Fe, libertad y tradición
El Presidente Trump pronunció en Varsovia, Polonia, uno de los discursos más importantes de los últimos años en política internacional. Con un coraje inusitado en estos tiempos de mediocridad y cobardía política, Trump hizo un llamamiento encendido para luchar por la fe, la libertad y la tradición si Occidente quiere sobrevivir y proteger sus valores cristianos. Para esto lo elegimos también el pueblo estadounidense. Trump está respondiendo a las expectativas depositadas en él y se ha erigido como el auténtico líder de la libertad y la democracia occidental. El auténtico garante de nuestros valores espirituales.
El discurso de la Plaza Krasinski, un lugar clave y simbólico en la historia de la ciudad porque estaba junto al gueto judío y fue destruida por los nazis en la Segunda Guerra Mundial, nos ha recordado a todos ese liderazgo americano que permitió salvar Europa del nazismo y el comunismo, e instaurar un régimen de libertades que se ha mantenido durante décadas. Han sido esos valores cristianos y democráticos defendidos por Trump en su discurso, los que ampararon a millones de ciudadanos que se formaron, educaron y prosperaron en libertad. No la sharia ni la religión musulmana. Ni tampoco la ideología de género, lo políticamente correcto ni el globalismo multicultural. Fue la democracia liberal conservadora: salvada, entregada y defendida por los Estados Unidos durante décadas.
Las palabras del Presidente Trump han sido ciertamente inspiradoras y merecen ser estudiadas y recordadas hoy y en el futuro. Ante las amenazas reales que enfrenta el mundo, el presidente estadounidense ha recordado con acierto que: “Como nos recuerda la experiencia polaca, la defensa de Occidente descansa en último término no sólo en los medios, sino en la voluntad de prevalecer de su gente. La cuestión fundamental de nuestro tiempo es si Occidente tiene la voluntad de sobrevivir».
A la vista de la actitud de millones de personas, que entregan con ignorancia y cobardía las libertades que tanto ha costado ganar y salvaguardar, nos preguntamos si existe esa voluntad. Desde luego, en buena parte de la ciudadanía de los Estados Unidos, sí existe: en todos aquellos ciudadanos que votamos a Trump para defender precisamente nuestros valores. El presidente los ha defendido rotundo y de forma brillante al expresar que: «Nuestra propia lucha en defensa de Occidente no empieza en el campo de batalla, sino que empieza en nuestras mentes, en nuestras voluntades y en nuestras almas». Y se ha mostrado generoso al límite al abrir las puertas a quien quieran compartir nuestros valores, y firme y sólido al cerrar nuestras fronteras a quienes defienden y promueven el terrorismo y el extremismo, sea del signo que sea.
Trump pone el foco en temas cruciales y decisivos: la fe, Dios y la familia. Apela a estas creencias por parte de la gente como motor de progreso, convivencia pacífica y de una sociedad que defiende la libertad y la tolerancia. Lo hace con palabras valientes y categóricas: “Si no tenemos familias fuertes y valores fuertes, seremos débiles y no sobreviviremos”. Es un mensaje de profundo calado intelectual e ideológico que defiende el legado cultural judeo-cristiano no sólo de Estados Unidos, sino también de Europa, con la que mantenemos raíces comunes, historia y cultura en común.
El compromiso de Trump con Europa se basa en defender nuestras libertades frente a quienes las amenazan (terrorismo, islamismo radical, anticapitalistas fanáticos, descerebrados, prensa manipuladora, etc). Un compromiso que se articula en torno a la OTAN y su redefinición en estos nuevos tiempos, lo cual incluye exigir a los aliados europeos que contribuyan pagando lo que deben y participando en misiones reales y no sólo maniobras de entrenamiento.
Pocas voces se atreven hoy a romper la mordaza dictatorial de lo políticamente correcto para defender la herencia cristiana de Occidente. El Presidente Trump se atreve y la ha defendido en Polonia ante cientos de asistentes que lo han aplaudido y aclamado: “Los americanos, los polacos, y las naciones de Europa valoran la libertad individual y la soberanía. Tenemos que trabajar juntos para contrarrestar las fuerzas, vengan de dentro o de fuera, del sur o del este, que amenazan con dinamitar poco a poco estos valores y borrar los lazos de la cultura, la fe y la tradición que nos hacen lo que somos”.
El Presidente Trump señala en su discurso otro de los grandes problemas que afrontamos actualmente en las sociedades modernas: “El peligro que representa la burocracia gubernamental, que quita vitalidad y riqueza a la gente (…) Occidente no se convirtió en grande por el papeleo y las regulaciones, sino porque la gente pudo perseguir sus sueños y sus destinos”.
Ante unos gobiernos cada vez más poderosos frente al pueblo y los desmanes y abusos burocráticos que ahogan los esfuerzos de los individuos y fomentan la corrupción amparada en el poder, Trump se alza como un líder cercano a los ciudadanos, a los que respeta su libertad, su fe y su dinero, sin aplicar impuestos excesivos, regulaciones innecesarias ni eliminar simbología religiosa. Trump es el baluarte frente a un establishment que se oculta detrás de una maraña de burocracia para seguir exprimiendo a los ciudadanos en beneficio propio y de un gasto gubernamental excesivo. En suma, la misma élite política, mediática y social que prefiere pasar de puntillas sobre el contenido de este discurso y abrazar, pongamos por caso, los discursos gay, globalista o multi-lo-que-sea.
El discurso de Trump ha sabido captar la esencia de la civilización cristiana y occidental, la cual ha dado al mundo algunas de las mayores obras del ser humano y es una llamada enérgica a defender ésta. Pocas voces resuenan como la de Trump en defensa y reivindicación de la soberanía nacional, la libertad individual, la fe, la tradición y la familia frente a quienes amenazan su existencia desde el exterior o el interior activa o pasivamente.
El discurso emocionante y emotivo de Donald Trump nos recuerda el papel de los héroes y que “Occidente fue salvado con la sangre de los patriotas; que cada generación debe levantarse y desempeñar su papel en su defensa y que cada pie de tierra, y cada pulgada de civilización, vale la pena defenderlo con su vida”. También nos señala algo esencial en este combate por nuestra forma de vida tradicional y nuestra cultura: “Nuestros adversarios están condenados porque nunca olvidaremos quiénes somos. Y si no olvidamos quiénes somos, simplemente no podemos ser vencidos. Los estadounidenses nunca olvidarán. Las naciones de Europa nunca olvidarán (…) Escribimos sinfonías. Buscamos la innovación. Celebramos a nuestros antiguos héroes, abrazamos nuestras tradiciones y costumbres atemporales, y siempre buscamos explorar y descubrir nuevas fronteras. Recompensamos la brillantez. Nos esforzamos por la excelencia, y apreciamos obras de arte inspiradoras que honran a Dios. Valoramos el imperio de la ley y protegemos el derecho a la libertad de palabra y a la libre expresión. Damos poder a las mujeres como pilares de nuestra sociedad y de nuestro éxito. Ponemos la fe y la familia, no el gobierno y la burocracia, en el centro de nuestras vidas. Y discutimos todo. Lo desafiamos todo. Buscamos saberlo todo para que podamos conocernos mejor”.
Ante la desidia y la pobreza intelectual de un mundo occidental en manos muchas veces de cobardes que prefieren doblegar las creencias en aras de un mal entendido multiculturalismo, las palabras de Trump marcan un camino de fe en nuestro modelo de convivencia y progreso. Su discurso en Polonia culminó con un optimismo esperanzador que nos recuerda a Ronald Reagan y a los mejores presidentes estadounidenses: “Occidente jamás será quebrantado. Nuestros valores prevalecerán. Nuestro pueblo prosperará. Y nuestra civilización triunfará. Luchemos juntos por la familia, por la libertad, por el país y por Dios”.
Ésta sí una batalla que nos atañe a todos y por la que merece la pena luchar, y no la que plantean ciertos medios de comunicación con aplastante intolerancia y machaconería desde sus púlpitos mediáticos.