Atletas nativos estadounidenses
La historia del atletismo estadounidense está llena de grandes gestas heroicas que forjaron la leyenda de este deporte y lo convirtieron en un referente deportivo para la nación. Hay muchos nombres que han aportado hazañas que ya están en el recuerdo para siempre. A menudo se identifica a los atletas afroamericanos como los únicos que han alcanzado la gloria, y aunque esto es así en muchos casos, también hay ejemplos de otros atletas que lo hicieron aun cuando afrontaron grandes obstáculos.
Los nativos americanos también han aportado gestas dignas de rememorar. Jim Thorpe fue el primero, logrando una medalla de oro para Estados Unidos en unos Juegos Olímpicos. Su historia y su figura deportiva ya forman parte de la leyenda.
Jacobus Franciscus «Jim» Thorpe (en Kikapú: Wa-Tho-Huk, que significa «Sendero brillante»), ganó medallas de oro olímpicas en las pruebas de pentatlón y decatlón, además de jugar al fútbol americano, béisbol y baloncesto a nivel universitario y profesional.
Thorpe fue criado en la nación Sac y Fox en Oklahoma, y en 1950 fue nombrado el atleta más grande de la primera mitad del siglo XX en los Estados Unidos por Associated Press (AP), que en 1999 le colocó como tercero en la lista de los mejores atletas del país de todo el siglo XX. Es uno de los clásicos ejemplos de talento natural en atletismo, cuyos méritos han adquirido mayor relevancia incluso con el paso de los años. Thorpe fue un corredor muy rápido, sólido y ágil.
Como dato curioso, Thorpe mantuvo su fe católica durante toda su vida, la fe en la que lo crió su madre. Antes de centrarse en el atletismo, trabajó como vaquero en algunos ranchos. Más tarde fue entrenado por Glenn Scobey «Pop» Warner, uno de los entrenadores de mayor influencia en la primera época del fútbol americano y tuvo como compañero de universidad a William (Lone Star) Dietz.
Thorpe comenzó su carrera atlética en Carlisle en 1907, cuando paseaba por la pista de atletismo y venció a los saltadores de altura de la escuela con un salto improvisado de 1,75 m. vistiendo ropa de calle. Además del atletismo, participó en fútbol americano, béisbol, baloncesto, lacrosse, natación, hockey sobre hielo, boxeo, tenis, arquería e incluso en baile de salón, ganando el campeonato intercolegial de esta actividad de 1912. Era todo un fenómeno que hoy hubiera arrasado en los medios de comunicación.
En los Juegos Olímpicos de 1912, celebrados en Estocolmo, Suecia, dos nuevas disciplinas se incluyeron en el programa, el pentatlón y el decatlón, en las que participó Thorpe. La prueba de pentatlón estaba basada en el antiguo evento griego, que se había organizado en los Juegos Intercalados de 1906. La edición de 1912 consistiría del salto de longitud, el lanzamiento de jabalina, los doscientos metros, el lanzamiento de disco y los mil quinientos metros. El decatlón, tal como se lo conoce actualmente era un evento completamente nuevo en el atletismo y se incluyó por primera vez en estos Juegos Olímpicos en 1920. Los registros de Thorpe eran estos: podía correr las cien yardas en diez segundos exactos, las 220 en 21,8, las 440 en 51,8, las 880 en 1:57, la milla en 4:35; las ciento veinte yardas con vallas altas en quince segundos, y las 220 yardas con vallas bajas en veinticuatro. En el salto de longitud podía alcanzar los 7,16 m y en el salto de altura 1,95 m. Además, podía alcanzar los 3,35 m en el salto con garrocha, los 14,25 m en el lanzamiento de peso, los 49,68 m en lanzamiento de jabalina y los 41,45 m en el lanzamiento de disco. No fue extraño que entrara en las pruebas para calificar en el equipo olímpico de los Estados Unidos tanto para pentatlón como decatlón. Thorpe compitió finalmente en 17 pruebas, ganó cuatro de las cinco pruebas del pentatlón, derrotando a los escandinavos incluso en su especialidad, la jabalina, disciplina en la que nunca había participado, y en decatlón consiguió un récord olímpico de 8.412 puntos, ganando tres de las pruebas, un registro que no sería superado en casi dos décadas.
El 27 de mayo de 1999 la Cámara de Representantes de los Estados Unidos autorizó la resolución 198 honrando a Jim Thorpe como el «Atleta del Siglo de los Estados Unidos». Thorpe fue inmortalizado en la película Jim Thorpe—All-American (1951) protagonizada por Burt Lancaster y dirigida por Michael Curtiz.
A Billy Mills, un nativo sioux, le corresponde el honor de haber llevado al país el único oro olímpico en los 10.000 metros. Fue en Tokio’64.
Billy Mills, cuyo nombre auténtico era Makata Taka Hela, que significa «Respeta la tierra», pertenecía a los Lakota, una de las tribus integrantes de la gran nación Sioux; él se crió en la reserva de Pine Ridge, en las praderas de Dakota del Sur. Nació en 1938, se quedó huérfano a los 12 años y fue internado en Haskell, un instituto de Kansas para jóvenes procedentes de las reservas. Allí destacó como atleta. Bill Easton, que por entonces dirigía el prestigioso equipo de atletismo de la Universidad de Kansas, escuchó hablar de un joven nativo que ganaba numerosas carreras locales y cuyas cualidades eran excepcionales en las pruebas de larga distancia. El entrenador fichó a Mills, que recibió una beca para estudiar. Después se alistó en el Cuerpo de Marines donde retomó su pasión por las carreras. Mills se presentó a los trials norteamericanos para los Juegos Olímpicos de Tokio donde consiguió la clasificación para la prueba de 10.000 metros.
El resto es historia del deporte y una de las grandes gestas de este país y del olimpismo. La mejor marca de Mills estaba en los 29 minutos, discreta para el nivel que se esperaba en la final olímpica. Doce atletas que se alinearon a su lado aquel 14 de octubre mejoraban su registro y algunos, como el tunecino Gammoudi o el australiano Clark, le aventajaban en más de un minuto. Además, accedió a la final con grandes dificultades. Todo indicaba que estaba condenado a ocupar un flojo papel en la final. En aquel tiempo el hecho de tener que disputar una carrera de clasificación en la exigente prueba de los diez kilómetros suponía un grave contratiempo para muchos de los favoritos. Pero Mills brilló en la última carrera por encima de todos. La final fue más rápida de lo que cabía esperar y el atleta estadounidense se mantuvo en el grupo de cabeza mientras se regazaban los demás. Mills escuchó el toque de campana junto al tunecino Gammoudi y por delante de Clark. En la penúltima curva abundaron los codazos entre los tres primeros y Mills salió ligeramente despedido hacia la calle tres. Pero él había sufrido ya muchos codazos antes a lo largo de su vida, así que supo recuperarse. Gammoudi, que era el gran favorito, aceleró y Clark y Mills trataron de seguirle a diez metros, una distancia peligrosa pero que los perseguidores supieron mantener hasta la entrada en la última curva. En ese momento la carrera se complicó aún más, ya que media docena de atletas que habían sido doblados avanzaron en una formación desorganizada que obligó a los tres primeros a hacerse hueco en pleno esfuerzo por el exterior.
En ese instante, a menos de cincuenta metros de meta, Mills demostró el talento que llevaba dentro y elevó el ritmo de forma letal, sin que los demás pudieran seguirle. Cruzó triunfal la meta y concedió a Estados Unidos el único oro de su historia en los 10.000 metros. Nadie lo esperaba y apenas creían en él, pero su gesta sigue vigente, demostrando que lo difícil es posible cuando uno se esfuerza al máximo de sus posibilidades. Fue un momento de puro atletismo, genuino, lleno de superación, dramatismo y triunfo, que sigue marcando el camino de lo que debe ser el atletismo. Mills llegó a declarar tras aquella carrera que «Dios me dio la capacidad y el resto dependía de mí». El atleta sioux estuvo poco tiempo en la élite. Dos años le sirvieron para mejorar sus registros al tiempo que avanzaba en su carrera militar.
Jim Thopre y Billy Mills, dos ejemplos del mejor atletismo clásico estadounidense, el que se hacía con esfuerzo personal, sin tecnología ni suplementos vitamínicos, basado en la fe, el talento y el trabajo duro. En los pasados Juegos Olímpicos volvimos a ver destellos de este atletismo en las pistas gracias a un puñado de atletas que conservan el espíritu de las carreras y la competición limpia.