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Estrategias 3D: desarrollo, diplomacia y defensa

Hoy, como siempre ha sucedido, el dinero es una herramienta de poder ilimitado. Posiblemente la herramienta más poderosa a la hora de proyectar influencia, estrategias y objetivos. La política de seguridad nacional de Estados Unidos contempla el dinero como un mecanismo necesario para lograr determinados objetivos, y lo hace bajo las premisas de un planteamiento estratégico que denominamos “Clave 3D”, o lo que es lo mismo, la fusión de todas las actividades relativas a las ayudas al desarrollo, la diplomacia y la defensa. De esta forma se vincula la ayuda al desarrollo a una política de seguridad y defensa que rinda beneficios en ambos ámbitos para Estados Unidos.
Esta estrategia se ha implementado especialmente en los casos de Irak y Afganistán, donde los jefes militares estadounidenses tienen acceso a los fondos del Programa de Respuesta de Emergencia del Mando Militar (CERP) para conceder apoyo y financiación a proyectos de ayuda humanitaria y reconstrucción. De esta forma la ayuda económica no cae en saco roto sino que se ajusta a un plan que pueda brindar beneficios en materia de seguridad y defensa.

Así, casi dos tercios del gasto global en ayuda a la educación en Afganistán se realizaron en 2008 mediante el CERP, y en Iraq los 111 millones de dólares del presupuesto de ayuda a la educación asignado, se gestionaron también mediante el CERP. Ambas sumas son el 86% del total del gasto en ayuda del conjunto de los países donantes al sector de la educación.
La financiación de la educación en países de riesgo para la seguridad nacional mediante donaciones canalizadas a través de estrategias militares, responde a una necesidad imperiosa de usar el dinero de forma adecuada a los intereses nacionales, combinando los objetivos de educación con las estrategias de defensa. De esta forma los fondos sirven a varios objetivos esenciales: la financiación de la educación, que es básica para potenciar sociedades maduras y libres, y la lealtad política y militar de los aliados que se benefician de estos fondos. Por esta razón, cada vez es mayor la cantidad de dinero de la ayuda norteamericana que es canalizada de acuerdo a las estrategias y organismos que gestionan las “Claves 3D” en cada país.
El riesgo que presenta esta adopción de la estrategia “3D” es que las ayudas económicas pueden centrarse, y de hecho así sucede, en los países que están en primera línea de combate, como Afganistán, Irak, Pakistán, etc, que son considerados puntos estratégicos prioritarios, y que relegan otros países con menos visibilidad, pero que igualmente no podemos desatender.

Esto lo vemos perfectamente en una comparativa. Así, mientras la prestación concedida a Afganistán para la educación básica se multiplicó por más de cinco en el último lustro, la canalizada hacia países como el Chad o la República Centroafricana se estancó o aumentó lentamente, y en Costa de Marfil incluso disminuyó. Estos desequilibrios son los que necesitamos corregir en la “3D”, dando cabida a otros países con buenas perspectivas, aunque no presenten riesgos inmediatos para la seguridad nacional. Hacerlo así sería complementar la “3D” con más visión de futuro y potenciando el área de la educación donde sea preciso hacerlo.
La estrategia “3D” es una herramienta extraordinaria para usar el dinero como recurso constructivo y no destructivo, pero necesitamos aprender de las lecciones prácticas de estos últimos años y mejorar aquellos aspectos que pueden ser mejorados, como la priorización de la educación y la formación como un recurso muy valioso para ganarse la lealtad desde la base.

Una correcta educación, libre y plural, no sólo nos permitirá aumentar los registros de aprendizaje en los países en desarrollo sino evitar muchos conflictos armados internos y agresiones a países occidentales. Porque hoy por hoy esos 28 millones de niños sin escolarizar en los 35 países que han estado o están azotados por conflictos armados (67 millones si contamos otros países), son un caldo de cultivo perfecto para la intolerancia, el fanatismo y el odio. La educación puede ser la llave que desactive esa bomba de relojería que alimentará los conflictos del futuro. Para ello necesitamos mejorar la ayuda humanitaria que estamos prestando desde Estados Unidos, no sólo perfeccionando la estrategia “3D” sino dando cabida a nuevos enfoques que nos permitan hacer frente a los desafíos de seguridad y de educación, por ejemplo, con una adecuada protección de las escuelas donde se imparte ésta en países sumidos en guerras o pobreza extrema, de manera que se eviten ataques armados contra las escuelas y sean un reducto de paz y oportunidades para los que allí se encuentran. O para evitar la violencia sexual como arma de guerra, que afecta al potencial de aprendizaje de los menores.
Esto pasa necesariamente por aumentar los fondos destinados a la ayuda humanitaria, en especial a la educación, que siguen siendo muy bajos comparativamente a otros gastos, y que representa la verdadera esperanza de futuro para millones de niños en tantos países.




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