Uno de los nuevos fenómenos que más está impactando en los soldados y analistas que tienen la responsabilidad de supervisar la guerra a distancia, es el denominado estrés de combate más allá del frente in situ. Hasta ahora, la guerra impactaba y de qué manera en los soldados que combaten en primera línea contra los terroristas de Al Qaeda, los talibanes o cualquier otro enemigo de los que tenemos actualmente enfrente, ya que son quienes deben evitar las trampas con explosivos, las emboscadas mortales en las que son frecuentes los tiroteos, las patrullas arriesgadas o las operaciones de ataque contra objetivos que implican combate abierto.
Los testimonios de psicólogos, capellanes, soldados y analistas han puesto de relieve el impacto del estrés de combate más allá del frente, las presiones mentales y emocionales sufridas por aquellos implicados en operaciones de guerra a distancia, léase los analistas y soldados que operan drones o que deben analizar escenas de combate, entre otros. Si bien este personal no está sobre el terreno sino a cientos o incluso miles de kilómetros de distancia en bases protegidas, deben visionar escenas de explosiones, combates, bombardeos, muertes, etc, una y otra vez, de forma constante. Y es esta exposición continuada a la muerte y la destrucción en las pantallas de los ordenadores lo que provoca un enorme impacto psicológico y alto estrés de combate. Por eso se han vuelto frecuentes las consultas y las sesiones de apoyo psicológico a este personal por parte de especialistas que ayudan a asimilar y encajar los efectos de la guerra a distancia.

Es especialmente notable este impacto en los analistas de la Fuerza Aérea y de la inteligencia, ya que deben permanecer sentados frente a sus ordenadores visionando las imágenes de vídeo procedentes de aviones no tripulados y otros recursos militares, monitorizando las fuerzas estadounidenses desplegadas en todo el mundo. La corriente de fotos, imágenes, datos de radar, grabaciones sonoras, vídeos e información de espionaje recopilado electrónicamente desfila por las pantallas incesantemente. En turnos de entre 15 y 20 minutos, los analistas observan e interpretan una ingente cantidad de información, que muchas veces incluye imágenes dolorosas y trágicas.
Esta guerra a distancia incluye ventanillas de chat en las que se intercambia información y datos, se actualizan informes de inteligencia y se establece comunicación con los comandantes y soldados sobre el terreno, cuyas vidas dependen del flujo constante y rápido de información que reciben desde las bases, ya sea en Langley, Nevada, Arabia Saudí o cualquier otra estacionada alrededor del mundo o en EE.UU.

Una de las situaciones más estresantes en esta actividad es cuando los analistas de pantalla proveen información que permite a un comandante ordenar un ataque aéreo, pero una vez es lanzada la bomba o el misil, también pueden ver si los terroristas o insurgentes están huyendo o si de repente hay civiles o niños moviéndose en el área del blanco, pero para entonces ya no pueden hacer nada al respecto ni parar los ataques. También la responsabilidad por ataques fallidos o bajas propias en operaciones de ataque o defensa son una losa que el analista soporta y que erosiona su capacidad de resistencia mental. Aunque muchas veces se hace la comparativa como si se tratara de un juego de vídeo, esto es muy distinto, se trata de guerra real, y la exposición reiterada a la destrucción, la muerte, el horror y la guerra en toda su dimensión, es rebobinada y vista de nuevo mentalmente por quienes están al otro lado de la pantalla. Aquí nace el estrés de combate lejos del frente. La realidad de la guerra a distancia.