El caso de los espías rusos en Estados Unidos
La detención el pasado 29 de junio de diez agentes secretos rusos infiltrados en Estados Unidos, ha traído a la actualidad una realidad que no ha dejado de existir en las últimas décadas: el espionaje entre Estados Unidos y Rusia. Ya no se trata de la Guerra Fría sino de un espionaje que intenta desvelar secretos desde el interior del país, en este caso de Estados Unidos, mediante agentes que adoptan la ciudadanía norteamericana y construyen una vida perfectamente americana como fachada para realizar sus actividades clandestinas.
Las investigaciones han ido desvelando cómo los agentes infiltrados estaban adaptados a la vida cotidiana en este país, con años de vida familiar y profesional en el más genuino estilo de vida estadounidense: vidas normales en urbanizaciones a las afueras de la ciudad y plena integración social.
El objetivo de esta red de agentes que actuaban como ciudadanos normales al servicio de Rusia, era introducirse en círculos políticos, económicos, científicos o militares de primer nivel y pasar información clasificada o que pudiera ser interesante.
El FBI los ha seguido durante años hasta desmantelar la red y acusarlos de distintos delitos, algunos de espionaje y otros por «conspirar para actuar como agentes de un Gobierno extranjero sin informar al Departamento de Justicia de Estados Unidos”, o blanqueo de capitales. Cargos todos ellos que han sido retirados finalmente tras el acuerdo para canjear a los agentes por otros detenidos en Rusia hasta ahora. Un intercambio que se produjo en Viena hace ya días.
Anna Chapman, la “matahari pelirroja”, aparentemente una “inversora de negocios”, propietaria de una empresa especializada en tecnología y medios de comunicación, de 28 años de edad, seguía en realidad un plan muy diferente, actuando conforme a los dictados del espionaje clásico: mimetizarse con el entorno, cambiar de color de pelo para pasar desapercibida en determinados ambientes, y moverse como una ciudadana normal mientras entregaba o recogía información. Según declaró en Londres Alex Chapman, su ex esposo, su verdadero nombre es Anna Kushchenko y es hija de Vasily Kushchenko, un diplomático de carrera y ex directivo de la KGB, hoy sustituida por el SVR. Unas informaciones que se han confirmado con el paso del tiempo.
El servicio de Inteligencia británico, MI5, interrogó a Álex Chapman porque sospechaba que mientras vivió con Anna en Londres, ella también pudo haber enviado información sensible al SVR. Algo que se encuentra en investigación.
El resto de los detenidos, atrapados por las evidencias que se acumularon contra ellos, no tardaron en revelar su verdadera identidad. El matrimonio formado por Michael Zottoli y Patricia Mills, arrestados en su casa de Arlington (Virginia), admitieron ante la fiscalía que son rusos y que realmente se llaman Mikhail Kutzik y Natalia Pereverzeva.
El FBI los acusó, al igual que a los otro nueve miembros de la red, de pertenecer a una organización y adoptar falsas identidades para convertirse en ciudadanos estadounidenses y obtener así información confidencial que iría a parar a al SVR, el Servicio de Inteligencia Exterior ruso.
Estas revelaciones se sumaron a las de “Juan Lázaro Fuentes”, el acusado n º8, se suponía que de origen uruguayo pero en realidad ruso, marido de la periodista peruano-estadounidense Vicky Peláez Ocampo, que ya confirmó la acusación de la fiscalía sobre la existencia de una red de espías al servicio de Moscú.
Entre los acusados también figura Christopher Metsos, de 54 años de edad, con nacionalidad canadiense, y que recibió dinero ruso y trató de esconderlo enterrándolo en un parque en el estado de Virginia. Metsos fue detenido en Chipre cuando intentaba abordar un vuelo hacia Hungría, puesto en libertad bajo fianza después y ahora fugitivo. También formó parte de la red el matrimonio compuesto por Richard y Cynthia Murphy, arrestados en su residencia de Montclair (New Jersey).
En Boston, Massachusetts, fueron detenidos deben Tracey Lee Ann Foley y Donald Howard Heathfield, y Michael Zottoli, Patricia Mills y Mikhail Semenko, en el estado de Virginia.
Para sus actividades, la red usó tecnología convencional al alcance de todos, como laptops, tarjetas de memoria externas, Internet, conexiones Wi-Fi, radios de onda corta y teléfonos móviles prepago. Pero también otros ya en desuso o menos utilizados, como la esteganografía digital, una actualización de la tinta invisible, el clásico método de codificación manual conocido como «cuaderno de uso único», o las entregas mano-a-mano, intercambio de maletines idénticos, etc. Como método de camuflaje contemporáneo, recurrieron a la presencia en las redes sociales, como Facebook y Linkedin. Una práctica habitual en Inteligencia.
El FBI ha debido recurrir a alta tecnología para atraparlos, como avanzadas cámaras de vigilancia o rastreo Wi-Fi, pero también a los métodos clásicos que nunca fallan: seguimientos a sospechosos, allanamientos, vigilancia y escuchas. Todo ello durante una cobertura gestionada durante años en estricto secreto.
Aunque algunas de sus actuaciones resultan fáciles de convertir en clichés de espionaje e incluso bromas al respecto, lo cierto es que se trata de una red muy mimetizada con el entorno en el que se movía, potencialmente peligrosa, con buena capacidad de actuación y con unos objetivos que no son nada cinematográficos o anecdóticos. Ellos buscaban información clasificada sobre el arsenal nuclear iraní, la Inteligencia estadounidense, la situación en Corea del Norte o Afganistán, comercio internacional y temas susceptibles de afectar a Rusia.
El golpe dado a esta red de espionaje puede considerarse un éxito del FBI, que desde hace diez años realiza una supervisión exhaustiva del espionaje ruso en suelo estadounidense gracias a varias fuentes que le han permitido importantes detenciones y poner al descubierto varias redes de espionaje.
Si usted era de los que pensaba que el espionaje clásico había muerto (señal de que no lee demasiadas novelas contemporáneas) bienvenido al siglo XXI. No será la última noticia. El intercambio de agentes entre
Estados Unidos y Rusia se ha producido con rapidez esta vez, dado que los prisioneros no habían tenido acceso a secretos de seguridad nacional, así que este es el último capítulo de la historia. Por el momento.