Trump, la prensa y los medios de comunicación
El liderazgo de Donald Trump es tan fuerte y sólido que el establishment de los medios de comunicación sigue obsesionado con él. Saben que su capacidad de influencia está bajo mínimos porque la gente tiene acceso a la verdad y a las noticias importantes de la mano del presidente legítimo. La manipulación y el sesgo informativo anti Trump se mantienen porque saben que el republicano, que es su mayor enemigo y el mayor aliado del pueblo estadounidense, podría volver a la Casa Blanca en 2024.
La fijación enfermiza de los medios de comunicación con Donald Trump antes y después de su asombrosa victoria en 2016 sobre la fallida candidata presidencial Hillary Clinton y su victoria sobre Joe Biden, al que sólo lograron meter en el Despacho Oval con un fraude electoral descarado, se mantiene aún hoy día.
Las razones de esta obsesión patológica anti Trump evidencian en el fondo el fracaso de los grandes medios de comunicación, sus principales periodistas y los habituales corresponsales, tan acostumbrados a mentir y manipular que ya no saben si son hombres o mujeres, o de qué demonios hablan en cada crónica. El éxito de Trump refleja como nunca la desaparición del periodismo riguroso, que prácticamente ha dejado de existir, salvo muy contadas excepciones.
Trump ha sabido conectar con la gente y ganarse su confianza al hablar con franqueza sobre todos los temas importantes, al margen de etiquetas y de lo políticamente correcto. A fecha actual, hay una realidad incuestionable: cualquiera que sea su opinión sobre Donald Trump, lo cierto es que su discurso directo y su influencia en la política nacional e internacional están cambiando el panorama. El discurso claro y sincero de Trump ha derrotado a los medios de comunicación, que no cesan de inventar historias para perjudicarlo. Ni siquiera la censura en las redes sociales, ha logrado callar la boca al presidente peleón. Las plataformas de redes sociales han hecho todo lo posible para eliminar a Trump de escena, prohibiendo su presencia y censurando mensajes de apoyo, y que no pueda comunicarse directamente con los estadounidenses. Un fracaso en toda regla. Trump sigue haciendo llegar sus pensamientos e ideas a la gente por otras vías.
Los medios y las redes sociales siguen juntas en su intento de censurar y suprimir las voces disidentes conservadoras, con la consiguiente pérdida para la libertad de expresión. Cabría pensar que con todo ello, el establishment de los medios de comunicación y las grandes empresas tecnológicas estarían tranquilos, pero no; están verdaderamente cagados de miedo porque sus mentiras y manipulaciones han salido a la luz y ya las conoce todo el mundo. Su pérdida de credibilidad se la han ganado a pulso. El desprestigio de periodistas y corresponsables los sitúa en objetos de burla general.
Toda esta censura y represión informativa de los medios tradicionales y digitales se produce en medio de su evidente favoritismo hacia Joe Biden. No es casualidad que muchos miembros de la Camarilla que participó en el fraude electoral formen parte de ese establishment mediático y tecnológico. Los datos demuestran este sesgo. Según un estudio del Pew Research Center, Biden fue el presidente más favorecido en las últimas tres décadas al recibir en sus primeros 60 días sólo un 19% de cobertura de noticias negativas. El resto, un exagerado 81%, fue todo positivo. Esto contrasta con una cobertura del 95% negativa a Trump durante cuatro años. Saquen sus conclusiones si tienen un mínimo de inteligencia.
Las calificaciones negativas en general de los presidentes anteriores son las siguientes: Bill Clinton (28%), George W. Bush (28%), Barack Obama (20%) y Donald Trump (62%). Está claro que el establishment mediático siempre favorece a los demócratas, aunque sean más malos que la quina.
El tirón popular de Trump es tan importante que cuando dejó la Casa Blanca, los índices de audiencia de los medios y de lectura de la prensa cayeron en picado, y siguen bajando. A nadie le importa un comino lo que haga o deje de hacer Biden y Harris manejados cual marionetas por otros.
Los principales medios de comunicación y los demócratas de izquierda radical también quieren ocultar y mantenerse lo más lejos posible del fraude en las elecciones presidenciales, que es una de las historias más importantes de nuestro tiempo a la que no han dado cobertura con seriedad. Sólo unos pocos independientes lo hemos hecho con un par y a cara descubierta.
Seis meses después de su victoria legal y del fraude electoral que aupó a Biden, Trump está renovando sus mensajes con más fuerza que nunca, llegando cada vez a más ciudadanos y remodelando el Partido Republicano para que apoye su agenda MAGA.
Hoy ya es público y notorio, probado y demostrado, que las elecciones presidenciales de 2020 fueron robadas a Trump. Los medios tratan de ocultarlo en la misma medida que se esfuerzan por halagar a Biden y Harris, y por manipular en gran medida también cuanto rodea a la pandemia del coronavirus para mantener a la gente quieta y silenciada.
Lo cierto es que el sesgo de los medios sigue un patrón claro. Al menos desde las elecciones de 1968, cada vez que un republicano ha ganado, su victoria ha sido considerada ilegítima por grandes franjas del establishment demócrata y sus aliados en los medios de comunicación. Cuando Nixon ganó en el 68, dijeron sin rubor que fue ilegítimo porque había convencido al gobierno de Vietnam del Sur de posponer las conversaciones de paz hasta después de las elecciones. Como señaló James Piereson, Lyndon Johnson y otros demócratas dijeron que se trataba de un acto de «traición». Cuando Nixon volvió a ganar en 1972 dijeron con la misma cara dura que fue ilegítimo debido al Watergate (que en realidad no tuvo ningún efecto en las elecciones; cero patatero, como saben todos los historiadores). Cuando Ronald Reagan ganó en 1980, dijeron haciendo grandes aspavientos que fue ilegítimo porque su campaña había tenido acceso al libro de debate de Carter. La elección de 1984 no dio lugar a que volvieran a mentir y declarar la ilegitimidad porque Reagan ganó arrolladoramente en 49 estados y eso hizo imposible aplicar la misma narrativa. Su victoria fue incontestable y masiva. Eran los Estados Unidos de Reagan y los medios progres no pudieron manipular como estaban y están acostumbrados a hacer con ese desparpajo que da el saberse respaldados por un establishment poderoso y manipulador.
El paréntesis de respeto duró bien poco. Los demócratas, como los adictos, volvieron a sacar las banderas de la ilegitimidad cuando George H.W. Bush ganó en 1988. Dijeron que todo se debió a sus anuncios contra el crimen «racialmente cargados» (o sea, que eran efectivos). Cuando el hijo, George W. Bush, ganó en 2000, la izquierda literalmente se volvió loca y desquiciada alegando que la elección era ilegítima porque en realidad fue un proceso de “selección” por parte del Tribunal Supremo, no de “elección” por parte del pueblo. Cuando George W. Bush volvió a ganar en 2004 con un despliegue efectivo de su campaña electoral contra John Kerry, alegaron que los casos de “supresión de votantes” hicieron que su elección fuera ilegítima. Sería para reír si no fuese tan serio el tema. Esto nos lleva a las elecciones de 2016. Como los medios ya habían declarado ganadora antes de tiempo a Hillary Clinton y veían imposible que Donald Trump pudiera ganar, se volvieron majaras perdidos del todo cuando ganó y se inventaron lo de la colusión rusa; una teoría falsa e inventada, como ya se demostró, que la prensa y los medios repitieron como cotorras, aunque sabían que todo era una gran mentira.
Y ahora que los demócratas realmente cometieron un fraude electoral en 2020, salen en tropel a defender unas elecciones llenas de irregularidades. Es de chiste. Los medios no le contarán todo esto, por supuesto. A la luz de todo esto, podemos deducir varias lecciones.
Una lección tiene que ver con el absoluto desprecio por la integridad electoral por parte de los demócratas. Para ellos, los republicanos, en la medida en que abrazan ideas conservadoras, son ontológicamente ilegítimos, por lo tanto, si de alguna manera ganan una elección, no pueden, por definición, estar en alza. Un corolario de esta lección es que se permiten todos los medios necesarios cuando se trata de oponerse a las victorias electorales republicanas. Y los medios no dicen ni chitón.
Otra lección se refiere a la reacción republicana a las acusaciones demócratas de ilegitimidad. Con la única y valiente excepción de Donald Trump, ignoran o minimizan las acusaciones, dando la razón tácitamente a los demócratas. Las posturas y declaraciones de muchos RINOs dan vergüenza ajena. El último ejemplo, el de Liz Cheney, sin ir más lejos, que ha perdido el liderazgo republicano en la Cámara de Representantes esta pasada semana, por su debilidad política y posturas anti Trump. Ella dejó abandonados a los votantes de su distrito electoral en Wyoming para representar al establishment político y mediático. Gracias a Trump, se irá a cuidar vacas a Wyoming… o lo que pueda o la dejen hacer.
Es y ha sido Trump quien está luchando como un jabato contra ese establishment podrido y corrupto de los medios y de la política, incluso del Partido Republicano, para evitar que los demócratas sigan desmantelando el país, inyectando la toxina de la política del despertar (cancelación) en toda la cultura, incluso en el ejército de Estados Unidos (que ya es el colmo de la estupidez), y enfrentándose a esos sinvergüenzas que se comportan más como si estuvieran siendo instruidos y guiados por los enemigos de Estados Unidos en lugar de ser sus representantes políticos debidamente elegidos y una prensa verdaderamente justa, imparcial y libre.
Trump ha sabido comunicar como nadie que el federalismo, la República, la libertad de expresión y el estado de derecho están bajo ataque de la izquierda. Las empresas tecnológicas, los medios de comunicación y el establishment político ejercen un poder sin precedentes contra los intereses legítimos del pueblo estadounidense y su estilo de vida. Todo estadounidense merece ser escuchado, ya sea republicano, demócrata o independiente, pero eso sólo lo está defendiendo hoy por hoy Donald Trump y quienes lo apoyamos. Somos la última línea de defensa para evitar que las grandes tecnológicas, los medios de comunicación y el establishment político y mediático pisoteen los derechos de los estadounidenses y destrocen el país por el que generaciones enteras combatieron con valentía y sentido común; la última línea de defensa contra estos ataques a nuestras libertades garantizadas en la Constitución.