Trump y la integridad electoral
Una de las más grandes batallas que está librando Donald Trump es por la integridad y transparencia del proceso electoral en Estados Unidos. Las auditorías forenses de las elecciones de 2020 en los swing states que determinaron el resultado de quién ganó las presidenciales, no va de Trump ni de Biden, va de garantizar la limpieza en el proceso electoral y de recuperar la confianza de los votantes, que ahora se ha perdido por culpa del fraude cometido por los demócratas y sus aliados en el establishment mediático, político y empresarial.
Si no tenemos fe y confianza en nuestras elecciones, la democracia americana está en peligro. Trump ha entendido antes y mejor que nadie que la integridad de las elecciones es esencial y que la única forma en que funciona nuestra república es si la gente tiene fe en este proceso y en los tribunales. Con lo sucedido en 2020, hemos cruzado ese Rubicón. El fraude que llevó a Biden a la Casa Blanca se asienta sobre decisiones que suponen, de hecho, una traición a este país y a la Constitución.
Todas las encuestas que estamos viendo en estos meses señalan que el problema número uno para los votantes es la integridad electoral. Es por eso que escuchamos a la izquierda demócrata tocar tan fuerte ese tambor de la insurrección, porque esa es la única herramienta que tienen para desacreditar todos los hechos, evidencias y datos reales que salen de las auditorías forenses y de las investigaciones periodísticas de los pocos medios que están cumpliendo con su deber de informar del mayor escándalo político en cincuenta años.
Los ciudadanos saben que si no garantizamos unas elecciones libres y justas, seguiremos teniendo a personas como China Sleepy Joe Biden, o peores, en la presidencia. Meras marionetas de otros.
A fecha actual, todo el mundo sabe que Trump ganó las elecciones limpiamente y que Biden y la Camarilla que lo controla le robaron las elecciones a él y a 80 millones de estadounidenses. Digo 80 porque aunque oficialmente fueron casi 75 millones de votos, investigaciones recientes prueban que la cifra real podría estar en torno a los 80 millones de votos para Trump mientras que Biden sólo alcanzó unos 67-70 millones de votos legales.
Como ciudadano, nunca he visto la corrupción y las trampas que los demócratas desplegaron en las elecciones de 2020. Lo correcto sería completar las auditorías forenses en todos los estados y, a la vista del fraude electoral cometido, descertificar la elección de Biden, destituirlo del cargo o forzar su renuncia y reinstalar a Trump en la presidencia, pues fue él a quien eligieron los ciudadanos. La realidad es que el establishment político y judicial no está por la labor porque Trump les molesta demasiado. Es muy probable que a pesar de las evidencias de amaño electoral, los demócratas encuentren una manera de ignorar las pruebas del fraude y la justificación legal para excluir a Trump. Lo que nos queda, pues, es arreglar el proceso electoral para que vuelva a ser confiable y ganar de nuevo en 2024.
El sentir ciudadano en este tema está con Trump. Una nueva encuesta nacional realizada por Rasmussen Reports encontró que el 61% de los posibles votantes estadounidenses están de acuerdo con la postura de Trump de impulsar reformas electorales en los estados, tal y como ya están llevando a cabo algunos de ellos a instancias de los Gobernadores y legisladores republicanos, como Arizona, Texas, Florida, Michigan y Georgia. La misma encuesta refleja que el pasado abril el 51% de los votantes dijo que era probable que las trampas afectaran al resultado de las elecciones presidenciales de 2020. Ese porcentaje ha subido hasta el 65% en julio a la vista de las nuevas pruebas que están saliendo. Entre un 60% y un 80% de los votantes declaran que es muy importante asegurarse de que no haya trampas en próximas elecciones.
La izquierda demócrata se agarra a la denominada insurrección del 6 de enero como a un clavo ardiendo. Pero aquella insurrección de bandera falsa que se quedó en romería al Capitolio no se sostiene. Una insurrección con 0 armas, 0 personas acusadas de sedición o insurrección, y la única muerte fue la de un patriota desarmado que sirvió para proteger a esta nación.
Todos los días seguimos viendo disturbios y asaltos a policías, violencia y una ola de criminalidad descontrolada bajo Biden. Que el establishment mediático y los demócratas sigan hablando de insurrección aquel día, da mucha risa o provoca enfado con ellos porque ocultan lo importante de lo que está sucediendo: un deslizamiento a un régimen más totalitario y una degradación de la democracia constitucional.
Si vuelvo a escuchar a esos petimetres de izquierda que el 6 de enero fue peor que el 11 de septiembre, voy a empezar a dar caña de verdad a esos moñas. Todavía no han visto nada. Sólo para que aprendan lo básico de una insurrección. Nuestros antepasados querían que cada generación fuera mejor que la anterior, algo que parece haberse interrumpido bruscamente.
Lo cierto es que la izquierda ya no sabe cómo desacreditar todos los hechos, evidencias y datos reales que surgen de las auditorías e investigaciones. La prioridad para Trump es detener la corrupción que controla a los políticos demócratas en manos de la izquierda radical y exponer sus trampas. Es vital hacerlo porque si no podemos lograr la integridad electoral ahora, nada más importará porque los demócratas y los Republicanos Sólo de Nombre (RINOs) permanecerán en el poder para siempre y las voces de los conservadores auténticos serán silenciadas. De modo que si cree que nuestro voto sigue siendo importante, lo mejor será que restauremos el sistema electoral lo antes posible.
“We the People”. Nosotros, el pueblo, tenemos el derecho de auditar las elecciones y debemos exigir que nuestros funcionarios electos sean auditados sobre su desempeño, gasto y tiempo de trabajo, etc. Todos estamos abiertos a ser auditados por el IRS (la Hacienda estadounidense). La única razón por la que la gente se opondría a las auditorías electorales es porque tienen algo que ocultar, como es el caso de los demócratas.
La integridad de las elecciones debe ser de nuevo la piedra angular que nos dé a «Nosotros, el pueblo» el poder de elegir de manera justa y legítima a nuestro gobierno. No podemos acatar estas tácticas demócratas de «República Bananera» para influir o robar la elección que deslegitima los votos y votantes emitidos legalmente.
Las investigaciones criminales deben iniciarse cuando finalmente se publiquen todos los datos y las personas implicadas deben ser procesadas con todo el peso de la ley. Esas personas derrocaron a un presidente legítimamente elegido (Trump), y deberían pagar por ello.
Los ciudadanos de este país deben empezar a exigir responsabilidad y resultados en primer lugar al Partido Republicano para que rinda cuenta de los millones de dólares recaudados para impulsar la integridad de las elecciones. Un dinero que debe servir para llevar a cabo, entre otras cosas, una auditoría de las elecciones de 2020 en todos los estados e impulsar las reformas legislativas que son necesarias.
Al margen de si se es demócrata o republicano, la percepción de los ciudadanos es que las elecciones de 2020 fueron manipuladas y robadas, y debe ser algo objetable para toda persona que crea que «un gobierno justo deriva su poder del consentimiento de los gobernados».
Los que conocemos información todavía confidencial que revela que el 60% de los demócratas elegidos lo fueron mediante fraudes electorales, sabemos que las auditorías forenses son el camino para exponer toda la dimensión del robo electoral del siglo.
Los ciudadanos van a estar muy pero que muy furiosos por los amaños que han desplegado los demócratas. Esto podría provocar un enfrentamiento social muy importante. Las elecciones de 2024 van a ser épicas y determinantes.
No olvidemos tampoco que aquellos que hacen imposible una auditoría pacífica harán inevitable la revolución, que será violenta o sólo de movilización electoral conservadora. Algo que está por ver.
Hoy por hoy, ya está claro que los auditores deberían ser parte del proceso electoral para impedir nuevos fraudes. Vivimos un tiempo de crisis y retroceso de libertades por culpa de la Administración Biden y la Camarilla que lo sostiene. Trump debería estar en la presidencia legítimamente, pero las elecciones de 2020 fueron manipuladas con papeletas falsas, recolección de votos falsos, cajas de entrega de papeletas falsas desatendidas, sin identificación y sin verificación de firma, propaganda tecnológica, votantes fallecidos e ilegales, y un montón de otras irregularidades.
Trump resume bien la opinión general en la sociedad al afirmar que:”dicen que no hubo evidencia de fraude electoral. Si tuviéramos una moneda de veinticinco centavos por cada vez que lo dicen, todos seríamos ricos”.
Para hacer frente a la corrupción del sistema por parte de los demócratas, Trump ha hecho una prioridad la identificación del votante, algo de lo que huye la izquierda tramposa. Eso debería ser una obviedad y todo el mundo debería querer que se implemente. Impulsar las auditorías forenses es otra prioridad, algo necesario para mostrar cómo fue la elección. Aquellos que creen fue honesta, justa y sin trampas, deberían apoyar también las auditorías que lo demostrarían, pero no lo hacen porque saben que hubo fraude.
Cojamos un ejemplo cualquiera: las nuevas evidencias indican suficientes votos ilegales en Georgia para inclinar y cambiar los resultados de 2020. En Georgia, hubo tanto una auditoría como un recuento en todo el estado que confirmó la victoria de Biden, pero en el proceso se ignoró la evidencia de que casi 35.000 georgianos habían votado ilegalmente. Se emitieron más de 10.300 votos ilegales en Georgia, un número que seguirá aumentando durante los próximos meses, superando con creces los 11.779 votos que separaron a Joe Biden y Donald Trump.
Otro ejemplo: Pennsylvania envió 1.823,148 papeletas de voto por correo. Y recibieron 2.589,242 papeletas. Es otra clara evidencia de fraude electoral a gran escala y que concede la victoria del estado a Trump.
Y un ejemplo más: la auditoría forense realizada en Arizona ha encontrado 74.000 votos por correo sin un registro claro de envío. 4.000 personas que votaron después de la fecha límite de registro. 18.000 personas que votaron y fueron eliminadas de las listas después de las elecciones. Y 168.000 votos impresos en papel no oficial y no seguro, entre otras muchas irregularidades.
Todo esto es importante porque si bien Biden está en la Casa Blanca, todos los estadounidenses que realmente se preocupan por que haya unas elecciones libres y justas y por la privación del derecho al voto de los votantes, deben exigir transparencia y soluciones para evitar que se repitan en elecciones futuras. Además, estas evidencias también reivindican al presidente Trump y a su equipo legal por los comentarios públicos y privados, y los argumentos legales presentados para impugnar los resultados de las elecciones.
Bajo la cobertura del COVID-19, Georgia, como muchos otros estados donde hubo fraude, inundó a los residentes con solicitudes de votos ausentes. También ignoró varios mandatos legislativos diseñados para prevenir el fraude del voto. Poco después de las elecciones generales de noviembre, Mark Davis, presidente de Data Productions Inc. y experto en análisis de datos de votantes y cuestiones de residencia, obtuvo datos de la base de datos de National Change of Address (NCOA) que identificaba a los residentes de Georgia que habían confirmado movimientos con el Servicio Postal de EE. UU. Después de excluir movimientos con fechas de vigencia dentro de los 30 días posteriores a la elección general, y utilizando los datos disponibles de la Oficina del Secretario de Estado de Georgia, Davis identificó a casi 35.000 votantes de Georgia que indicaron que se habían mudado de un condado de Georgia a otro, pero luego votaron en el Elecciones generales de 2020 en el condado del que se habían mudado.
Algunas de esas mudanzas podrían haber sido temporales, involucrando a estudiantes o miembros del ejército, enfatizó Davis, y agregó que, según la ley de Georgia, las reubicaciones temporales no alteran el estado de residencia de los ciudadanos ni hacen que sus votos sean ilegales. Pero, dado el margen que separa a los dos candidatos presidenciales, aproximadamente un tercio de los votos en cuestión podrían haber alterado el resultado de las elecciones. Sin embargo, los medios de comunicación, los tribunales y la Oficina del Secretario de Estado ignoraron o minimizaron un problema tan serio.
Los datos son claros y Davis cree, de acuerdo a las investigaciones realizadas, que Trump podría haber ganado un desafío a los resultados de las elecciones de Georgia si un tribunal hubiera actuado y escuchado su caso: “Según la ley de Georgia, un juez puede ordenar que se rehaga una elección si ve que hubo suficientes votos ilegales, irregulares o rechazados indebidamente para poner en duda los resultados de la elección, o si ve evidencia de ‘irregularidades sistémicas’, tal y como era el caso.
«Estos problemas eran absolutamente sistémicos», enfatizó Davis hace poco, y señaló que «ocurrieron en todos los condados del estado, en cada cámara estatal, senado estatal y en todos los distritos del Congreso del estado».
Evans, quien tiene la distinción de ser el único abogado en la historia de Georgia que anuló con éxito dos elecciones en la misma contienda, estuvo de acuerdo con esto. Según la ley de Georgia, Evans explicó: “una elección debe anularse si (1) más votos de los decididos fueron ilegales, rechazados injustamente o irregulares, o (2) cuando hubo irregularidades sistémicas que pongan en duda los resultados de las elecciones».
«En el caso de las elecciones generales de 2020», me dijo Evans, el análisis de Davis indica que ambos factores estuvieron en juego.
Los datos de Davis resultan significativos porque los críticos del desafío de Trump a la certificación de los resultados electorales de Georgia enmarcaron la información de la NCOA como poco confiable o de una magnitud insuficiente para poner en duda el resultado de las elecciones. Pero al actualizar su información de registro de votantes con la misma dirección que figura en la base de datos de la NCOA, los propios votantes han establecido la confiabilidad de esa información.
Además, al actualizar su dirección a los efectos de su registro de votantes, estos mismos votantes están confirmando que su mudanza no es temporal. «Cuando una persona actualiza su registro de votante a una nueva dirección, está informando a la junta electoral del condado y, en consecuencia, al Secretario de Estado que consideran la nueva dirección como su residencia legal», explicó Evans.
¿Qué nos dice todo esto? Pues que Trump y los republicanos están haciendo que sea más fácil votar y más difícil hacer trampa. En suma, luchando por la integridad de las elecciones porque es vital proteger los votos legales y destruir los esquemas demócratas que socavan la seguridad del voto. Por eso, el Partido Republicano, a instancias de Trump, está involucrado en 19 demandas por integridad electoral en todo el país y se está ganando esta pelea por la democracia.
Este esfuerzo conservador se ve impulsado por las encuestas de opinión, que muestran que el pueblo estadounidense apoya este enfoque de sentido común para asegurar unas elecciones verdaderamente limpias y libres. Una encuesta reciente encargada por el Partido Republicano encontró que el 78% de los estadounidenses apoyan un plan de votación propuesto con cinco principios clave: presentación de identificación del votante, verificación de firmas de los votantes, control de la cadena de custodia de la papeleta de voto, observación de votaciones bipartidistas y limpieza de listas de votantes.
Es puro sentido común conservador, pero la izquierda demócrata se desgañita en contra porque se acaban sus chanchullos y trampas habituales para ganar. De implementarse este sistema sin trampas es muy posible que no se coman un colín de seguir por ese camino de socialismo que han escogido.
La encuesta también encontró que el 80% de los votantes apoyan los requisitos de identificación de los votantes; este sentimiento coincide con otras encuestas, incluida una reciente de NPR que encontró que el 79% de los votantes están a favor de la identificación de los votantes. Las medidas que estamos impulsando los conservadores no son controvertidas ni dramáticas. Son de sentido común y cuentan con el apoyo de la mayoría de los ciudadanos estadounidenses.
Por supuesto, eso no ha impedido que los demócratas intenten generar una falsa indignación y controversia en todos los niveles de este tema. El libro de jugadas de las elecciones demócratas es simple: miente y busque atención hasta que los principales medios de comunicación (sus aliados) tomen con entusiasmo el testigo y conviertan las mentiras demócratas en una falsa narrativa nacional. Esto se vio en Georgia, donde las mentiras de Joe Biden y Stacey Abrams sobre las reformas electorales del estado presionaron a las Grandes Ligas para que trasladaran su Partido de las Estrellas fuera de Atlanta. Estas mentiras le cuestan a la buena gente de Georgia 100 millones de dólares.
Lo estamos viendo ahora también en Texas, donde los demócratas locales han salido de los debates legislativos sobre la integridad de las elecciones no una, sino varias veces. Su último truco fue abandonar la legislatura de Texas y subirse a aviones privados para volar a Washington D.C. en una búsqueda desesperada de atención de los medios. Como era de esperar, esos medios de comunicación lo aceptaron. Este es su manual de jugadas. No falla. Cuando se trata de integridad electoral, los estadounidenses deben prestar atención a la relación entre las mentiras demócratas y la maquinaria de los medios de comunicación.
Mientras que los demócratas realizan trucos para llamar la atención, los conservadores, con Trump a la cabeza, estamos haciendo el trabajo para abordar la integridad de las elecciones y proteger el voto de los ciudadanos. El equipo legal del Partido Republicano está trabajando en todo el país, desde involucrarse en juicios hasta apoyar a los republicanos a nivel estatal con la experiencia legal necesaria para librar estas batallas legales.
Recientemente, vimos una victoria histórica en Brnovich contra el Comité Nacional Demócrata, que mantuvo la prohibición de Arizona sobre la recolección de votos. El equipo político republicano está desarrollando una operación electoral histórica y expansiva que pondrá personal capacitado y voluntarios en el terreno para monitorear los lugares de las elecciones. Y el equipo de comunicaciones republicano está luchando contra la narrativa deshonesta de los principales medios de comunicación acerca de la integridad electoral. Este esfuerzo del partido incluye una compra publicitaria nacional reciente para exponer las mentiras demócratas sobre la integridad electoral en Georgia.
Donald Trump y el Partido Republicano caminan juntos y comprometidos para hacer que sea más fácil votar y más difícil hacer trampa, y el pueblo estadounidense apoya estos esfuerzos. Las mentiras demócratas se desgastarán cada vez más a medida que los estadounidenses se cansen de su enfoque falso sobre este tema crucial.
Tal y como afirma Trump sin descanso, los hechos sobre la integridad de las elecciones hacen necesario que los estados arreglen sus sistemas electorales. Los votantes deben tener confianza en el resultado de nuestras elecciones. Ese es un objetivo prioritario debido a las vulnerabilidades que existen actualmente y que han sido aprovechadas por Biden y Harris para que triunfe el fraude electoral.
Las reglas que rigen la conducción de las elecciones, que están constitucionalmente encomendadas a las diversas legislaturas estatales, deben cambiarse antes de próximas elecciones a fin de evitar las trampas.
Nunca debemos olvidar que el fraude ocurre en las elecciones estadounidenses (como en todas las democracias), tal y como documentan numerosas investigaciones de reconocidas instituciones, como The Heritage Foudation, entre otras. O lo que dijo el Tribunal Supremo de EE. UU en 2008 en Crawford v. la Junta Electoral del Condado de Marion: “Que los ejemplos flagrantes de fraude [de votantes] [que] han sido documentados a lo largo de la historia de esta nación por historiadores y periodistas respetados… demuestran que no sólo existe el riesgo de fraude real, sino que podría afectar el resultado de una elección cerrada».
En 2020 el fraude inclinó la balanza en favor de Biden y arrebató la victoria ganada legalmente a Trump. Lo sabe hasta la vecina cotilla que no entiende de política.
Trump es criticado y atacado a degüello porque ha expuesto la podredumbre y la corrupción de la clase dominante y del establishment político bipartidista, mediático, empresarial y de las grandes tecnológicas.
La tenacidad de Trump engendra odio en este establishment podrido, que ve con miedo cómo les combate a cara descubierta y les quita su careta y su poder. De ahí que sigan en un empeño continuo para destruirlo sea como sea. En estos años hemos visto cómo todos los que integran ese establishment, liderado por una Camarilla de idiotas adinerados, han hecho todo lo que estaba a su alcance para destruir a un presidente que los hacía frente con verdades como puños todos los días: deslegitimar su elección; demonizarlo y calumniarlo sin fundamento como nazi, racista e intolerante; mintiendo siempre a través de los medios de comunicación afines para socavarlo y difamarlo; sacar documentos de su escritorio para subvertirlo; inventando narraciones falsas destinadas a retratarlo como un traidor para justificar el espionaje sobre él y sus confidentes; librar yihads legales y políticas (cazas de brujas) destinadas a derrocarlo; armando aparatos de seguridad nacional, inteligencia y aplicación de la ley para castigarlo a él y a los disidentes de las ideas izquierdistas de esa clase dominante; acusándolo por sus deseos de erradicar la corrupción política; amenazar con usar documentos secretos en un intento por atraparlo y sacarlo bajo la Enmienda 25; alegando obstrucción de la justicia sobre decisiones legítimas de despedir a subordinados como mejor le parezca; filtrar ilegalmente información sobre los temas más sensibles de sus políticas y al mismo tiempo invocar el secreto de Estado para evitar la revelación de la corrupción y la criminalidad sistémicas de ese establishment corrupto; y a menudo involucrados en abierta insubordinación.
Hemos descubierto el alcance de ese Estado Profundo, ese Pantano de Corrupción, que también atrapa con sus tentáculos a algunos tibios líderes militares dispuestos a burlarse de su Comandante en Jefe, a anular políticas populares como dar por terminadas guerras que ya están ganadas sobre el terreno y evitar despliegues interminables o proteger las ciudades estadounidenses de los terroristas urbanos de BLM y Antifa en los disturbios que suelen provocar, e incluso a considerar abiertamente escenarios de remoción forzosa del presidente de la oficina.
Hemos aprendido que las amenazas y la influencia de ese establishment alcanzan nuestros tribunales, incluido el Tribunal Supremo, y que no dudan en utilizarlos para exigir a Trump un estándar diferente y más elevado al de otros presidentes.
Los que se enfrentan a la clase dominante son tratados por debajo de la ley. Lo intentaron con Trump hasta que le robaron las elecciones. La única vez que ganaron.
El odio de ese establishment hacia el presidente y sus esfuerzos por destruirlo fueron un fiel reflejo de su deseo de destruir lo que representa. Que no son sólo las políticas que desprecian, sino las personas que lo votan y a las que también desprecian. Esto incluye a los 75-80 millones de estadounidenses conservadores, patriotas y de sentido común que votaron por Trump y que volverán a hacerlo.
Hoy sabemos que el brazo de comunicaciones de ese establishment corrupto, junto con funcionarios federales comprados, chantajeados o sobornados, están involucrados en una guerra de información desenfrenada y sofisticada contra Trump y todos los que defienden el movimiento conservador MAGA por exponer su corrupción en público. Hemos aprendido que ese establishment contra el que lucha Trump busca imponer su nueva religión en el lugar de trabajo y en los hogares, para que ningún estadounidense disidente escape de sus doctrinas de izquierda (despertar, cultura de la cancelación, teoría crítica de la raza, etc), y que excusaría, respaldaría y animaría a los terroristas urbanos mientras saquean y queman nuestras ciudades, siempre y cuando se mantuvieran en el poder.
Por supuesto, aprendimos que ese establishment es tan cínico y totalitario que han aprovechado una pandemia mundial para imponer un control total sobre los ciudadanos, suspendiendo derechos civiles y los derechos de los enemigos políticos mientras privilegian a los amigos y aliados políticos, al tiempo que socavan la integridad del proceso electoral.
Es el punto en el que nos encontramos. Hoy en día, es posible que la mayoría del país no vuelva a confiar en unas elecciones, no por el resultado, sino por el proceso mediante el cual llegamos a ellas, gravemente dañado con los fraudes demócratas. Todo el mundo conocía las trampas en los distritos demócratas manejados por máquinas. Pero nunca hubo nada parecido a lo que sucedió en la cúspide del golpe de estado del 3 de noviembre. En medio de una noche de elecciones en la que el presidente Trump logró avances históricos entre los votantes y ganaba en los estados decisivos por grandes márgenes, de repente, sin explicación, el recuento se detuvo.
¿Se estaban poniendo en marcha las máquinas para conjurar los votos necesarios para detener que el presidente Trump ganara la reelección? Es cierto que tales cosas se habían hecho antes de forma aislada en otras elecciones, pero nunca en los centros urbanos de varios estados a la vez y de forma coordinada, como se hizo aquella noche.
El fraude electoral fue de una magnitud nunca vista. Retrospectivamente, vemos cómo los medios de comunicación controlados por el establishment se habían negado a poner claras las victorias de Trump en la columna de victorias, mientras declaraban a Biden como el ganador en estados muy disputados, asegurando que Biden no se quedara atrás en el Colegio Electoral. Era todo parte de un esfuerzo consciente por establecer la narrativa informativa.
En las primeras horas de la mañana, de repente comenzaron a informarse decenas de miles de votos de las ciudades más demócratas en los estados en disputa, algunos lotes consistían en un 100% de votos para Joe Biden, lo que contradice los totales anteriores de esas áreas.
En las próximas horas y días, los partidos se pelearon e incluso desafiaron las órdenes judiciales de que se permitiera a los republicanos supervisar el recuento. ¿Por qué estaban escondiendo los votos? El fraude era ya una realidad.
Crecieron las evidencias de “irregularidades en la votación”, papeletas alteradas, papeletas ilegales, listas de votantes muertos, “fallos” en el software, recolección ilegal de papeletas y resultados estadísticamente improbables e incluso imposibles.
El resultado es que actualmente están pendientes una gran cantidad de recuentos, auditorías forenses y litigios relacionados con el tema electoral. Todo esto ha ensombrecido nuestras elecciones: la forma en que se desarrolló el recuento de votos, que milagrosa y fraudulentamente se decantó por completo a favor de Biden después de la congelación de la noche de las elecciones y la evidencia sólida de corrupción y fraude. Nuestra fe en la integridad de nuestras elecciones y en nuestra república misma se ha visto afectada, no cabe duda ni mirar hacia otro lado.
No podemos olvidar ni olvidaremos que los medios de comunicación implicados en el fraude hasta el cogote se encargaran de coronar a Joe Biden como ganador mucho antes de que se hiciera el recuento de votos, los recuentos y las auditorías y de que se resolviera el litigio. Esto nos dice lo lejos que estaba dispuesto a llegar el establishment que había hecho todo lo posible por derribar a Trump.
Sabemos que los mismos medios serviles descartarán o censurarán las evidencias que están saliendo y que desafían la narrativa que han impuesto como un intento de «socavar nuestra democracia”, «suprimir el voto” y «robar la elección”.
Si expresa su deseo de contar los votos legítimos, descartar los ilegítimos y obtener una explicación del cómo, por qué y el alcance de cualquier ilegitimidad, para asegurarse de que su voto no se diluya y, por lo tanto, no se violen sus derechos de voto, será censurado, marginado o condenado en los medios y en las redes sociales que controlan. De hecho, es lo que están haciendo ya.
Durante cuatro años, el presidente Trump logró importantes victorias frente a este establishment, haciendo que el país fuera más rico y más fuerte de lo que era cuando asumió el cargo. Si bien, uno de sus mayores logros ha sido enfrentarse valientemente a esa Camarilla que medra en el Estado Profundo y que ahora ha mostrado a Estados Unidos su verdadero rostro dictatorial. Ahora, los ojos de los estadounidenses están irrevocablemente abiertos a lo que ha sucedido en el país y a lo que se debe enfrentar para recuperarlo.
Históricamente, algunos predecesores del presidente Trump, Truman frente a la burocracia, Eisenhower frente al complejo militar-industrial, Nixon frente a los medios corruptos o Reagan frente a los socialistas y comunistas, ya hicieron frente al establishment, pero apenas pudieron arañar la superficie de los desafíos que enfrentamos. Sin embargo, nadie los expuso tan abiertamente y con tanta amplitud y profundidad como Trump.
Esa misma historia pondrá a Trump donde merece como salvador de nuestra democracia y nuestra república constitucional para el pueblo estadounidense. Tal y como ha declarado y no se cansa de repetir: «No nos detendremos hasta que hayamos restaurado nuestro derecho de nacimiento estadounidense de elecciones honestas, libres y justas”.