Los demócratas espiaron a Trump
No hay día que no nos levantemos con una de las afirmaciones de Donald Trump que resulta ser cierta una vez más. Cuando el presidente republicano decía haber sido objeto de espionaje, y lo dijo varias veces, tenía razón y ahora ha sido demostrado ampliamente. La campaña de Hillary Clinton, en connivencia con Obama, Biden y el establishment de inteligencia, lanzaron una operación de espionaje durante la campaña electoral de 2016 y, posteriormente, durante la presidencia de Trump. Debemos recordar que espiar al presidente de los Estados Unidos e infiltrarse en la Casa Blanca para hacerlo son actos delictivos.
Este es el segundo mayor escándalo político en décadas, tras el fraude electoral de 2020. Curiosamente ninguno ha sido cubierto por los principales medios de comunicación. ¿La razón? Están metidos hasta el cuello en ambos escándalos, son partícipes destacados como correa de transmisión para engañar a los ciudadanos, que cada vez se dejan engañar menos.
Es evidente que montar una campaña de desinformación para acusar falsamente a Donald Trump de ser cómplice de una potencia extranjera ya es bastante grave, pero estos trucos sucios y rastreros de espionaje, pagados por la campaña de Clinton y los demócratas, llevan todo el plan a un nivel de criminalidad desmesurado.
Recapitulemos. Primero, las afirmaciones de Trump: en marzo de 2017, con sólo dos meses ocupando el Despacho Oval, Trump tuiteó: «¡Terrible! Me acabo de enterar de que Obama tenía mis ‘cables pinchados’ en la Trump Tower justo antes de la victoria. No se encontró nada. ¡Esto es macartismo!». Dos años después, en abril de 2019, fue contundente cuando dijo: «Absolutamente hubo espionaje en mi campaña». En agosto de 2020, durante su discurso de aceptación ante el Comité Nacional Republicano, dijo: «Recuerden esto: espiaron mi campaña». Febrero de 2021, Trump confirma todo: “el informe del fiscal especial Robert Durham proporciona evidencia indiscutible de que mi campaña y mi presidencia fueron espiadas por agentes pagados por la campaña de Hillary Clinton en un esfuerzo por desarrollar una conexión completamente fabricada con Rusia. Este es un escándalo mucho mayor en alcance y magnitud que Watergate y aquellos que estuvieron involucrados y sabían sobre esta operación de espionaje deberían estar sujetos a un proceso penal. En una época más fuerte en nuestro país, este delito hubiera estado penado con la muerte. Además, se deben pagar reparaciones a aquellos en nuestro país que han sido dañados por esto”.
Efectivamente, se ha desvelado todo el tinglado que montaron los demócratas, el espionaje, la falsa «Colusión con Rusia» que sirvió de base para dos impeachments fallidos en los que Trump fue absuelto, y para que los medios de comunicación de izquierdas culpabilizaran a Trump con una sarta de mentiras, a la que están enganchados aún. Pero la verdad ha salido y ha dado la razón a Trump.
No vamos a olvidar ni por un momento a todos esos mequetrefes de la prensa, locutores, presentadores, plumillas de tres al cuarto, politiquillos meapilas y acomplejados, burócratas estreñidos y amargados, y esos anti Trump en general que se apuntan a cualquier teoría disparatada, que en cada ocasión se apresuraron a acusar al presidente de mentir. Cuando en realidad mentían ellos.
A lo largo de estos años, se han revelado una serie de hechos y pruebas que respaldan las acusaciones de Trump de que era, de hecho, el objetivo del espionaje demócrata y de una amplia operación de descrédito en los medios con acusaciones falsas. Así, nos hemos enterado de que en los últimos días de la carrera presidencial de 2016, cuando la lamentable campaña de Clinton presentó el infumable expediente Steele, una colección de acusaciones sensacionalistas y sin fundamento sobre Trump y Rusia, el FBI usó este expediente para obtener la aprobación para intervenir el teléfono de Carter Page, un ex asesor de campaña de Trump de bajo nivel. Luego supimos que también en 2016, el FBI utilizó a un informante confidencial, un profesor llamado Stefan Halper, para espiar a Page y George Papadopoulos, otro asesor de Trump de bajo nivel, en un afán por implicarlo en algo turbio. Después supimos que, en 2016, el FBI envió a un agente encubierto, una mujer que usó el alias Azra Turk, para grabar en secreto conversaciones con Papadopoulos. Todo muy hollywoodense y chapucero, al estilo de la izquierda actual demócrata. Ya tenemos evidencia más que de sobra para afirmar que el FBI espió la campaña de Trump. Y eso no es todo. Los demócratas utilizaron al establishment de la CIA y de la comunidad de inteligencia que les eran fieles, para lanzar bulos sobre la colusión de Trump con Rusia y darlos una apariencia oficial. Como diría el propio Trump: Rusia, Rusia, Rusia… mentira, mentira, mentira.
Las revelaciones de la investigación de John Durham, el fiscal especial que investiga todo esto, han sacado toda la porquería de Hillary Clinton, Barack Obama y Joe Biden en su afán por destruir a Trump. Por supuesto ellos no están solos, hay muchos elementos del Estado Profundo en el ajo, por así llamarlo.
Segundo, los hechos: Durham informó que en julio de 2016, un ejecutivo de tecnología llamado Rodney Joffe (no se menciona en los documentos judiciales, pero el nombre ha sido ampliamente informado) trabajó con el bufete de abogados de la campaña de Clinton para «extraer datos de Internet», algunos de ellos son «no públicos y/o de propiedad exclusiva», es decir, secretos, para buscar información que podría usarse para afirmar una conexión entre Trump y Rusia. Entre los datos secretos que se «explotaron», se encontraba el tráfico de Internet de Trump Tower, del edificio de apartamentos Central Park West de Donald Trump y, después de que Trump fuera elegido presidente, la Oficina Ejecutiva del Presidente de los Estados Unidos.
Espionaje a mansalva que deja el Watergate en un juego de niños.
La empresa de Joffe, según consta en el informe de Durham: «había venido a acceder y mantener servidores dedicados para el EOP como parte de un acuerdo delicado» (un contrato gubernamental) para proporcionar servicios tecnológicos. Luego, «explotaron este arreglo extrayendo el tráfico [de Internet] de EOP y otros datos con el fin de recopilar información despectiva sobre Donald Trump».
Después de eso, el equipo de Clinton fue a sus contactos en la CIA, como unos acusicas enfurecidos, para embarcarlos en su plan anti Trump. Eso reflejó los acercamientos anteriores de Clinton al FBI, cuando los agentes de Clinton intentaron interesar a los agentes en lo que se conoce como la historia del «Alfa Bank», que era una acusación falsa de que había todo tipo de conexiones sospechosas entre un banco ruso y la campaña de Trump. Mentiras y más mentiras de los demócratas bien ventiladas por sus medios y periodistas cómplices. El objetivo principal de todo esto era establecer ‘una inferencia’ y una narrativa que vinculara a Trump con Rusia. De modo que se llevó a cabo una operación de dos vías: mientras el FBI estaba espiando por su cuenta, el equipo de Clinton también estaba espiando e involucraba al establishment de la CIA y del FBI. Todo era parte del mismo plan para impulsar la narrativa mediática de la colusión entre Trump y Rusia. Ahora nos podemos reír viendo cómo lo defendían esos presentadores de TV, locutores de radio y la prensa escrita como si fuera un gran descubrimiento. En realidad los demócratas les metieron ese gran palo-Fake News por el culo a sabiendas de todos, y ellos tan contentos.
¿Recuerda cómo terminó? Yo sí. El fiscal especial, Robert Mueller, utilizó todos los recursos y poderes de las fuerzas del orden público federales, buscó colusión durante años como un idiota y nunca pudo establecer qué sucedió porque no sucedió nada, y mucho menos que alguna figura de la campaña de Trump o el propio Trump pudieran haber estado involucrados en semejante disparate.
La campaña de Clinton y los demócratas, no olvidemos que ella no es la única implicada, jugó bien sus cartas al meter en el asunto al FBI y la CIA, dando el revestimiento de una investigación oficial y un discurso serio para que sus aliados mediáticos pudieran divulgar toda esa mierda informativa en la que se enfangaron durante años para socavar la presidencia de Trump.
Todas las revelaciones confirman lo que ya descubrimos al principio de esta operación de espionaje: Los agentes pagados por los demócratas y la empresa Tech-Executive 1 piratearon ilegalmente las comunicaciones de sus oponentes políticos durante una campaña presidencial y luego lo hicieron nuevamente con un presidente en ejercicio y con el personal de la Casa Blanca. Como diría cualquier abuelo sensato: “Vaya pandilla de sinvergüenzas”.
Estas acciones son propias de las dictaduras del tercer mundo, no de una democracia con más de doscientos años de vida. Sin duda, es el mayor escándalo político de la década junto con el fraude electoral.
En cualquier caso, es bueno conocer la verdad cuando afrontamos unas elecciones decisivas al Congreso este año y unas presidenciales en 2024 que deberán reivindicar a Donald Trump como el justo ganador.
Los demócratas espiaron al presidente de los Estados Unidos, no hay titular más importante y potente que ese. Por ello destacados demócratas, como la ex candidata a la presidencia, Tulsie Gabbard, entre otros, denuncian al Partido Demócrata por su implicación en estos escándalos y exigen que se investigue y salga toda la verdad.
Una encuesta realizada por el Instituto TechnoMetrica de Política, encontró que el 75% de los encuestados que siguen esta historia piensan que Clinton y sus asesores de campaña y los demócratas deberían ser investigados por su papel en el llamado Russiagate. Entre ellos, el 66% de votantes demócratas. Aproximadamente el mismo porcentaje de votantes independientes estuvo de acuerdo en que se investigara, y el 91% de los republicanos también. Y son datos recopilados antes del informe explosivo de Durham que demuestra que la campaña de Clinton contrató a una empresa de tecnología para «infiltrarse» en los servidores de la Torre Trump para tratar de vincular al futuro presidente con Rusia.
Todo el establishment político, demócrata, republicano, mediático, empresarial y de la comunidad de inteligencia, estuvieron y están involucrados en una narrativa anti Trump que aún continúa activa. El fraude electoral de 2020 es la culminación de esta histeria anti Trump que ha puesto a la democracia estadounidense bajo asedio de los socialistas del Partido Demócrata y sus aliados.
El pueblo estadounidense no sólo merece conocer a todos los que estuvieron implicados en este acto de espionaje político, sino que deben ser denunciados, avergonzados públicamente y responsabilizados legalmente.
El daño infligido ha sido mucho, pero la partida no ha terminado ni mucho menos.