La industria cultural y creativa
Uno de los mayores recursos y generadores de riqueza de un país es su industria cultural. En Estados Unidos tenemos una de las más potentes del mundo, que abarca desde el cine y la literatura hasta la música, las artes escénicas, el ballet, las orquestas sinfónicas, los videojuegos, etc.
España, que cuenta con importantes recursos culturales, no está sabiendo aprovechar este motor de crecimiento con todo su potencial, que es mucho y podría tirar de la economía nacional de forma muy importante. Más aún, con ciertas prácticas de piratería y la actitud poco responsable de muchos consumidores y de intervinientes en la industria cultural, se está liquidando la misma a pasos agigantados.
Las pésimas políticas que se han aplicado y las que aún siguen vigentes, podrían provocar la pérdida de miles de empleos en el sector, en vez de lograr la creación de otros tantos puestos de trabajo, que sería factible con una adecuada orientación. El estímulo a la iniciativa privada, el reconocimiento, la promoción y la compensación económica a quien se arriesga y ofrece cultura de calidad, debería estar en la base de este crecimiento de las denominadas industrias culturales y creativas.
Según algunos informes, la actividad de este sector en España generó en 2009, que son los últimos datos disponibles, más de 41.000 millones de euros, el 4 por ciento del valor añadido y más de 625.000 empleos, el 3,1 por ciento del total, convirtiéndose en un sector estratégico por su gran capacidad dinamizadora de la actividad económica y el empleo.
Además de su contribución directa al PIB y al empleo, las industrias culturales y creativas son importantes porque impulsan la actividad de otros sectores, como la educación, el turismo, la industria manufacturera o la investigación. Son razones sólidas y de peso para apoyar con medidas inteligentes y efectivas el desarrollo de este motor de la economía. Pero, como muchas otras cosas en España, se margina, se abandona, se le presta poca atención y se apuesta más por productos culturales de pésima calidad y por subvencionar a los amigos ideológicos de turno en una espiral de decadencia absoluta.
Algunos estudios estiman que los efectos indirectos de las industrias culturales y creativas en términos de PIB alcanzarían los 10.000 millones de euros y generarían más de 180.000 empleos de calidad en actividades vinculadas al sector, lo que contribuiría a incrementar su aportación al PIB hasta situarla en el 5,2 por ciento del mismo. Y esto sólo son estimaciones, una gestión verdaderamente eficaz, desregulada y con apoyo real en todo el proceso ya sea a nivel administrativo, de acceso a los medios, ayudas económicas vinculadas a resultados productivos, etc, colocaría al sector en España como uno de los más potentes del país y una referencia internacional, ya que cuenta con talento suficiente para ello.
Hay varios factores que convierten a España en un país con un enorme potencial para generar empleo y actividad económica en el sector de las industrias culturales y creativas. Entre ellas, la gran riqueza cultural del país, por ejemplo, ocupa el número 2, después de Italia, en la lista de países con lugares y monumentos declarados Patrimonio de la Humanidad. ¿Esto está lo suficientemente aprovechado? Es evidente que no. La industria de restauración, por ejemplo, con objetivos turísticos tiene un gran papel por hacer pero nadie parece verlo ni apostar por ello.
También destaca la riqueza idiomática, ya que el español aporta una gran ventaja competitiva a las industrias culturales españolas, algo que se refleja cada año con el aumento del número de estudiantes e hispanohablantes. Además, el nivel de participación y consumo en España de las actividades culturales es aún inferior a la media de la Unión Europea, con un amplio campo de desarrollo.
Sin olvidarnos de otro factor determinante. Los procesos actuales de convergencia en la producción, distribución, promoción y consumo de la cultura, están integrados en un mercado global sin fronteras, en el que las empresas españolas tienen aún margen de mejora y crecimiento por la vía de la especialización e internacionalización de sus actividades. Pero, sobre todo, del incremento de la calidad de sus productos culturales, haciéndolos más competitivos y atractivos a nivel mundial.
Por el contrario, el sector de las industrias culturales y creativas se enfrenta a problemas que están deteriorando su tejido interno y ponen en riesgo su crecimiento futuro, como los problemas de acceso a la financiación por parte de las pymes culturales y artistas dotados de talento, una organización lastrada por trabas de todo tipo que impide aprovechar el potencial del mercado y de los beneficios por parte de quienes hacen la cultura, los artistas, en beneficio de elementos que sólo explotan la cultura sin generar ni distribuir adecuadamente; la escasa integración entre la cultura, la creatividad y las enseñanzas empresariales y económicas, la excesiva atomización del tejido empresarial cultural, que demasiadas veces no apuesta por la innovación ni por el talento de verdad, la falta de normativa que regule los nuevos derechos y la adaptación a los existentes en la sociedad de la información y de incentivos económicos, de promoción y reconocimiento suficientes.
De esta forma, mientras en países como Estados Unidos se aprovecha todo el potencial de sus industrias culturales, que lo colocan a la cabeza del mundo, en España, aun con un buen potencial, se desperdicia la oportunidad de potenciar un sector que va a ser estratégico y de vital importancia.
En España parece haberse olvidado una premisa básica. La libertad de mercado también debe ser una prioridad en las industrias culturales y creativas, sin subvenciones partidistas pero con suficientes estímulos y ventajas económicas, fiscales, competitivas y de otra índole para que puedan prosperar y situar al país en el puesto que merece por su talento y potencial cultural.
Entre las medidas necesarias para potenciar estas industrias culturales y creativas se encuentran la modernización de los programas educativos para adaptarlos a la transformación del sector, la mejora de la cualificación y capacitación de los diversos profesionales, impulsar la globalización cultural mediante una acertada estrategia de presencia en diferentes lugares del mundo, fomentar la creación cultural sin censuras, con igualdad de oportunidades para todos, sin favoritismos ideológicos, establecer líneas de crédito y políticas de mecenazgo, así como bonificaciones fiscales para aquellas empresas o particulares que inviertan en las industrias culturales y educativas, relanzar aún más la colaboración y las sinergias entre las actividades públicas y privadas, por supuesto, proteger firmemente la propiedad intelectual y divulgar y hacer pedagogía en la sociedad sobre hábitos de consumo cultural responsables y que favorezcan la creación y esta industria.
Estados Unidos ya hace todo esto y mucho más que no explico aquí. ¿Para cuándo España?