Siete ases por la libertad
El acuerdo alcanzado entre Estados Unidos y Colombia a mediados de agosto, que permitirá el uso de siete bases militares en territorio colombiano por las Fuerzas Armadas y la Inteligencia norteamericana, representa sin ninguna duda una apuesta decidida por intensificar la colaboración en materia de lucha contra las guerrillas y el narcotráfico. Además, esas siete bases suponen siete ases por la libertad y la democracia en todo el continente latinoamericano.
Sólo quienes no están a favor de un progreso democrático real pueden estar en contra del uso conjunto de unas bases que permitirán luchar mucho mejor contra lacras que han golpeado el continente por mucho tiempo: guerrillas, narcotráfico, pandillas criminales, y sectores contrarios a la democracia.
Por tanto, no es extraño que se oigan voces en contra de dirigentes extremistas como Hugo Chávez, en Venezuela, Rafael Correa, en Ecuador, Evo Morales, en Bolivia, o Fidel y Raúl Castro, en Cuba. Todos ellos “campeones de las libertades”, como ya sabemos. Conocer su postura en contra, es ya sintomático de la importancia que tienen estas bases, que representan una esperanza para combatir las grandes amenazas al continente y garantizar que los enormes recursos energéticos y naturales de Latinoamérica sirvan para el progreso común, y no para el chantaje de unos dirigentes corruptos, populistas, y que pretenden perpetuarse en el poder mediante un gastado y manido discurso antiamericano, que ya sólo los ignorantes y sectores más radicales se creen.
¿Por qué son tan importantes estas bases en la estrategia norteamericana en la zona? En primer lugar, porque permitirán al ejército y la Inteligencia de Estados Unidos operar desde una zona vital y estratégica, como es el territorio colombiano. Esto es importante, por poner un ejemplo, en el desplazamiento de aviones, comandos o paracaidistas en el ejercicio de operaciones especiales, sin necesidad de abastecerse en vuelo. Los C-17 podrán llevar hasta 200 paracaidistas en vuelo directos, sin abastecerse de combustible, hasta los lugares donde sea precisa su intervención, lo que pone al alcance de Estados Unidos toda Colombia y buena parte de Sudamérica. También podrán operar los aviones Awacs y los P3 Orion para captar Inteligencia, y que son capaces de detectar lanchas rápidas, submarinos, y toda clase de sumergibles.
De entrada, como medida disuasoria contra narcos, terroristas, guerrilleros, y dictadores más o menos pintorescos, no está nada mal. Si, además, el acuerdo de colaboración se acompaña con la voluntad de defender los principios democráticos y la libertad siempre que sea necesario, vemos que estas siete bases son siete auténticos ases con los que Estados Unidos puede retomar la iniciativa en Latinoamérica.
Con este acuerdo, el gobierno de Álvaro Uribe y Colombia se ponen del lado de Estados Unidos para hacer frente a los peligros que acechan al continente. Hasta ahora esa colaboración ya era muy fluida y contábamos con varias bases militares: la Base de Arauca, destinada a la lucha contra el narcotráfico y el control de la actividad petrolífera. La Base de Larandia, en el Departamento de Meta, centro de operaciones de los helicópteros norteamericanos, que cuenta también con una pista de aterrizaje para bombarderos B-52. Y la Base de Tres Esquinas y Florencia, en el Departamento del Caquetá, centros para operaciones terrestres, fluviales, y helitácticas, además de base para los ataques contra las guerrillas y en donde se recibe armamento, se despliega logística, y se entrena a tropas de combate.
Cuando el presidente ecuatoriano, Rafael Correa, ordenó desmantelar la base aeronaval de Manta, desde donde Estados Unidos centraba las operaciones de vigilancia por satélite e Inteligencia militar en la zona, provocó este salto natural a Colombia, que puede terminar reforzando la posición estratégica norteamericana en toda Sudamérica.
Las tres bases aéreas de utilización conjunta del acuerdo son Malambo y Cartagena, en el departamento de Atlántico-Caribe; Palanquero, en Cundinamarca; y Apiay, en Meta (centro del país). Las bases del Ejército serán Tolemaida, en Cundinamarca; y Larandia, en Caquetá, al sur del país. Y las bases navales serán las de Cartagena y Bahía Málaga, en el departamento de Valle del Cauca, en el Pacífico.
La base de Palanquero tiene una especial importancia estratégica; situada en el centro del país, en el Departamento de Cundinamarca, en Puerto Salgar, a orillas del río Magdalena, a unos 195 kilómetros de Bogotá, es el núcleo de la defensa aérea de Colombia, y podrá disponer de unidades militares de ataque avanzado, esenciales en la cobertura militar del hemisferio, tras el abandono de las bases en el Canal de Panamá. Esta base se beneficiará de una gran inversión en la mejora de infraestructuras, que la permitirá contar con una gran capacidad operativa y tecnológica, desde la que poder desarrollar operaciones rápidas y precisas; dispone de la pista de aterrizaje más larga del país (3.500 metros), que será renovada, junto con la torre de control; es la única con barrera de frenado para aviones que aterrizan a altas velocidades, y permite el despegue simultáneo de hasta tres aviones. Además, por su emplazamiento estratégico, hace posible que los aviones de combate Kfir 3049; y Kfir C-7 (y los nuevos aviones que pueda adquirir Colombia) lleguen en menos de 10 minutos a La Guajira, en la frontera con Venezuela (con quienes Colombia comparte más de 2.200 kilómetros), y al sur del país, en la frontera con Ecuador (585 kilómetros de frontera común). Teniendo en cuenta cómo está la situación en esos países, es un posicionamiento excelente en caso de una intervención abierta o el lanzamiento de operaciones especiales contra elementos subversivos, narcos, terroristas, guerrilleros, etc.
Esta base también cuenta con helicópteros, el denominado avión fantasma C-47T; aviones satélite MSM 3001 y 3022; y desde aquí opera un avión Caravan C-208, que dispone de alta tecnología para operar durante 24 horas, entre otros aviones.
El despliegue norteamericano en Latinoamérica, un continente vital para el desarrollo por sus inmensos recursos naturales y su potencial, no terminará en Colombia, ni debe temerse en modo alguno. Los planes de Estados Unidos, que ya ha concedido más de 6.000 millones de dólares a Colombia desde el año 2.000, como parte de la ayuda establecida en el Plan Colombia, y es receptor de 500 millones anuales, pasan también por reforzar la presencia activa en el resto de Sudamérica, especialmente proclive a las desestabilizaciones y dictaduras, con más bases militares. Se prevén cuatro bases más: una en Alcántara, Brasil; otra en Chapare, Bolivia; en Tolhuin, en la provincia de Tierra del Fuego, en Argentina, y otra más en la triple frontera, entre Brasil, Argentina y Paraguay.
Todas estas bases, o las alternativas que se planteen en su día, podrán servir como centros de operaciones tácticas para apoyar la seguridad del hemisferio sur y que no caiga en manos de personajes peligrosos para el progreso de sus propios países y pueblos.
La presencia de Estados Unidos en la zona debe quitar el sueño a aquellos que apoyan a las guerrillas o los narcos (es sabido que el tráfico de drogas por Venezuela ha aumentado desde el 2003 entre un 200 y un 300 por ciento) y los que reprimen las libertades bajo un falso discurso igualitario y a favor de los pobres.
Esta presencia en Latinoamérica no es, comparativamente, la mayor que tiene Estados Unidos en el mundo. De hecho, sólo cuenta con 21 bases en América Latina, por 4.500 bases dentro del territorio de Estados Unidos, 513 en Europa, 248 en Asia-Pacífico-Oceanía, 36 en Asia Central, 5 en África, 20 en Turquía, 106 en Iraq y Afganistán, y algunas más por Israel, Qatar, Kirguistán y Uzbekistán.
Si queremos una Latinoamérica más estable y segura, lejos del populismo y las corrientes más radicales del socialismo, las siete bases en Colombia, han de ser esos siete ases por la libertad que se guarde Estados Unidos. También la Cuarta Flota, reactivada en 2008.
Pero no los únicos.