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Mensaje de Epifanía

La homilía del Papa Benedicto XVI, con motivo de la misa de Epifanía de la fiesta de Reyes Magos, el pasado 6 de enero, lanzó algunos mensajes para reflexionar sobre los que merece detenerse, más allá del significado actual que la gente concede a esta fiesta, convertida únicamente en motivo de regalos, sin mayor implicación emocional o espiritual.
Benedicto XVI presentó a los Reyes Magos de Oriente como personajes dignos de ser ejemplos a seguir en materias como la ciencia y la fe, grandes conocedores de la historia y la astronomía, pero que no se avergüenzan de consultar a las autoridades judías.
Su reflexión profundizó en la circunstancia de que a Belén no fuesen “los poderosos y los reyes de la tierra sino los magos, personajes desconocidos en Judea, quizá vistos con sospecha pero, en todo caso, dignos de atención particular”. Lo que dice mucho a favor de las personas que tienen una extraordinaria capacidad, pero que no son reconocidas socialmente, o son vistas con envidia y prejuicios, por unas u otras circunstancias, y su papel determinante en ciertos acontecimientos.
El Papa recordó que, en contra de la creencia popular, el Evangelio no les identifica como “reyes” sino que “eran sabios que observaban los astros y conocían la historia de los pueblos. Eran hombres de ciencia en sentido amplio, que observaban el cosmos, considerándolo como un gran libro lleno de signos y de mensajes divinos para los hombres (…) su saber no les llevaba a considerarse autosuficientes, sino que estaba abierto a nuevas revelaciones y llamamientos divinos. De hecho no se avergüenzan de pedir instrucciones a las autoridades religiosas judías”.

Destacó que los tres sabios podrían haber dicho que se bastaban ellos solos, sin necesitar a nadie, evitando lo que hoy denominaríamos, de acuerdo a la mentalidad de esta época, “contaminación” entre la ciencia y la Palabra de Dios. Pero, en cambio, deciden escuchar la profecía sobre el lugar del nacimiento del Salvador, la toman en serio y “apenas se ponen en camino hacia Belén vuelven a ver la estrella, casi como confirmación de la perfecta armonía entre la investigación humana y la Verdad divina, una armonía que llenó de alegría sus corazones de sabios auténticos (…) Arribados a Jerusalén, los Magos necesitaron de las indicaciones de los sacerdotes y de los escribas para conocer exactamente el lugar al cual dirigirse, es decir, Belén, la ciudad de David”. Esto nos ofrece una gran lección de humildad, que es hoy más vigente que nunca, cuando la prepotencia intelectual y científica alcanza cotas elevadas en algunas personas.
El itinerario de los “Magos” terminó cuando: «se encontraron ante el niño con su madre María y como dice el Evangelio, se arrodillaron«. Contó Benedicto XVI que los “magos”: «Podrían haber quedado decepcionados, es más, escandalizados«, al ver el pobre pesebre donde había nacido Jesús. «En cambio, como verdaderos sabios, están abiertos al misterio que se manifiesta de ese modo sorprendente y con sus regalos simbólicos demostraron reconocer en Jesús al Rey y al Hijo de Dios”. De nuevo una actitud de la que podemos sacar lecciones importantes. Ante la arrogancia de quien cree saberlo todo, se alza el misterio de aquello que se nos escapa a la comprensión lógica o que no tiene un significado convencional, y que no ha de ser religioso necesariamente, pero que está ahí y se manifiesta de múltiples maneras.
Benedicto XVI contó también que los “Magos”, en vez de regresar al palacio de Herodes y anunciar su descubrimiento, escucharon la advertencia de un sueño y eligieron «como su rey al Niño«, custodiando «en secreto» su descubrimiento, «siguiendo el estilo de María, o mejor, de Dios mismo”, y explicó que en la cultura oriental los regalos de oro, incienso y mirra simbolizan “el reconocimiento a una persona como Dios y Rey«, confirmando el gesto de que «postrándose, le adoraron”. Y añadió que: “estos personajes venidos de Oriente no son los últimos sino los primeros en una larga serie de personas que, a lo largo de todas las épocas de la historia, saben reconocer el mensaje de la estrella, saben recorrer los caminos indicados por la Sagrada Escritura y saben encontrar, así, a Aquel que aparentemente es débil y frágil, y que, sin embargo, tiene el poder de donar la alegría más grande y más profunda al corazón del hombre. En Él, en efecto, se manifiesta la realidad estupenda que Dios nos conoce y está cerca de nosotros, que su grandeza y potencia no se expresan en la lógica del mundo”.

Las ideas que el Papa ha transmitido son que la ciencia no debe ser “autosuficiente” sino abierta a la fe y a “ulteriores revelaciones y llamadas divinas”, dado que para comprender la realidad son necesarias también la inteligencia, la ciencia, la fe, y la revelación. Todas y cada una de ellas.
Benedicto XVI realiza un interesante paralelismo entre fe y ciencia, y «la estrella y las Sagradas Escrituras, que fueron las dos luces que guiaron el camino de los Magos«, que además de ser «sabios«, estaban abiertos al misterio de Dios; esto fue posible gracias a una actitud humilde y a su capacidad para escuchar y sorprenderse. De esta forma se convirtieron en un «modelo» para los «auténticos buscadores de la verdad» de cualquier época. Su ejemplo de humildad, aun cuando eran sabios, nos marca una enorme lección, que en nuestro mundo avanzado tecnológicamente y empobrecido espiritualmente, se olvida con frecuencia o casi siempre.
El Papa aprovechó la Epifanía para pedir que el “Señor nos conceda ser niños en el corazón, para ver la estrella de Su misericordia, que nos encaminemos sobre Su camino, para encontrarlo y ser inundados de la grande luz y de la verdadera alegría que nos ha traído a este mundo”. Y puntualizó que la adoración de los “Magos” al Niño de Belén se convierte en “un rayo de amor y esperanza que continúa a lo largo de la historia de la humanidad«.
Su ejemplo para nosotros, en nuestro mundo actual, como ha expresado Benedicto XVI, es “eliminar la excesiva seguridad en nosotros mismos, la presunción de conocer perfectamente la realidad, dejándonos, por el contrario, contagiar de la alegría de la Verdad, y dejarnos tocar por un Dios que nos espera entre los pobres, el único camino del amor que puede transformar al mundo”.
Los “Reyes Magos” se configuran así en “auténticos buscadores de la verdad” y “sabios”, personajes simbólicos cuyo profundo significado va más allá de sus figuras históricas, más allá de debates en torno a ellos, pero que se olvida apenas transcurren unos días de la celebración de su fiesta, fiel reflejo de lo vacíos que están los espíritus actuales.
Todo el mensaje de Benedicto XVI se centra en un concepto esencial para el cristianismo, la “humildad”, que es olvidada y relegada por amplias capas de la sociedad actual. Una actitud que abre la puerta a otros problemas mayores y a una forma de vivir sin sentido, prepotente con todo, y vacía espiritualmente.
Para Benedicto XVI, “la indiferencia y la presunción son conductas que hacen que los corazones de quienes así viven estén cerrados e insensibles a la novedad de Dios (…) Los indiferentes ante Dios tienen demasiada seguridad en sí mismos y la presunción de conocer perfectamente la realidad, mientras lo que se requiere es una humildad auténtica”. Una humildad cada vez más difícil de encontrar en la gente en esta sociedad que olvida los conceptos más relevantes.
La unión de la inteligencia, la fe, la ciencia y la revelación, ser configuran así en el mejor camino por el que transitar hacia la búsqueda de la verdad.
El Papa ha recordado que “Muchos vieron la estrella, pero sólo pocos han comprendido el mensaje«. Dos mil años después sucede lo mismo.
Benedicto XVI resume en una frase magistral el mensaje que debemos escuchar en nuestros corazones: “Lo que hace falta es una humildad auténtica, que sepa someterse a lo que es verdaderamente importante”.
Es también un llamamiento a la conciliación entre fe y razón, que resulta vital para el enriquecimiento espiritual y dotar de sentido la existencia.
Un Mensaje de Epifanía. Un mensaje vigente y eterno.




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