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Jardín de Esperanza

Cada vez más se extiende el compromiso de la comunidad hispana en Estados Unidos con la ecología y el respeto medioambiental. Iniciativas de todo tipo de costa a costa proliferan y reflejan la realidad de esta situación.
El medio ambiente puede ser un potente motor de desarrollo para las comunidades y ciudades, permitiendo revitalizar la economía y el tejido social de una forma especialmente positiva y saludable para las personas. Uno de esos proyectos, en los que la participación hispana es destacada, se ubica en Westwood, un barrio hispano de Denver (Colorado), consistente en el primer jardín comunitario de este estado de las montañas Rocosas.
El “Jardín de Esperanza” se inició el pasado julio con la plantación de 39 árboles frutales, promovido por Tamara Rosenberg, una maestra de educación especial en la Escuela Primaria Kepner, quien supo recoger su experiencia en talleres educativos para canalizar una idea que tiene un enorme impacto social y medioambiental: el impulso de jardines y zonas verdes en las ciudades; que es también una forma de revitalizar las comunidades. El proyecto ha recibido la entusiasta participación de padres, niños y voluntarios para plantar este jardín en el patio trasero de la escuela Kepner, incluyendo 40 familias hispanas y 65 niños de la escuela.

Al involucrar a la comunidad en el desarrollo de una actividad de jardinería como esta, no sólo se consigue establecer un área verde y de ocio bueno para el barrio sino que además se crea un espacio óptimo de colaboración social, en el que las relaciones interpersonales crean lazos y vínculos esenciales para desterrar problemas como las drogas, el alcohol, la violencia, la pobreza, etc. Un espacio de colaboración ciudadana y compromiso ecológico activo en el que todos pueden aprender de los demás.
Una actividad de jardinería como la que impulsa “Jardín de Esperanza” es la tarea perfecta para estos propósitos porque requiere compromiso real, esfuerzo, paciencia, cooperación y trabajo, que se complementa con conocimientos prácticos sobre reciclado, iniciativas sostenibles, conciencia ecológica, y satisfacción por un trabajo importante para la comunidad y para cada uno de los participantes.
Gracias a la colaboración de Re: Vision International de Denver y la Fundación para Plantar Árboles Frutales, de California, Rosenberg logró los árboles que se plantaron el pasado mes de julio en este nuevo jardín, y que incluyen: damascos, ciruelos, duraznos, manzanos y cerezos.
Lo que hace diferente este proyecto de otros relacionados con agricultura urbana, es que va enfocado a la comunidad hispana y plantea objetivos más allá de la jardinería. En “Jardín de Esperanza” nadie es dueño del terreno ni de las frutas y todos trabajan aquí como voluntarios. Así, cuando las frutas se venden en los mercados de granjeros, los voluntarios reciben una parte del producto o del beneficio, en proporción al trabajo realizado. Una parte del dinero y de las frutas quedan para la escuela y otra es empaquetada para distribuirla entre familias necesitadas. Es el aspecto social que acompaña el verdadero compromiso ecológico. De esta forma se puede rescatar de las calles a numerosos jóvenes que no tienen esperanza ni salidas para integrarlos en un trabajo comunitario que beneficia a todos.


Otro de los aspectos positivos de este programa es que las familias, incluidos los niños, tienen la oportunidad de aprender acerca de alimentos orgánicos y nutritivos o iniciativas empresariales y ecológicas, lo que permite educar desde la práctica y de una forma real. Los beneficios para la comunidad hispana se extienden de distintas formas, desde producir alimentos en sus propios jardines, generar un sistema de distribución local para ayudar a familias de bajos ingresos, hasta mejorar el nivel de ingresos y de empleos del barrio.
La importancia del éxito del “Jardín de Esperanza” se explica con algunas estadísticas: según la Fundación Piton, de Denver, en Westwood residen alrededor de 17.000 personas, de las que el 75% son hispanas. De entre los menores de 18 años, un 82% son latinos. Los ingresos medios anuales por familia son de 37.000 dólares mientras que para el resto de la ciudad es de 55.000 dólares. El 30% de la población del barrio vive en la pobreza y el porcentaje de crímenes violentos y de robos es superior al del resto de la ciudad. Además, la mayoría (un 56 por ciento) de los jóvenes del área no ha terminado sus estudios secundarios.
Dar la vuelta a estos datos y ofrecer un futuro de oportunidades es posible con el compromiso ecológico y el trabajo activo de la comunidad hispana en un proyecto en el que merece participar.




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