La reducción fiscal de Trump
En cualquier agenda conservadora auténtica la reducción fiscal es una prioridad. Para Trump también lo es. Desde que ocupa el Despacho Oval está trabajando con intensidad para que el Congreso apruebe una reforma fiscal histórica que devuelva el dinero a los contribuyentes.
La propuesta que ha presentado Trump recientemente da respuesta a una promesa electoral republicana y al compromiso del presidente con la rebaja fiscal que siempre ha defendido. Ahora, esta propuesta debe ser estudiada y aprobada en el Congreso. Los legisladores tienen la última palabra y es posible que se produzcan algunas modificaciones, pero básicamente las líneas maestras están trazadas. El plan de Trump, elaborado conjuntamente con especialistas y legisladores en el rancho de Ronald Reagan en California este pasado verano (un hermoso homenaje al Gran Comunicador) consiste en simplificar el Impuesto sobre la Renta, que quedaría de siete tramos actualmente a tres: 12%, 25% y 35%. Simple y bonito. Queda abierta la posibilidad de mantener o aumentar ligeramente el recargo a las rentas más pudientes (que se lo pueden permitir bien sin perder la sonrisa ni la cartera), es decir, un hermoso 39% para el Tío Sam. Queda planteado que los primeros 12.000 dólares que gane una persona de forma individual serán libres de impuestos; también un aumento de las deducciones familiares (que saltarían de 12.000 a 24.000 dólares en el caso de un matrimonio habitual que trabaja), se duplicaría, pues, el mínimo exento de pagar IRPF, y se proyecta una subida en los gastos por hijo que se podrían descontar del pago final de impuestos.
La deducción de impuestos para personas solteras o casadas sería casi del doble de la que actualmente está en vigor: 6.350 dólares para personas solteras y 12.700 dólares para las parejas casadas. Este esquema lo que busca es fortalecer a las clases medias, gran parte de la cual apoya de forma mayoritaria a Trump. Las deducciones que se mantendrían serían los incentivos fiscales por pago de estudios superiores, donaciones caritativas, gastos de hipoteca o aportaciones a planes de jubilación.
Se eliminaría el Impuesto de Sucesiones para simplificar un sistema impositivo que es complicado de cojones para el ciudadano medio que trabaja duro y no puede estar a chanchullos para librarse de impuestos (como los más ricos). Dado que este impuesto a la muerte, como lo llama coloquialmente Trump, apenas recauda una cantidad apreciable, es muy probable que salga adelante su eliminación.
Pasamos al Impuesto de Sociedades. Aquí el plan plantea una tasa del 25% para las pequeñas y medianas empresas, mientras que las grandes corporaciones pagarían un 20%, además del 15%, más o menos, que se aplica a los dividendos distribuidos a los accionistas. Les cuento un chisme sobre esto: se rumorea que Trump lo ha colado así para poder negociar en este ámbito a la vista de que esto despertará críticas en ciertos ámbitos. Conociendo la habilidad negociadora y el tacticismo del presidente, es probable que este impuesto sufra algún ajuste en el trámite del Congreso. Destaca la introducción de una deducción inmediata de las reinversiones empresariales y una tasa reducida para los beneficios que se obtengan en el extranjero. Actualmente, estos capitales no entran en Estados Unidos debido al gravamen que se impone a la repatriación de los mismos. Lógico y normal.
En la presentación de esta propuesta en Indianápolis, Indiana, el presidente Trump reflejó perfectamente cómo está la situación de los impuestos en este país: «Estados Unidos no puede despegar si no reformamos drásticamente el código fiscal. Las normas tributarias están desfasadas, son muy complejas e imponen unas cargas excesivas. Estas regulaciones deben pasar a la historia, hay que cambiarlas, necesitamos competir con otros países con un marco más atractivo».
Es así de simple y así de cierto. La competencia fiscal entre países es una herramienta de progreso y prosperidad que ha existido siempre. Sólo los gobiernos más derrochadores, progresistas, socialistas, falsos conservadores (sólo de nombre) y demás, se han subido al carro de los impuestos caros para seguir despilfarrando el dinero de los contribuyentes y robando a manos llenas de mil formas distintas. Esto es cierto y lo sabe todo el mundo.
No se puede tolerar. Trump está determinado a ser un conservador genuino que apuesta por la rebaja fiscal para los estadounidenses y como forma de seguir prosperando y generando riqueza.
La propuesta tributaria de la Casa Blanca es una excelente noticia para las familias, la clase media y las empresas norteamericanas. Todos ganamos con una reducción de impuestos: los hogares disponen de más renta para hacer sus planes, las empresas para expandirse y contratar a más gente y el país para competir en mejores condiciones. A todos nos interesa que haya impuestos más bajos. Salvo a los de siempre, por supuesto: los demócratas derrochadores y los burócratas enquistados en todas partes que viven de la teta federal o estatal.
La reducción fiscal de Trump, se apruebe en su plan original o con leves modificaciones, será uno de los grandes hitos de su presidencia y permitirá liberalizar la economía norteamericana, algo esencial para que crezca con todo su potencial y beneficie a la mayoría de la gente.
Trump acierta de pleno al expresar que: “Éste es un cambio revolucionario, y los mayores ganadores serán los trabajadores de clase media, porque los empleos volverán a nuestro país, las empresas empezarán a competir por los trabajadores estadounidenses, y los salarios seguirán creciendo (…) No hay ninguna razón por la que los demócratas y los republicanos en el Congreso no deberían unirse para lograr esta enorme victoria para el pueblo estadounidense y comenzar, una vez más, el milagro de la clase media”.
Un milagro que se hace posible mediante el coraje político del presidente Trump, y justo es reconocerlo. La reforma fiscal es probablemente lo más importante que puedan hacer la Casa Blanca y el Congreso para transmitir confianza en Estados Unidos, crear nuevos empleos y aumentar la prosperidad general. De ahí la importancia de evitar el bloqueo demócrata y sacar adelante esta importante medida en la agenda de Trump que hará posible, por ejemplo, devolver el optimismo a los 29 millones de propietarios de pequeñas empresas en este país y a los alrededor de 56 millones de personas que dependen de ellos para ganarse la vida.
Esta reforma impositiva permitirá, en palabras del propio presidente: «simplificar el código fiscal y hacerlo justo y fácil de entender (…) otorgar a los trabajadores americanos una subida de sueldo al permitir que se queden más de sus cheques ganados con esfuerzo (…) Y convertir América en el campo magnético de los trabajos a nivel mundial al conceder incentivos a los negocios y los trabajadores (…) así como recibir billones de dólares que actualmente están en paraísos fiscales para poder reinvertirlos en la economía americana”.
Con esta rebaja de impuestos, Tump recupera la auténtica inspiración y política económica conservadora en la mejor tradición de Ronald Reagan.
“Es el mayor recorte fiscal de la historia de Estados Unidos. El sistema actual es una colosal barrera que vamos a tumbar para ser más competitivos. Volvemos a situar a América primero y los beneficiados no serán los ricos y bien conectados. Mi plan ayudará a la clase trabajadora, a los pequeños propietarios y a los granjeros” anunció Trump en Indiana con un discurso que es una joya de compromiso político con las clases medias y la prosperidad del país.