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Olinguito

La riqueza natural de la Tierra es tanta que ni siquiera a estas alturas de la película hemos identificado a todas las especies animales y vegetales. Cada año un comité internacional de investigadores dirigido por Quentin D. Wheeler, del Instituto Internacional para la Exploración de Especies (IIEE), selecciona diez especies destacadas entre las cerca de 18.000 que se descubren cada año. Los investigadores calculan que aún quedan unos diez millones de especies por descubrir, cinco veces más de las que ya se conocen. Impresionante cifra que debería hacernos reflexionar sobre la necesidad de tomarnos más en serio aquello de la conservación natural y el respeto medioambiental. Me refiero más allá de las posturas políticamente correctas y los gestos de cara a la galería.
Hoy quiero poner el foco de atención en una de esas especies recién descubiertas, de gran valor biológico y ecológico: el olinguito (Bassaricyon neblina), un mamífero carnívoro arbóreo que vive en las impenetrables selvas de los Andes en Ecuador y Colombia. Pertenece a la dinámica y simpática familia de los Proyonidae, que comparte con los mapaches, coatíes Kinkajous y olingos, aunque el olinguito es menor que éstos, mide unos 75 centímetros y llega a pesar 1 o 2 kilos. Su hallazgo es una noticia que debería haber abierto informativos en todo el mundo porque es el primer mamífero carnívoro descrito en el hemisferio occidental en 35 años. Casi nada. Y si se descuida esta es la primera vez que oye hablar o lee acerca de de él.
Los científicos estadounidenses del Smithsonian Institute fueron los responsables de este gran descubrimiento, publicado en la revista especializada «ZooKeys». En rigor el descubrimiento es tal porque durante más de cien años el olinguito ha sido víctima de una identidad falsa, ya que hasta ahora se le creía herbívoro cuando en realidad es carnívoro…ñam..ñam…ñam. Se le ha visto en la jungla, hay algunos especímenes en museos y se le ha exhibido en zoológicos de todo el mundo, pero no ha sido hasta ahora que sabemos más acerca de este encantador cazador parecido a un gato y un osito.

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El apellido con el que se le conoce (Bassaricyon neblina) corresponde a que desarrolla sus actividades y travesuras en las junglas de Colombia y Ecuador, que están envueltas en brumas y neblina. Ya sabe, los científicos tampoco se vuelven locos a la hora de colocar nombres, por muy completos que sean. Tampoco se descarta su presencia en otros hábitats aún no explorados.
Además de ser el último miembro identificado en su familia, el olinguito tiene a gala otra distinción, y es que es la especie más nueva en el orden de los carnívoros. Es pequeño pero ya es una estrella internacional.
Más allá de su valor como especie, el descubrimiento del olinguito nos recuerda que todavía no se ha explorado todo el mundo y que algunos de sus secretos más básicos todavía no se han revelado y que merece la pena seguir invirtiendo y trabajando para conocer mejor la Tierra, nuestro verdadero hogar. Deberíamos pensar que si aún podemos encontrar nuevos carnívoros, como el olinguito, ¿qué nuevas sorpresas nos aguardan escondidas? En realidad hay tantas especies en el mundo que la ciencia todavía no conoce, que intentar descubrirlas y documentarlas es un primer paso necesario para comprender del todo la riqueza y diversidad de la vida en nuestro planeta.
El descubrimiento del olinguito requirió diez años de trabajo, encabezado por Kristofer Helgen, y ni siquiera era la meta original del proyecto, que buscaba completar el primer estudio integral de los olingos, un conjunto de especies de carnívoros que viven en los árboles y pertenecen al género Bassaricyon. El objetivo del equipo del Smithsonian Institute era determinar cuántas especies de olingos había, y cómo están distribuidas.

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Curiosa e inesperadamente un examen detallado de más del 95 por ciento de los especímenes de olingos en los museos de todo el mundo, junto con un análisis de ácido desoxirribonucleico y la revisión de datos de campo históricos, reveló la existencia del olinguito, una especie antes no descrita. La primera pista provino de los dientes y el cráneo de olinguito, que eran más pequeños y tienen forma diferente que los de olingos. El examen de pieles en los museos mostró que esta especie nueva era también más pequeña y tenía un pelaje más largo y denso. Los registros de campo mostraron que el olinguito vivía en un área única del norte de los Andes a elevaciones de 1.500 a 2.700 metros sobre el nivel del mar, mucho más altas que el hábitat de las especies de olingo conocidas. Estos datos proceden de especímenes recopilados a comienzos del siglo XX, y el paso siguiente para el equipo investigador fue determinar si los olinguitos todavía viven en la jungla. El zoólogo Miguel Pinto, en Ecuador, proporcionó la primera prueba de la existencia del olinguito con unos pocos segundos de imágenes captadas con una cámara de video, lo que puso en marcha una expedición a las laderas occidentales de los Andes que, durante tres semanas, observó a los animales, activos durante la noche, y documentó aspectos de su vida como su alimentación a base de frutas principalmente, aunque también come insectos y néctar, su comportamiento (rara vez bajan de los árboles) y cría (tienen una cría cada vez).
Los científicos determinaron, que el 42 por ciento del hábitat histórico de los olinguitos ya se ha convertido para uso agrícola o urbano. Un auténtico desastre que habría que revertir en zonas de especial valor para lograr su conservación.

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