Barack Obama ha pronunciado su primer discurso en la Asamblea General de Naciones Unidas, ya saben ese organismo burocratizado en el que los políticos pueden permanecer meses enteros hablando sin parar y sin conseguir nada efectivo.
Ha apostado el presidente por una nueva era de cooperación con el mundo. Ha hablado de intereses y respeto mutuos. Sólo le faltó hacer terapia de grupo, derramar unas lágrimas, y luego un abrazo colectivo para sanar las heridas reales o imaginarias.
Lo cierto es que, en buena lógica, no hay nada que objetar a los objetivos que ha planteado: no proliferación nuclear, promoción de la paz y la seguridad, preservación del planeta, una economía global que dé oportunidades a todos, eliminación de los refugios de Al Qaeda, liberalización de mercados, eliminación de la corrupción…
Bueno, sí hay algo esencial: que Obama no parece que esté demostrando ser el más adecuado para conseguir ninguno de esos objetivos, ni los que se propone, ni los que no.