Revisión, corrección y edición de textos
Para un escritor la fase de revisar, corregir y editar el manuscrito es una de las más importantes y a la que más atención debe dedicar. Nunca hay que olvidar que el primer borrador que se escribe dista mucho aún de la versión definitiva. En las etapas de corrección, que pueden y deben de ser varias, es cuando verdaderamente pulimos el manuscrito y lo dejamos listo para leer.
Cuando revisamos la historia, tras un tiempo, empezamos a detectar los errores, las incoherencias y los defectos que necesitan ser corregidos o ser escritos otra vez. En esta fase el escritor es cuando necesita la intervención de uno o más correctores que puedan ofrecer perspectiva, sugerencias y correcciones acertadas. Un buen corrector jamás cambiará el contenido de lo narrado, pero sí contribuirá a poner mejor aquello que sea necesario. La mano de los buenos correctores, o correctoras (dado que algunas de ellas son las que más destacan en este faceta), se nota precisamente porque no se nota. Es decir, saben captar la voz del escritor, limar lo superfluo y acentuar lo más destacable.
Es en estas etapas de revisión y corrección cuando el escritor necesita aplicar grandes dosis de autocrítica para aceptar las sugerencias y plantearse nuevos enfoques que considere necesario desarrollar. No es extraño, pues, que se produzca una situación controlada de destrucción creativa tras la que emerge el texto limpio y reluciente, con más gancho y capacidad de atrapar la atención del ávido lector.
El escritor se convierte en corrector, y como éstos, no debe tener piedad ni reparos en remover párrafos, diálogos, suprimir pasajes, cortar, recortar, reescribir y buscar el léxico más adecuado. O sea, un trabajo ímprobo. Por fortuna, contamos con esas personas generosas e imprescindibles para acompañarnos en esta etapa: los correctores.
Superadas las primeras correcciones del manuscrito, nunca menos de tres, nos encontramos con éste revitalizado, todo un mozo macizo, con nuevo músculo narrativo. Y aquello ya empieza a parecerse a lo que se buscaba narrar, con evidentes mejoras. Señal inconfundible de que vamos por el buen camino.
La revisión y corrección de un manuscrito necesita de mucho tiempo para realizarse bien. El escritor no sólo debe contar con correctores externos, sino también dejar transcurrir meses entre una revisión y otra para lograr mayor objetividad y rigor. No se puede caer en la complacencia y es preciso revisar y corregir las correcciones propias, las del corrector o correctores, y volver a corregir todo con ojo crítico y sin perder de vista lo que uno desea transmitir.
Las tijeras de corregir, las que se usan para recortar y podar el texto, son la herramienta más temida por los escritores; saber usarlas es un arte. No se aprende rápido ni todos los correctores tienen tampoco el dominio absoluto del tema (aunque algunas sean realmente buenas en ello). Lograr ese equilibrio corresponde finalmente al escritor en la última y definitiva revisión. Para lo cual se necesita una precisión de francotirador. Así y sólo así podemos editar el texto del manuscrito a medida que avanzamos, dando forma capítulo tras capítulo. Los comentarios de los lectores editoriales, los correctores y los editores son el material necesario para enriquecer el manuscrito. Normalmente sirven para meter mano ahí donde se nos ha ido la mano, ya sea en los diálogos, las descripciones, las narraciones, los personajes o donde sea. Ante las sugerencias siempre es recomendable tenerlas en cuenta, pensar en ellas… y aplicar el razonamiento y el instinto de escritor. En las correcciones es donde necesitamos eliminar lo superfluo, lo pomposo y lo que desentona. La hora de la creación literaria pasó, es la hora de la edición. El escritor debe mentalizarse y cambiar de chip. De esta fase no deben salir las frases enrevesadas, las repeticiones, los fallos en el argumento y los abusos de cualquier tipo.
Si alguien tiene dudas sobre la complejidad del trabajo de revisión y corrección, que le pregunten a un corrector o a un escritor. Es complicado, pero también una de las fases más estimulantes de todo el proceso de escribir una novela. Porque ahora, al final del trabajo, ya tenemos una novela no sólo un manuscrito.