Discurso del Estado de la Unión del Presidente Obama
En la democracia norteamericana hay algunos momentos y rituales que nos hablan de la relevancia de las libertades en este país y de la necesidad de rendir cuentas de la acción de gobierno ante el pueblo soberano. El discurso del Estado de la Unión es uno de ellos, y uno de los más importantes. En la pasada noche del 27 de enero el presidente Barack Obama ha dado su primer discurso del Estado de la Unión.
Toda su intervención ha sido un intento de volver a conectar con los votantes que le llevaron a la Casa Blanca, recuperando la iniciativa y los intereses que preocupan a los ciudadanos. Por eso ha situado el empleo y la economía entre sus prioridades absolutas para 2010.
Durante algo más de una hora, que ha durado el discurso presidencial, primero ha puesto de relieve la cruda realidad y el reconocimiento de la situación de crisis económica galopante, con una tasa de paro del 10 por ciento, la más alta en 26 años, 7 millones de empleos perdidos desde que empezó la recesión, y un déficit presupuestario que este año alcanzará la escalofriante cifra de 1.35 billones de dólares; un déficit que él mismo ha disparado alegre e irresponsablemente. Ha reconocido expresamente las dificultades para hacer realidad su “agenda del cambio”, aquello del “yes, we can”, y ha acuñado un término con el que no todos los ciudadanos estarán de acuerdo, pero sí muchos: para el presidente Obama, Estados Unidos afronta un “profundo déficit de confianza” más que un déficit económico. Tal vez un intento de alejarse de la realidad que su Administración no ha sabido manejar.
En cambio, sí acierta al expresar que: “Más que la política de Washington, mi prioridad es mejorar la situación de vida de cada uno de ustedes y recuperar su confianza. A pesar de nuestras privaciones, nuestra unión es fuerte. No nos rendimos, no renunciamos. Tenemos que reconocer que enfrentamos más que un déficit de dólares. Enfrentamos un déficit de confianza, profundas y corrosivas dudas sobre cómo funciona Washington, y que ha ido a más en el curso de los últimos años. Para cerrar esa brecha debemos actuar; realizar el trabajo abiertamente y darle a las personas el gobierno que merecen«. Ese sentimiento es real en muchas partes del país y al expresarlo el presidente Obama ha reflejado el ánimo y las preocupaciones de muchos ciudadanos. Sólo que ahora esos mismos ciudadanos lo ven a él también como parte de ese sistema en el que no pueden confiar. Una pérdida de confianza basada en su año de gestión, lo que es su responsabilidad y de nadie más.
Con el fin de ganarse de nuevo la confianza ciudadana ha declarado que: «Para cerrar ese vacío de credibilidad tenemos que tomar medidas en ambos lados de Pennsylvania Avenue, para poner fin a la influencia de los cabilderos, trabajar con transparencia y dar al pueblo el gobierno que se merece. Eso es lo que vine a hacer a Washington». Es una idea simple y poderosa que le conecta con los deseos de la gente y con la tradición americana de luchar contra la injusticia, aunque sea en soledad, aunque sea en el epicentro donde operan los grupos de presión. La imagen de héroe del pueblo siempre da buenos resultados en este país. Que realmente lo sea, o lo vaya a ser, lo decidirá el pueblo americano en base a sus actuaciones.
El discurso presidencial se ha vuelto populista cuando ha arremetido contra los grupos de presión y los cabilderos que operan en el Capitolio, acusándolos de ser el mayor obstáculo para la realización de sus iniciativas, como las reformas sanitaria, medioambiental, o financiera. Esto siempre da buenos resultados, y Obama lo sabe, porque el pueblo estadounidense percibe que esos intereses especiales siguen trabajando en la sombra de los despachos del poder. Lo que ya no puede justificar el presidente es que su Administración se ha entregado con fruición a los manejos de esos intereses cuando le ha convenido. Sin ir más lejos en las negociaciones a puerta cerrada para la reforma sanitaria. Así, su denuncia pierde intensidad y coherencia.
Se equivoca el presidente Obama al endosar toda la responsabilidad de sus fracasos, por ejemplo, en la reforma sanitaria, a las grandes corporaciones, y olvida que ésta y otras medidas han sido ampliamente contestadas por la opinión pública, que desea otra reforma, verdaderamente eficaz y no despilfarradora de los recursos públicos.
Dado que la situación no es como para echar cohetes, el discurso más que sobre el Estado de la Unión se ha centrado en el estado de los proyectos de Obama. Con más de la mitad del tiempo dedicado a hablar de economía e iniciativas previstas para intentar mejorar el panorama. Quizá el año que viene pueda hablar de un Estado mejor de la Unión. Por ahora sus logros son escasos.
El presidente Obama ha anunciado el mega plan gubernamental para atajar todos los males, centrado en la creación de empleo y limitar el gasto público. Entre las medidas que prevé aprobar, se encuentra un fondo de 30.000 millones de dólares, procedentes del dinero devuelto por Wall Street, para que los bancos locales concedan créditos a las empresas, lo que en la teoría Obama, permitirá a éstas contratar a más personal. Para ello, también les bajará los impuestos. Veremos si se cumple todo esto. También se ha comprometido a doblar el comercio exterior en cinco años, lo que según sus cuentas, aportará dos millones de empleos. Será si la gente compra y si logra ese incremento, claro. No ha explicado cómo lo conseguirá. Quizá tenga una varita mágica. Seguro.
Como medida estrella, ha anunciado la congelación del gasto público en las agencias nacionales para ahorrar 250.000 millones de dólares en diez años, a partir de 2011, excepto en sanidad, seguro social, Medicare, Medicaid, y Seguridad Nacional. Teniendo en cuenta que ya ha disparado el déficit y que sus planes podrían incrementar las partidas presupuestarias inmediatas, ese recorte parece demasiado poco, demasiado mal planteado, y demasiado tarde.
Entre las medidas económicas más acertadas se encuentran las iniciativas destinadas a mejorar la situación de la clase media, como el aumento de los créditos tributarios y los nuevos límites en los pagos de préstamos estudiantiles, así como el proyecto de tren de alta velocidad en Florida y una nueva ley integral de la energía más realista.
Las medidas económicas se completan con subsidios para gastos por servicios de cuidados infantiles y a ancianos, y una congelación de tres años en los gastos discrecionales, un aumento del 6,5 % en educación en el próximo año fiscal, así como la posible creación de una comisión bipartidista que dicte recomendaciones para reducir la deuda del país a largo plazo.
Sobre la reforma migratoria ha pasado de puntillas, dejando todo en manos del Congreso, temeroso de enfrentar otro tema espinoso en vísperas de las próximas elecciones legislativas de noviembre, en las que los Demócratas se la vuelven a jugar. En cambio, parece empeñado en abolir la ley que impide a los homosexuales declarados servir en las Fuerzas Armadas; la conocida fórmula que implantó Bill Clinton en 1993: “don’t ask, don’t tell”; «No pregunto, no contestas”), más que nada para congraciarse con los grupos de gays y lesbianas que lo apoyaron en la campaña electoral y en las urnas.
En cuanto a la reforma sanitaria, se ha mostrado decidido a sacarla adelante, aunque sin el empeño ni la prepotencia de meses pasados, consciente de que lo tiene difícil en el Congreso.
Su mención a la seguridad nacional y la proliferación nuclear se ha sintetizado en estas palabras:
“Desde que asumí el cargo hemos renovado nuestro enfoque en los terroristas que amenazan la nación», y ha realzado las inversiones realizadas en seguridad interior y la eliminación de planes para atacar objetivos estadounidenses. Ha señalado a las armas nucleares como «quizás la mayor amenaza para Estados Unidos”, y se ha congratulado del tratado armamentístico que está próximo para su firma con Rusia.
En política exterior ha centrado la atención en Irán y Corea del Norte, pero de una forma muy secundaria y poco creíble, apuntando a graves consecuencias si continúa el rearme. También ha recordado que la guerra de Iraq está próxima a su fin y que los soldados regresarán a casa. Sobre Afganistán, ha mostrado su esperanza en que las tropas despachadas como refuerzo tengan éxito en la misión. De momento, todos puntos débiles, que deberá trabajar si quiere reforzar sus políticas en esas áreas.
Ha sido un discurso centrado en las preocupaciones de los ciudadanos en estos días, la economía, la crisis, y el empleo, que son los temas sobre los que los norteamericanos exigimos soluciones inmediatas, y los que él prometió afrontar en su campaña.
El presidente Obama sí ha tenido un acierto al recuperar la preocupación ciudadana sobre estas cuestiones y ponerlas en primer plano de sus prioridades, en especial la creación de empleos, su objetivo para 2010, y que es la gran inquietud de la gente. También acierta al colocar a las clases medias en el objetivo a beneficiar por sus acciones. Son las clases medias de Estados Unidos quienes determinan en último término quién ocupa la Casa Blanca. Restablecer ese nexo de confianza ha sido el objetivo de este discurso sobre el Estado de la Unión. A juzgar por las primeras encuestas el discurso, que fue seguido por un 83 por ciento de la audiencia, según la CBS, parece que lo ha conseguido en alguna medida. Pero con el presidente Obama eso no es lo difícil, se le da realmente bien entusiasmar y convencer a la gente. Lo complicado será hacer realidad esas promesas. Algo en lo que también se ha demostrado como un maestro consumado al incumplir reiteradamente. Le quedan tres años de trabajo antes de que el pueblo estadounidense decida si sigue o no en el Despacho Oval.
La respuesta al discurso por parte de los Republicanos la ha dado el elegido Gobernador de Virginia el pasado noviembre, Bob McDonnel, que ya ha apuntado que el recorte del gasto público, aunque loable, será insuficiente, y ha alertado del peligro de seguir expandiendo el gobierno.
En líneas generales, el presidente Obama ha vuelto a recuperar cierta credibilidad entre parte de la población con uno de sus discursos brillantes, medido al milímetro, pero esa confianza deberá ser refrendada ahora con acciones concretas.
Los discursos del Estado de la Unión son vitales para marcar el tono general de una Administración, y más cuando se trata del primero, como es el caso de Obama. La elección del lenguaje, claro y directo, ha sido otro de los puntos fuertes del discurso, pero esto no es ninguna novedad. Con este presidente hay que esperar a los hechos, no a las palabras.
Sí que ha sido de agradecer alguna muestra de buen humor, por ejemplo, al referirse al rescate bancario para salvar la economía, ha comentado que: «Si hay algo que ha unido a Demócratas y Republicanos es que todos odian el rescate bancario. Yo lo odié. Ustedes lo odiaron. Fue algo tan popular como sacarse una muela».
Con el tiempo es posible que aprenda a bromear espontáneamente. No perdamos la esperanza. Ya sabemos que la esperanza es audaz.
En el área de las encuestas, las cifras de popularidad del Presidente Obama previas al discurso del Estado de la Unión seguían bajas, lo que demuestra ese alejamiento del ciudadano medio. Gallup le daba el 48% de aprobación, pero una encuesta de Zogby Internacional realizada a 2,377 votantes durante la tercera semana de enero, mostró que sólo un 43% votaría por la reelección, mientras un 50% declaró que se inclinaría por otro Presidente. Cambiar esta tendencia, depende del propio Presidente Obama y de la manera en que gobierne a partir de ahora. Tras el discurso, un 48 por ciento de la audiencia ha manifestado en un sondeo de la cadena CNN que lo ha encontrado «muy positivo«.
En las grandes declaraciones el Presidente Obama es brillante, aunque no siempre o casi nunca, lo respalda con hechos, pero en esta parte de su discurso volvió a recuperar una idea esencial que la gente aplaude y con la que está de acuerdo la mayoría:
‘’En vez de librar las mismas batallas de siempre que han dominado Washington durante décadas, es hora de hacer algo nuevo. Probemos con el sentido común. Invirtamos en la gente sin dejarles una montaña de deuda. Cumplamos las responsabilidades que el pueblo nos ha encargado».
Una cosa está clara, ha sido rápido en captar el mensaje de los ciudadanos, reconocer algunos de sus errores, que es un acierto en sí mismo, y cambiar sus prioridades. Ahora hacen falta hechos. Y un Presidente de Estados Unidos resolutivo y ejerciendo liderazgo.
The 2010 State of the Union Address