Valorar los libros
Hay una realidad en torno a los libros que es necesario cambiar: no se valoran lo suficiente por la sociedad en su conjunto. Sí, es cierto, los lectores habituales los valoramos y nos encantan. Pero, seamos sinceros, ¿cuántos lectores habituales hay? Y de éstos ¿cuántos compran realmente los libros? Algo se empieza a valorar más cuando se paga por ello.
La lectura y los libros están quedando como los hermanitos pobres de la cultura. Abandonados, marginados, despreciados porque implica esfuerzo leer y pensar. Dos palabras de las que la sociedad actual huye despavorida: esfuerzo y pensar. Piénselo. Si hace el esfuerzo lo verá. No se trata, pues, de facilitar la lectura con libros más baratos o gratis. Se trata de que la gente valore más los libros y la lectura. Cierto que hay libros que son una verdadera mierda, pero para compensar hay libros que son una maravilla. No hay excusas para no leer y disfrutar de libros extraordinarios.
Desde hace mucho tiempo tengo comprobado que la mejor forma de que un lector, un crítico literario, un bloguero o quien sea, valore mis libros, es que los compre y los lea voluntariamente. Porque ésa es otra clave: que el lector decida acercarse a un libro de forma voluntaria, sin imposiciones. Debe haber hambre por leer ese libro en cuestión para que sea valorado de forma justa. Muchos comentaristas reciben decenas de libros gratis que ni valoran, ni leen bien o no leen, ni saben comentar por falta precisamente de interés. Sucede lo mismo con muchos lectores, que al leer gratis valoran en menor medida los libros. Es una plaga que se extiende y arrincona los libros como objetos de escaso valor cultural y comercial. Es un tema grave porque repercute en toda la cadena de producción editorial. Al final, cada vez se publican menos libros buenos y de calidad, y el fenómeno se extiende. Al haber más libros malos que buenos, la valoración general sobre éstos cae en picado y pone en riesgo todo el mercado.
Cultivar el deseo de leer y hacer tiempo para hacerlo son, por consiguiente, los grandes desafíos para escritores y editores. No son los precios, ni los argumentos, ni regalar libros a mansalva, son las ganas de leer lo que determina que un libro sea objeto de deseo lector.