrece a sí mismo por nuestra salvación (cf. 1 Co 5, 7). Cuando pronuncia la bendición sobre el pan y el vino, lo que hace es anticipar el sacrificio de la cruz y perpetúa su presencia entre los discípulos. El pan y el vino representan su cuerpo entregado y su sangre derramada. Los Apóstoles son constituidos ministros de este sacramento de salvación durante esta Última Cena, en la que Jesús también les lava los pies (cf. Jn 13, 1-25), invitándolos a amarse los unos a los otros como él los ha amado, dando la vida por ellos. Al repetir este gesto en la liturgia, estamos llamados a testimoniar el amor de nuestro Redentor.
El Jueves Santo habrá de concluir con la adoración eucarística, recordando la agonía del Señor en el huerto de Getsemaní. Al salir del Cenáculo, Jesús se retiró a orar, solo, en presencia de Dios. Conocemos cómo los Evangelios narran ese momento de comunión profunda, en los que Jesús, consciente de su muerte inminente en la cruz, experimentó una angustia y sufrimiento tal que le hizo sudar sangre (cf. Mt 26, 38).

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En ese momento, Jesús lanza un mensaje a sus discípulos: permaneced aquí y velad. Una invitación a estar vigilantes que trasciende el tiempo y nos recuerda la necesidad de no caer en la somnolencia acomodaticia tan extendida actualmente ante la injusticia, la maldad, la corrupción, la insensibilidad ante el mal y la desgracia, la desconexión con Dios y nuestras almas… No debemos cerrar los ojos ni cerrar tampoco nuestros corazones y mentes. Es el aviso que nos lanza Jesús para velar y hacer el bien en el mundo, para alejarnos de la comodidad que nos envuelve en somnolencia y permite el avance del mal.
Ese momento de adoración nocturna del Jueves Santo, mientras estamos velando con el Señor, debería ser un momento para reflexionar sobre la somnolencia de los discípulos de Jesús y de nosotros mismos, que no vemos la fuerza del mal en tantas ocasiones, un momento para renovar nuestro compromiso con el bien, con la presencia de Dios en el mundo, con el amor al prójimo y a Dios.
Como los tres apóstoles —Pedro, Santiago y Juan— escucharemos las palabras y la oración del Señor: «No se haga mi voluntad, sino la tuya». Y de esta forma, Jesús nos marca el camino para que cumplamos la voluntad de Dios, y que nuestro miedo a la muerte desaparezca. Es la forma que tiene Dios de redimir a la humanidad, mediante el cumplimiento de su voluntad y el seguimiento de Cristo.

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El Viernes Santo conmemoraremos la pasión y la muerte del Señor; adoraremos a Cristo crucificado; participaremos en sus sufrimientos con la penitencia y el ayuno. «Mirando al que traspasaron» (cf. Jn 19, 37), podremos comprender que ese corazón es de donde mana el amor de Dios para cada hombre y del que recibimos su Espíritu. Así, necesitamos acompañar a Jesús en la ascensión al Calvario, dejándonos guiar por él hasta la cruz y recibiendo la ofrenda de su cuerpo.
En la noche del Sábado Santo celebraremos la solemne Vigilia Pascual, en la que se nos anuncia la resurrección de Cristo, su victoria definitiva sobre la muerte, que nos invita a ser en él hombres nuevos. Es la noche central de todo el año litúrgico y al participar en esta santa Vigilia, conmemoraremos nuestro Bautismo, en el que también nosotros hemos sido sepultados con Cristo, para poder resucitar con él y participar en el banquete del cielo (cf. Ap 19, 7-9).
En esta Semana Santa acompañaremos y comprenderemos el estado de ánimo con que Jesús vivió los momentos de la Pasión. Al revivir el Triduo Pascual, necesitamos acoger también en nuestra vida la voluntad de Dios, conscientes de que en ella se encuentra nuestro verdadero bien y el camino de la vida. En estos días la Virgen Madre y su hijo, Jesús, nos guiarán en ese camino que nos llevará a ellos.

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