Instrucción Redemptionis Sacramentum
La asistencia a misa a menudo se convierte en un ritual social más que religioso, en el que se pierden las formas y los contenidos que deben impregnar la celebración eucarística.
La Iglesia Católica, consciente de esta realidad, publicó un documento en 2004 denominado “Instrucción Redemptionis Sacramentum”, para poner fin a los muchos abusos que se producen habitualmente en la celebración de la Santa Misa y que es una continuación de la encíclica “Ecclesia de Eucharistia”, publicada el 17 de abril de 2003.
En esa encíclica Juan Pablo II subrayó que el pan y el vino consagrados por el sacerdote en la misa se transforman en el cuerpo y sangre de Cristo y ya advirtió contra los abusos que se cometen con este sacramento.
Esta Instrucción es un documento de 70 páginas, dividido en ocho capítulos, una introducción y una conclusión, y en el que se especifican «abusos graves», entre los que se incluye la sustracción o retención con fines sacrílegos de las hostias consagradas o arrojar las especies. Quienes lo hagan incurrirán en la excomunión. También se señala que no está permitido que los fieles tomen la hostia consagrada ni el cáliz por sí mismos y mucho menos que se lo pasen entre sí de mano en mano o se intercambien la Sagrada Comunión.
Otros abusos graves son simular misas y concelebrar la Eucaristía con ministros de otras comunidades eclesiales que no reconocen al Papa. El texto advierte contra el abuso de ritos de otras religiones, que «hay que juzgar con gran severidad».
«Redemptionis Sacramentum» subraya que sólo el sacerdote consagrado puede presidir la misa y que hay que evitar términos ambiguos como «comunidad celebrante» o «asamblea celebrante». El laico está llamado para ayudar en las celebraciones litúrgicas, pero sólo el sacerdote puede pronunciar la homilía. Hay que evitar que la homilía pierda su objetivo de la palabra de Dios y trate, por ejemplo, sólo de política o asuntos profanos. No se puede tolerar que algunos sacerdotes se arroguen el derecho de componer plegarias eucarísticas ni cambiar el texto aprobado por la Iglesia. Compete a la Sede Apostólica ordenar la liturgia y el pan que se emplee en la Eucaristía tiene que ser ácimo, sólo de trigo y hecho recientemente para que no se corrompa. Debe ser rechazado el pan elaborado con otras sustancias, aunque sean cereales, que difieran con lo estipulado. El vino tiene que ser natural, del fruto de la vid, puro, sin corromper y sin sustancias extrañas. No se deben admitir bajo ningún pretexto otras bebidas de cualquier género.
La Instrucción también se refiere a la música que se debe escuchar y precisa que tiene que ser «sacra e idónea», y respecto a los paños sagrados, deben resplandecer por su dignidad, nobleza y limpieza, y señala cómo tienen que ser lavados estos paños. También especifica cómo tienen que ser los vasos sagrados y se reprueba los de mala calidad y aquellos de cristal, arcilla, creta u otros materiales que se puedan romper fácilmente.
La misa no puede considerarse una cena y, por tanto, el Vaticano advierte que su lugar de celebración debe ser un templo o un lugar digno, pero que hay que evitar una «mesa de comedor, o en un comedor». Nunca es lícito a un sacerdote celebrar la Eucaristía en un templo o lugar sagrado de cualquier religión no cristiana.
Respecto a la comunión, el texto precisa que hay que evitar que se acerquen los no católicos e incluso los no cristianos. Los divorciados no pueden comulgar y es reprobable que lo hagan los políticos que aprueben leyes en favor del aborto.
La comunión se puede recibir de rodillas o de pie y el fiel la puede recibir en la boca o en la mano; el sacerdote debe tener cuidado de que inmediatamente la introduzca en la boca, con el objetivo de evitar que pueda ser utilizada para posteriores ritos sacrílegos. No está permitido que los fieles tomen la hostia consagrada ni el cáliz por sí mismos y muchos menos que se lo pasen de unos a otros. El documento precisa que también hay que suprimir la costumbre en algunas zonas de que los novios en la misa nupcial se administren de manera recíproca la comunión. El comulgante tampoco puede mojar la hostia por sí mismo en el cáliz ni recibir la hostia mojada en la mano. No está permitido celebrar cada parte de la misa en momentos diferentes, aunque sean del mismo día. Es conveniente darse la paz, pero de manera sobria y sólo a los más cercanos, para no alterar la celebración.
El documento insiste en que es bueno que haya monaguillos, que pueden ser niños o niñas
El primer capítulo de la Redemptionis Sacramentum, que trata sobre el ordenamiento de la sagrada Liturgia, se refiere a los respectivos papeles de la Sede Apostólica, del Obispo Diocesano, de la Conferencia Episcopal, de los Sacerdotes y de los Diáconos. Aquí me limito a tocar solamente el papel del Obispo Diocesano. Él es el sumo sacerdote de su grey. Él dirige, anima, promueve y organiza. Juzga sobre la música sacra y el arte. Instituye las necesarias comisiones para la liturgia, la música y el arte sagrado (“Instrucción”, 22, 25). Trata de poner remedio a los abusos y es a él, o a su asistente, a quien los recursos deben ser dirigidos, antes que a la Sede Apostólica (“Instrucción”, 176-182, 184).
Los sacerdotes han prometido solemnemente ejercitar con fidelidad su ministerio, así como también los diáconos. Se espera, pues, que ellos estén a la altura de sus sagradas responsabilidades.
El segundo capítulo trata de la participación de los fieles laicos en la celebración Eucarística. El bautismo es el fundamento del sacerdocio común (“Instrucción”, 36, 37). El sacerdote ordenado es indispensable para una comunidad Cristiana; el papel de los sacerdotes y de los fieles laicos no debería ser confundido (“Instrucción”, 42, 45). Los laicos tienen su propia función. La “Instrucción” pone de relieve que esto no significa que todos deban necesariamente hacer algo. Más bien, se trata de estar totalmente conscientes del gran privilegio que Dios les hace al llamarlos a participar con la mente, el corazón y la vida entera, en la liturgia, y recibiendo a través de ella la gracia de Dios. Es importante comprender esto correctamente y no suponer que la “Instrucción” contiene, en algún modo, prejuicios contra los laicos.
Los capítulos 3, 4 y 5 tratan de responder a algunas de las preguntas más frecuentes; presentan también una serie de abusos que se encuentran más reiteradamente en la celebración actual de la Misa; ofrecen un discernimiento sobre quién recibe la Sagrada Comunión y quién no debería recibirla; hablan sobre el cuidado que se requiere para administrar la Sagrada Comunión bajo las dos especies; sobre las cuestiones concernientes a las vestiduras y vasos sagrados; a las posturas propias para recibir la Sagrada Comunión, etc.
El capítulo 6 se ocupa del culto debido a la Sagrada Eucaristía fuera de la Misa. Trata sobre el respeto debido al sagrario y sobre las prácticas de piedad eucarística, como las visitas al Santísimo Sacramento, las iglesias con Adoración Perpetua, las Procesiones eucarísticas y los Congresos Eucarísticos (“Instrucción”, 130, 135-136, 140, 142-145).
El capítulo 7 presta atención a las funciones extraordinarias confiadas a los fieles laicos, tales como la función de ministros extraordinarios de la sagrada Comunión, la tarea de desempeñarse como instructores o de presidir las celebraciones de oración en ausencia de sacerdote (“Instrucción”, 147-169). Estos papeles, aquí tratados, son diversos de los que refiere la “Instrucción” en el capítulo 2, donde habla sobre la participación ordinaria de los laicos en la liturgia y, particularmente, en la Eucaristía. Aquí se trata la cuestión de la actuación de los laicos cuando no está disponible un número suficiente de sacerdotes o de diáconos. En años recientes, la Santa Sede ha dedicado considerable atención a esta materia y esta Instrucción lo continúa haciendo, agregando más consideraciones para algunas circunstancias.
El capítulo final trata sobre los remedios canónicos a delitos o abusos contra la Sagrada Eucaristía. El remedio principal, a largo plazo, es una formación adecuada, la instrucción y la fe sólida. Pero cuando ocurren abusos, la Iglesia tiene el deber de señalarlos en un modo claro y caritativo.
Dado que según el artículo de fe que nos dice que la Misa es la representación sacramental del sacrificio de la Cruz (Cf Concilio de Trento: DS 1740) y que en el santísimo sacramento de la Eucaristía se encuentra presente “el cuerpo, la sangre, el alma y la divinidad de Nuestro Señor Jesucristo y, por lo tanto, Cristo entero está verdadera, real y sustancialmente presente” (Concilio de Trento: DS 1651; cf CEC 1374), está claro que las normas litúrgicas concernientes a la sagrada Eucaristía merecen toda nuestra atención. No se trata de rúbricas meticulosas, dictadas por mentes legalistas y estructuradas.
“La santísima Eucaristía contiene todo el bien espiritual de la Iglesia, es decir, Cristo mismo, nuestra pascua y pan vivo” (PO, 5). Los Sacerdotes y los Obispos son ordenados, sobre todo, para celebrar el sacrificio eucarístico y dar el Cuerpo y la Sangre de Cristo a los fieles. Los Diáconos y, a su modo, los acólitos, los otros ministros, los lectores, los coros y los fieles laicos especialmente designados, están llamados a colaborar según funciones definidas. Ellos, llenos de un espíritu de fe y devoción, deberían esforzarse en cumplir sus varios ministerios.
La “Instrucción” concluye diciendo que la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos espera que también “mediante la diligente aplicación de cuanto se recuerda en esta Instrucción, la humana fragilidad obstaculice menos la acción del Santísimo Sacramento”.