La Pasión de Cristo
Nos encontramos en los días trágicos de la pasión de Cristo. Todos sufrimos intolerancia, persecución y marginación por estar siempre de su parte, por defender su nombre y el de su iglesia. A quien más y a quien menos hacen la vida imposible por manifestar su fe cristiana. Ahora más que nunca es necesario estar de su parte y hacer frente a los que nos atacan por el simple delito de hacer el bien y ser cristianos.
En estos días y durante todo el año elijo quedarme con Cristo, sufrir con él, morir con él, esperar la mañana luminosa de cada nuevo día y de la Pascua que da sentido a todos los sufrimientos. Frente a la envidiosa ceguera de quienes no quieren ver la mano de Dios en su vida, elijo ver ésta y sentirla, comprender el sentido pleno de la muerte y de una vida plena alimentada por la fe. Han comenzado los misterios, entre ellos el misterio de la sinrazón de la masa, que el domingo de ramos vitorea y aclama a Cristo como rey y el viernes de pasión pide a gritos su muerte. El misterio mayor es su obediencia hasta la muerte, su aceptación de ser un rey crucificado, su amor infinito hacia nosotros. En estos días tomo ejemplo de María de Betania y me pongo a tus pies para llorar mis pecados y esperar tu perdón. El mejor perfume que podemos ofrecer es permanecer a su lado en estos días duros y tensos, convertirlos en nuestra Semana Santa y no sólo de nombre.
El ejemplo de Cristo nos ayuda a no endurecer nuestro corazón, como hizo Judas. Su espíritu nos ayuda a levantarnos y a seguirlo. Cristo nos brinda la oportunidad de apartarnos de él a ciegas y de acompañarlo. Él es la luz del mundo y de nuestras vidas. Momentos de reflexión y profunda comunión ante el “Monumento” nos preparan para las horas trágicas y dar sentido a nuestras vidas.
Lo que celebramos en Semana Santa es un Dios que se hace hombre, que se entrega libremente a la muerte en la Cruz por el delito de hacer el bien a quienes le asesinan y piden su muerte, y para cargar con nuestros pecados. Celebramos que ese hombre pide desde la Cruz al Padre que nos perdone porque no sabemos lo que hacemos cuando pecamos, que nos entrega a su Madre para que nos enseñe a seguirlo con nuestra Cruz. Celebramos también la espera y la esperanza con María, que sigue en pie con el dolor, la fe y la esperanza inconmovibles a pesar de cuanto ha visto: la muerte de un Dios, su cruel crucifixión, la negación del Maestro por parte del primer y principal apóstol y al último apóstol que lo ha vendido. Aun así María cree y tiene esperanza. Elijo unirme a ella, al igual que hizo Juan. Puedes elegir, yo elijo la esperanza que representa María.
Y celebramos, al fin, la Resurrección, que abre ante nosotros una nueva vida a los hijos de Dios. Cristo triunfa sobre la muerte. El Maestro nos ofrece la última lección de vida. Nos vincula su triunfo a los que le confesamos como Dios y como Señor. Así, morimos al pecado y renacemos a una nueva vida. El triunfo de la Pascua es de Cristo y lo comparte con cada uno de nosotros.