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Con el poder de Dios

4.- Con el poder de Dios (Jn 5, 1-47)
La fe se puede manifiestar de muchas formas. Por ejemplo, quien cree que rezando a un santo o virgen determinada puede ayudarle en la solución de sus problemas, sean cuales sean, lo hace porque tiene la creencia firme de que esto es posible así, mediante el poder intangible de la oración.
También quien, por ejemplo, cree que entrando en las aguas de una piscina puede quedar curado de sus males físicos lo hace, en realidad, porque cree firmemente que tal cosa puede suceder.
Cuando Jesús encuentra, en la piscina de Betseda, a una persona que lleva más de treinta años enfermo con una parálisis que le dificulta entrar en la piscina que allí había, sabe que algo tiene que hacer porque el sentido misericordioso de su corazón no puede permanecer como si tuviera poca importancia que una persona, llevada por una fe tan perseverante, pudiera seguir en aquellas condiciones.
Así lo cuenta Juan en su Evangelio:
1 Después de esto, hubo una fiesta de los judíos, y Jesús subió a Jerusalén.
2 Hay en Jerusalén, junto a la Probática, una piscina que se llama en hebreo Betseda, que tiene cinco pórticos.
3 En ellos yacía una multitud de enfermos, ciegos, cojos, paralíticos, esperando la agitación del agua.
4 Porque el Ángel del Señor bajaba de tiempo en tiempo a la piscina y agitaba el agua; y el primero que se metía después de la agitación del agua, quedaba curado de cualquier mal que tuviera.
5 Había allí un hombre que llevaba treinta y ocho años enfermo.
6 Jesús, viéndole tendido y sabiendo que llevaba ya mucho tiempo, le dice: «¿Quieres curarte?»
7 Le respondió el enfermo: «Señor, no tengo a nadie que me meta en la piscina cuando se agita el agua; y mientras yo voy, otro baja antes que yo.»
8 Jesús le dice: «Levántate, toma tu camilla y anda.»
9 Y al instante el hombre quedó curado, tomó su camilla y se puso a andar. Pero era sábado aquel día.
10 Por eso los judíos decían al que había sido curado: «Es sábado y no te está permitido llevar la camilla.»
11 El le respondió: «El que me ha curado me ha dicho: Toma tu camilla y anda.»
12 Ellos le preguntaron: «¿Quién es el hombre que te ha dicho: Tómala y anda?»
13 Pero el curado no sabía quién era, pues Jesús había desaparecido porque había mucha gente en aquel lugar.
14 Más tarde Jesús le encuentra en el Templo y le dice: «Mira, estás curado; no peques más, para que no te suceda algo peor.»
15 El hombre se fue a decir a los judíos que era Jesús el que lo había curado.
16 Por eso los judíos perseguían a Jesús, porque hacía estas cosas en sábado.
17 Pero Jesús les replicó: «Mi Padre trabaja hasta ahora, y yo también trabajo.»
18 Por eso los judíos trataban con mayor empeño de matarle, porque no sólo quebrantaba el sábado, sino que llamaba a Dios su propio Padre, haciéndose a sí mismo igual a Dios.
19 Jesús, pues, tomando la palabra, les decía: «En verdad, en verdad os digo: el Hijo no puede hacer nada por su cuenta, sino lo que ve hacer al Padre: lo que hace él, eso también lo hace igualmente el Hijo.
20 Porque el Padre quiere al Hijo y le muestra todo lo que él hace. Y le mostrará obras aún mayores que estas, para que os asombréis.
21 Porque, como el Padre resucita a los muertos y les da la vida, así también el Hijo da la vida a los que quiere.
22 Porque el Padre no juzga a nadie; sino que todo juicio lo ha entregado al Hijo,
23 para que todos honren al Hijo como honran al Padre. El que no honra al Hijo no honra al Padre que lo ha enviado.
24 En verdad, en verdad os digo: el que escucha mi Palabra y cree en el que me ha enviado, tiene vida eterna y no incurre en juicio, sino que ha pasado de la muerte a la vida.
25 En verdad, en verdad os digo: llega la hora (ya estamos en ella), en que los muertos oirán la voz del Hijo de Dios, y los que la oigan vivirán.
26 Porque, como el Padre tiene vida en sí mismo, así también le ha dado al Hijo tener vida en sí mismo, 27 y le ha dado poder para juzgar, porque es Hijo del hombre.

28 No os extrañéis de esto: llega la hora en que todos los que estén en los sepulcros oirán su voz 29 y saldrán los que hayan hecho el bien para una resurrección de vida, y los que hayan hecho el mal, para una resurrección de juicio.
30 Y no puedo hacer nada por mi cuenta: juzgo según lo que oigo; y mi juicio es justo, porque no busco mi voluntad, sino la voluntad del que me ha enviado.
31 «Si yo diera testimonio de mí mismo, mi testimonio no sería válido.
32 Otro es el que da testimonio de mí, y yo sé que es válido el testimonio que da de mí.
33 Vosotros mandasteis enviados donde Juan, y él dio testimonio de la verdad.
34 No es que yo busque testimonio de un hombre, sino que digo esto para que os salvéis.
35 El era la lámpara que arde y alumbra y vosotros quisisteis recrearos una hora con su luz.
36 Pero yo tengo un testimonio mayor que el de Juan; porque las obras que el Padre me ha encomendado llevar a cabo, las mismas obras que realizo, dan testimonio de mí, de que el Padre me ha enviado.
37 Y el Padre, que me ha enviado, es el que ha dado testimonio de mí. Vosotros no habéis oído nunca su voz, ni habéis visto nunca su rostro,
38 ni habita su palabra en vosotros, porque no creéis al que El ha enviado.
39 «Vosotros investigáis las escrituras, ya que creéis tener en ellas vida eterna; ellas son las que dan testimonio de mí;
40 y vosotros no queréis venir a mí para tener vida.
41 La gloria no la recibo de los hombres.
42 Pero yo os conozco: no tenéis en vosotros el amor de Dios.
43 Yo he venido en nombre de mi Padre, y no me recibís; si otro viene en su propio nombre, a ése le recibiréis.
44 ¿Cómo podéis creer vosotros, que aceptáis gloria unos de otros, y no buscáis la gloria que viene del único Dios?
45 No penséis que os voy a acusar yo delante del Padre. Vuestro acusador es Moisés, en quién habéis puesto vuestra esperanza.
46 Porque, si creyerais a Moisés, me creeríais a mí, porque él escribió de mí.
47 Pero si no creéis en sus escritos, cómo vais a creer en mis palabras?»
Jesús, quizá, hiciera estas reflexiones:

“Qué poder no tiene la misericordia, hasta dónde no puede llegar su misterioso hacer. ¿Por qué a tantas han llegado sus reglas? Tan sólo obstaculizan el ejercicio del amor, niegan la virtud de lo que se puede hacer por una razón de cumplimiento de una norma humana, de hombres.
Porque no se comprende la Palabra de mi Padre, ni se entiende lo importante que es la práctica de su justa medida, ni el error en que caen cuando tratan de interpretar sus sílabas.
Y todo viene a ser como una actitud. Pero una actitud que comprenda, en su seno, el sentido unívoco de lo que Abbá quiso decir, de lo que comunicó a tantos profetas que me antecedieron, como prólogo de mi vida y del mensaje que les traigo.
Porque conmigo traigo el poder de Dios. Pero no es un poder que circula desde fuera del hombre hacia dentro, sino de dentro hacia fuera, que vincula a su corazón con el mundo, que mi Padre puso para él, que creó para que siempre hiciera uso, a su voluntad, polvo de la misma tierra. Para él, que es imagen y semejanza Suya.
Por eso es tan importante que camine con la seguridad de sentirse arropado por las manos amorosas de nuestro común Padre espiritual; que sepa, o al menos trate de comprender, que les espera una resurrección, y que depende de su vida en ésta la que lo sea en Su Reino, que no es suficiente con que unos supuestos conocedores de la Ley, que han cambiado no sólo su sentido, les impartan lecciones de sabiduría y de creencia les impartan unos dogmas.
Yo Soy, también, el que Soy, porque soy parte del Padre, y mi testimonio lo doy no para que crean en mí, sino para que, con mis actos, tengan prueba del bienestar del amor que pueden probar, saboreando su dulce miel, dignificándose con una lluvia de pan celeste que tan sólo, tan sólo con aceptar y escuchar, dejando de lado la letra muerta, pues la mataron con su perversión, de unas Escrituras que no han sabido leer… ¡Que inmensidad no encontrada!, ¡Cuánto desdén hacia el universo que contienen!.
Pero no es mi acusación lo que necesitan sino mi perdón; no es mi reproche sino mi enseñanza con la que descubrirán el camino que les muestre la luz y les saque de este desierto y de esta aridez que les ha hecho sordos y ciegos, velo que han de desgarrar para sentirse, de nuevo, renuevos de esa vid de la que pende su existencia.”




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