Plan de infraestructuras de Trump
La sinceridad y franqueza del Presidente Trump al abordar los temas de la nación han demostrado que conecta con una mayoría del pueblo estadounidense, que está cansado de bonitas palabras sobre el papel de políticos que se ponen estupendos, pero que jamás hacen nada por la gente corriente y las clases medias.
Mientras otros políticos, de toda tendencia ideológica, se llenan la boca de una intelectualidad vacía que no logra avances reales o se esfuerzan en impulsar conceptos grandiosos sobre democracia en países que nunca la han querido realmente porque no está en su cultura ni en su religión, o se gastaban en los últimos años billones de dólares en el extranjero mientras se dejaba al país en un estado de abandono lamentable, el Presidente Trump ha sabido captar la preocupación de los ciudadanos de este país, que han visto durante años cómo el dinero de sus impuestos se dedicaba a financiar empresas imposibles, proyectos corruptos, estupideces progresistas y despilfarros de todo tipo. Preocupaciones reales sobre problemas reales, como el estado de las infraestructuras en este país, que fue capaz de construir un ferrocarril transcontinental, el puente Golden Gate, el Empire State Building, ferrys, autopistas, el Capitolio federal, Cabo Cañaveral o llegar a la Luna. Pero que ha visto cómo otros países aprovechaban las ventajas que ofrecía permanecer bajo el cobijo de unos Estados Unidos que han pagado la defensa del mundo libre, o beneficiándose de una balanza comercial claramente desfavorecedora para los estadounidenses.
El deterioro de las infraestructuras nacionales ha dejado a Estados Unidos por detrás en algunos aspectos respecto a otros países que influyen en la competitividad de la nación. Por eso, el Presidente Trump acierta de pleno al convertir la modernización de las infraestructuras en un objetivo de su presidencia y querer recuperar a la “nación de constructores” que siempre ha sido Estados Unidos. Esto pasa por una estrategia para mejorar la red nacional de infraestructuras mediante medidas como dar más libertad de acción a las autoridades estatales y locales, imponer menos regulaciones ambientales y obtener mayor apoyo privado a los proyectos. Es decir, en línea con los grandes valores conservadores que han construido Estados Unidos y han hecho de esta nación la más innovadora, avanzada, y audaz de la historia.
Mientras la derrotada candidata demócrata, Hillary Clinton, y sus apoyos mediáticos, se embarcaban en una lucha por imponer la ideología de género, que a nadie importa, Donald Trump viajó por todo el país y tomó contacto con la realidad de los norteamericanos, escuchando sus ideas y reclamaciones, y viendo de primera mano infraestructuras desmoronadas y deterioradas por todo el país, reuniéndose con comunidades que clamaban desesperadas por tener nuevas carreteras y puentes.
El Presidente Trump es un hombre que sabe escuchar al pueblo estadounidense y ha sabido poner como objetivo lograr la mejor infraestructura del mundo para los Estados Unidos. Son este tipo de cosas las que convierten a un presidente en historia viva de la nación. No son ideas abstractas ni bellos conceptos ideológicos desgranados con voz grave más o menos bien, como podría hacer Obama en sus buenos tiempos, son realidades que hay que afrontar: el sistema de infraestructuras de Estados Unidos ha caído al puesto duodécimo en el ranking mundial y eso en la primera potencia del mundo es simplemente inaceptable. No se puede tolerar que mientras el país es capaz de generar la mejor tecnología del mundo, haya lugares que no puedan conectarse a internet a la máxima potencia o no contar con un sistema de tren de alta velocidad entre grandes capitales, carreteras más modernas y mejores escuelas.
La mayoría de los medios de comunicación, en su cruzada anti Trump, no ven la importancia y el alcance de todo lo que está impulsando Trump. O deciden no verlo ni divulgarlo. Si este plan lo hubiera lanzado Obama, estarían de rodillas, encantados, esperando a que el mulato les diera gusto. Ya saben, la doble vara de medir que todos conocemos.
La propuesta presupuestaria que el Gobierno de Trump ha presentado incluye 200.000 millones de dólares de gasto federal para infraestructuras, en el marco del billón de dólares total que el presidente pretende lograr en inversiones en el sector con la ayuda de empresas privadas, cuya iniciativa, diligencia y buen hacer son necesarios en los proyectos que se van a abordar en áreas como carreteras, puentes, túneles, canales, aeropuertos, oleoductos, etc.
De entrada, el Presidente Trump acierta al dejar a las autoridades estatales y locales para que puedan detectar sus propias necesidades críticas de infraestructura y asociarse con empresas privadas si así lo consideran oportuno. Este enfoque es cien por cien americano y cien por cien camino del éxito. También acierta Trump al reducir drásticamente el tiempo de espera en la aprobación de proyectos de infraestructura, frenados en los últimos años por enormes regulaciones de todo tipo que han elevado los costes y alargado los plazos artificialmente. Más nos vale que las infraestructuras necesarias se impulsen durante la presidencia de Trump, porque hay muchos políticos, de ambos partidos, que viven de imponer regulaciones y trabas burocráticas. Los ejemplos que pone Trump son válidos y elocuentes: el célebre puente Golden Gate de San Francisco se construyó en cuatro años en tiempos en los que la tecnología no estaba tan avanzada como ahora; la Presa Hoover en cinco años; y el Empire State Building en menos de un año, en comparación con los proyectos actuales, cuando puede llevar más de una década aprobar y ejecutar proyectos de infraestructura. Una locura burocrática amparada desde el “pantano de la corrupción” de Washington D.C. que sólo Trump se ha atrevido a cuestionar y a cambiar. Trump no fue elegido para continuar con un sistema que falla por todas partes, fue elegido para cambiarlo, y lo está haciendo. Un cambio real e histórico. Eso es “Hacer a América Grande Otra Vez”. No es sólo un eslogan, se trata de una política integral y completamente nueva. La creación de una nueva oficina que supervise la agilidad de los permisos y proyectos es un avance determinante para implementar esta política.
Tal vez no haya belleza literaria en las palabras de Trump cuando dice: «Es hora de reconstruir nuestro país, traer de vuelta nuestros empleos, restaurar nuestros sueños y, sí, de poner a Estados Unidos primero”. Pero es la verdad desnuda y la realidad. No necesitamos promesas ni “sí, podemos” engañosos, ni chorradas similares, necesitamos mejores infraestructuras e invertir en los Estados Unidos primero.
Una modernización necesaria que además traerá millones de nuevos empleos para los estadounidenses. Cuando piensen por qué el Presidente Trump fue elegido o será reelegido, recuerden temas como las infraestructuras y el empleo. Son las respuestas rápidas, sencillas y ciertas. Y no las majaderías que cuentan ciertos medios a los que se les indigestó la victoria de Donald Trump y los sorprendió con los pantalones y las faldas bajadas.
El plan de infraestructuras del Presidente Trump no sólo modernizará la nación, también inspirará a la juventud, empleará a nuevos trabajadores y creará mayor prosperidad para los estadounidenses. No hay mejor política que la que beneficia a la gente corriente y a las clases medias, y no a unas elites podridas de dinero, poder, prepotencia intelectual, y empeñadas en imponer sus ideas al pueblo que eligió a Trump para hacer lo que está haciendo.