Relevos indios (Indian Reley) y Carrera Suicida
Si hay algo que perdura de tiempos remotos entre los pueblos nativos americanos, ese es el vínculo ancestral con el caballo. Gracias a los caballos, los nativos dominaron las Grandes Llanuras, los bosques y las montañas. Cuando el ejército estadounidense masacró entre 6.000 y 7.000 caballos en 1874 y 1875, dio por terminado ese control del territorio por parte de los comanches, destacados jinetes, y del resto de tribus que habían adoptado la monta de caballos para trasladarse, como los Crow, Cheyene, Pawnee, lakotas, y otras tribus.
Para entonces la relación de los nativos con los caballos ya había forjado una relación eterna. Y es que gracias a los caballos, se habían abierto nuevas posibilidades para estas tribus. Por ejemplo, permitió a los hombres cazar bisontes de un modo más eficaz, ampliar sus territorios de caza y campamentos, así como realizar incursiones de guerra devastadoras contra otras tribus enemigas.
Además, liberó a las mujeres de llevar las cargas más pesadas y transportar las pertenencias de un campamento a otro. Los caballos cambiaron el equilibrio, en cuanto a crecimiento demográfico y expansión territorial, entre las tribus cazadoras y las agrícolas en favor de las primeras. También reemplazó al único animal domesticado previamente en América del Norte, el perro, más débil y pequeño y al que había que alimentar con carne, mientras que un caballo podía vivir de la hierba.
Muy pronto los caballos se convirtieron en animales muy preciados y en un símbolo de riqueza para los nativos, que podían montar, vender, cambiar o regalar con objeto de incrementar el prestigio personal. Incluso se podían robar en gestas heroicas contra tribus enemigas. El incremento de riqueza en base a la posesión de caballos desembocó en la estratificación social, y por primera vez hubo en las Grandes Llanuras indios ricos e indios pobres. Esto era nuevo, como también lo fue la adquisición de armas de fuego a los blancos, con frecuencia mediante el trueque por pieles de castor, de bisonte o por caballos vivos.
Todos estos cambios llevaron prosperidad a los nativos americanos pero también consecuencias nefastas, como la aniquilación indiscriminada de bisontes que se produjo ya en los años anteriores a la llegada de los cazadores profesionales con fines comerciales. No fue la única consecuencia. Los caballos trajeron consigo el recrudecimiento de las guerras intertribales y de la resistencia contra los colonos blancos y el ejército, que desembocó en guerras y batallas terribles como las del cañón de Palo Duro, las Bear Paw Mountains de Montana (donde los nez percé del jefe Joseph fueron atacados cuando intentaban huir a Canadá), Little Bighorn, y Wounded Knee, en Dakota del Sur.
Hoy todo aquello es historia, pero algo no ha cambiado: los caballos siguen teniendo una importancia vital para muchos nativos americanos, en especial para las tribus de las Grandes Llanuras, para quienes el caballo es un animal de orgullo colectivo, un símbolo de la tradición y de los valores ancestrales que los ayudan a enfrentarse a un presente difícil. El caballo representa la valentía, la magnificencia, la disciplina, el amor a otras criaturas vivas y la transmisión de conocimiento a través de las generaciones.
Por estas razones las competiciones indias en torno a los caballos tienen tanta importancia y son tan especiales. Usted no volverá a ser el mismo si ve o participa activamente en una de estas competiciones. Una de ellas es el rodeo denominado Pendleton Round-Up, abierto a todo el mundo, y que se celebra cada mes de septiembre en Pendleton, Oregón, a escasa distancia de la Reserva India Umatilla. Incluye un concurso de danzas guerreras y diversas modalidades de carreras de relevos, además de un espectáculo nocturno al aire libre conocido como la exhibición de Happy Canyon. La representación empieza con un fastuoso desfile por la localidad en el que participa un grupo de jinetes indios vestidos de gala. A continuación los jefes locales hacen su entrada triunfal en la arena del recinto, seguidos por las muchachas, o «princesas», de la corte india vistosamente ataviadas.
Otra reunión importante es la Crow Fair, una feria que se celebra a mediados de agosto en Crow Agency, Montana, y que atrae a participantes de Pine Ridge, en Dakota del Sur, de Fort Hall, en Idaho, y de otros puntos del país, y que es un rodeo exclusivamente para indios de la nación Crow. Su programa incluye carreras de caballos de mil metros, pruebas de sprint, monta de toros, monta de caballos broncos con silla, lazo por parejas, lazo femenino (en el que el novillo es derribado por mujeres) y la más salvaje y espléndida de todas las pruebas, una de las que más me gustan y ante la que hay que quitarse el Stetson de pura admiración: los Relevos Indios (Indian Relay). Esto, amigas y amigos, es pura adrenalina y competición de la buena. Ellos lo promocionan como: «los cinco minutos más emocionantes en tierra india». Y doy fe de que así es. Hay días en que los cinco minutos pueden ser tres, sin contar el tiempo invertido en atrapar caballos a la fuga y recoger del suelo a los concursantes caídos.
Los Relevos Indios son una competición por equipos. Cada equipo está formado por un jinete, tres caballos y tres ayudantes encargados de sujetar y mantener bajo control a los dos caballos que quedan libres mientras el jinete salta de uno a otro, para completar un circuito a lomos de cada uno de los animales. Ningún caballo está ensillado. Aquí hay que saber cabalgar de verdad o te pegas de bruces. Como hay un mínimo de cinco equipos por prueba eliminatoria intentando ejecutar estos cambios de montura a pelo, deteniendo a los caballos que se acercan al galope y azuzando a los siguientes, todo esto en un abarrotado tramo de pista, los Relevos Indios son a un tiempo algo caóticos y emocionantes, destilan pureza y movimiento, velocidad y comunión con el caballo. Ni que decir tiene que cuando la confusión queda atrás, los Relevos Indios son sublimes y fascinantes, de una belleza indescriptible.
Un jinete diestro puede parar el caballo en seco, deslizarse por el costado del animal hasta llegar al suelo, dar unas zancadas rápidas, montar el siguiente caballo, agarrar las bridas y salir al galope. El equipo que hace los dos relevos de manera fluida puede ganar la competición por una amplia ventaja, independientemente de quién tenga el caballo más veloz. Pero esa es la teoría, lo que sería una carrera ideal.
Es una prueba muy, muy dura, en la que los jinetes pueden incluso chocar, caer al suelo y sufrir serios daños. Solo toman parte los indios más curtidos y experimentados. Una hebilla de cinturón es el galardón que identifica al campeón mundial de Relevos Indios. Pero estos no son la única gesta que evoca las grandes dotes para la equitación que tuvieron los nativos americanos. En el Omak Stampede, un rodeo que se celebra en Omak, Washington, una localidad que linda con la Reserva India Colville, el broche final de cada día es una ronda eliminatoria de la famosa Carrera Suicida. Ideada por un publicista blanco en 1935, la prueba tiene sus raíces en las antiguas carreras de resistencia. En ella se admite a cualquiera que sea lo bastante valiente como para conducir a su caballo por un abrupto descenso (una pendiente de 62 grados: un risco vertical desde el punto de vista de un equino) hasta el río Okanogan.
Antes de la Carrera Suicida algunos jinetes rezan en un lugar ceremonial o engalanan a sus caballos con plumas de águila. Más de una docena de animales llegan al agua casi en el mismo instante, atraviesan a nado la sección más profunda del cauce, se encaraman por la margen opuesta y entran al galope en la arena del rodeo hasta la iluminada línea de meta, un punto en el que sus jinetes –al menos los más hábiles y afortunados– están empapados pero siguen sobre sus monturas.
En las antiguas carreras de resistencia, que cubrían unos ocho kilómetros a través de las montañas, los jinetes hacían saltar a sus caballos sobre rocas y troncos, corrían ladera abajo y a veces incluso nadaban en los ríos. Una tradición que se remonta a cuando las tribus empezaron a tener caballos. Hoy siguen siendo un baluarte de las tribus.
El auténtico Relevo Indio es que cada nueva generación asimila las aptitudes y la pasión que han heredado de sus antepasados; aprenden el método de sus ancianos y hacen suya esa pasión; consiguen perfeccionarse, convertirse en expertos jinetes, y luego son generosos con la pericia adquirida; cuidan con amor y sensatez de sus animales; pasan el testigo de la tradición familiar a parientes más jóvenes, fortaleciendo así la unión y el orgullo de su familia. Es el Relevo Indio generacional por excelencia que tiene su vertiente en la prueba con los caballos.