Invitaciones a escritores
Todos lo sabemos. Cuando un escritor tiene éxito y sus libros se venden como rosquillas de las ricas, las que hacen la madre y la abuela, la hermana y la prima, las invitaciones para todo tipo de actos empiezan a llegar como si de facturas se trataran: puntuales, en abundancia y algo inquietantes.
Lo normal es que te inviten a festivales literarios, ferias del libro, presentaciones, programas de televisión, entrevistas en medios de comunicación y premios. Son eventos en los que muchas veces el autor no tiene demasiado que ganar, salvo en términos de promoción o reconocimientos en forma de premios y comentarios más o menos acertados, pero que quitan un montón de tiempo para lo que en realidad debe hacer un escritor, que es escribir.
Estos eventos, que a veces son interesantes y tienen su razón de ser y otras veces son simple y llanamente relaciones públicas o modus vivendi del establishment literario y editorial, consumen enormes cantidades de tiempo, recursos y energía de los autores, a los que desgraciadamente mucha gente sólo van a ver para satisfacer una curiosidad personal, pedir una firma, un selfie y pocas veces a comprar o a escuchar lo que tenga que decir.
El impacto de la asistencia frecuente a este tipo de actos es enorme en el trabajo del escritor, afecta a su rendimiento y a la calidad de lo que escribe. Desconfío y no me gustan esos escritores que se pasan más de la mitad del tiempo en eventos públicos y escatiman esfuerzo y tiempo a su labor literaria.
Cuando ser escritor implica pasarse más tiempo de viaje, en un plató de televisión o en una cadena de radio, en una feria del libro o en presentaciones en librerías, entonces es que algo falla en el sistema y ese escritor se ha convertido en otra cosa más parecida a un relaciones públicas.
Como escritor puedo entender que algunos eventos son de inexcusable asistencia, pero no nos engañemos, son muy pocos. Y de ésos, llegan pocas invitaciones (afortunadamente).
En torno a este tema de las invitaciones conviene que el autor de éxito ponga límites o verá perjudicado su trabajo gravemente sin que en realidad ese esfuerzo y esa distracción merezcan la pena. Sobre todo hoy en día en que muchos de esos eventos se han convertido en una competición de egos y a ver quién asiste y quién no, quién es más ingenioso o intelectual, más guapa o sexy, quién congrega más admiradores que lectores reales; en suma, más circo mediático que en foros de auténtico interés literario.