Padres, hermanos, maridos e hijos masculinos
Vivimos los tiempos de una fantasía alimentada por los medios de comunicación y la cultura de masas. El factor feminista radical ha desequilibrado la sociedad de tal manera y la ha infantilizado hasta tal punto que todo se ha convertido en una guerra contra la figura del hombre masculino. Se pretende educar a los hijos y a los jóvenes bajo el prisma únicamente femenino, desterrando la virilidad y la figura paterna. Es un fenómeno que se extiende como un cáncer por todo el mundo. Al que osa levantar la voz le cortan la cabeza, le estrangulan el gaznate o le retiran el micrófono de la divulgación social y hasta la palabra de muchos progres revestidos de modernez.
El feminismo, que lo impregna todo como una enfermedad maligna y purulenta, intenta por todos los medios difamar y despreciar todo lo que representa masculinidad auténtica. Para ello se han embarcado en una campaña de feminización del hombre moderno que provoca resultados ridículos, con padres calzonazos, amigos maricas, hermanos que no tienen ni media hostia, maridos débiles y compañeros de trabajo que son una vergüenza, que no saben ni debatir ni mantener un argumento que no sea políticamente correcto, en suma, hombres light y afeminados. Los hombres flan.
Los medios y las políticas que se aplican se afanan en el desprecio por los hombres viriles y en el enaltecimiento de un feminismo que provoca carcajadas, pero que está destruyendo el tejido social y estableciendo una sociedad débil, fantasiosa y totalmente artificial. Una sociedad que a poco que es atacada de alguna manera, llora desconsolada con lágrimas amargas y recurre a los ositos de peluche y a los abrazos fraternales. Esta sociedad de pena que prolifera como la mala hierba, en unos países más que en otros (España se está convirtiendo en un país puntero como sociedad que se desintegra y que aniquila el papel crucial del hombre), trata de imponer un modelo falso en el que hombre y mujer son intercambiables (no lo son en absoluto), iguales (tampoco lo son por mucho que se empeñen las feministas, jamás lo serán), e incluso potencia una imagen de la mujer más equilibrada, inteligente y justa. Una gran mentira. Hay mujeres tan gilipollas, tontas, ignorantes y crueles como muchos hombres. A veces incluso hacen más méritos en la escala de la imbecilidad.
Ante este panorama, muchos hombres están desubicados y miran alrededor con esa cara de: «Pero, ¿aquí qué coño pasa?» Con tal de seguir la corriente y encajar, muchos adoptan comportamientos feminizados. Tíos, esto es un error, sois machos de toda la vida, no me vengáis ahora con mariconadas. A cuantos se me cruzan con estas tonterías feminazis, los espabilo rápido. Les aseguro que luego me lo agradecen.
Por fortuna, cada vez más hombres se dan cuenta de esta engañifa social y defienden sus roles masculinos. Con dos cojones. Como debe ser. La sociedad actual intenta imponer los códigos femeninos como los únicos válidos, y esto debe acabar ya mismo. La cultura imperante, inoculada a través de los medios, el cine, la televisión, los libros, etc, trata de adulterar el comportamiento intrínsecamente masculino, lo que está desmoronando amplias porciones sociales, o bien de desacreditarlo. Vea usted los estudios científicos al respecto, que son reveladores. La ausencia de la figura masculina en las familias, una figura varonil, no feminizada, perjudica gravemente a esas familias y al final a la sociedad entera. La prevalencia de la mujer únicamente como referente es perjudicial como el tabaco, es decir, no se ve hasta que es tarde y ya tiene usted un cáncer que lo devora. Es necesario resistir a esta avalancha de feminitonterías con valentía varonil y sin miedo a mostrarse con la natural masculinidad de los hombres.
Hoy, muchas mujeres (no todas, gracias a esas mujeres que no necesitan de esta tontería del feminismo y se muestran con su natural feminidad) y la cultura imperante quieren hombres a la carta y débiles, pero esto simplemente no funciona así. El papel del hombre en la sociedad debe ser masculino en todos sus roles, y deben definirlo los hombres, no las mujeres, tan acostumbradas ellas a manipularlo todo desde la cuna a la tumba. Auguro muchos choques a cuenta de este tema. Y es una batalla que los hombres viriles no vamos a perder. Los flojillos, ya pueden ir cambiándose de sexo (ahora que está de moda igual les hacen un descuento) o reflexionar sobre lo que están haciendo o dejando de hacer.
La buena noticia ante este panorama de estupidez feminista que impulsan los poderes fácticos es que quedan hombres masculinos: padres, hermanos, hijos y maridos dispuestos a dar esta batalla como espartanos en Termópilas o marines en Faluyah.